En 1944 el gran escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) publicó su cuento Funes el memorioso. En él relata el caso inaudito de un hombre que, después de haber perdido la memoria por un accidente, al final, al recobrar el conocimiento, consigue recordarlo todo con una extraordinaria minuciosidad. No puede evitar acordarse de todo, es decir, alcanza a no poder olvidar nada.
Nos cuenta Borges: "Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quién sueña, miraba sin ver, oía sin oir, se olvidaba de todo, de casi todo". Y continúa el narrador: "Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras."
Con el tiempo se pierde la retentiva del recuerdo, es lo que se ha dado en llamar Curva del olvido. Según este método gráfico perdemos en pocas semanas, incluso, la mitad de lo que hemos aprendido, de lo que hemos vivido. Al parecer, la velocidad con que se nos va el recuerdo depende de lo árido o complejo del motivo, aún más si éste es absurdo o no tiene ningún sentido. Después, la fatiga física causada por el estrés o el insomnio aceleran todavía más la tendencia al olvido. Pero, además, es el lastimero fondo del pozo abrasador lo que nos lleva a cortar las amarras de la memoria y, sólo una referencia obligada y persistente, necesitada y sincera, es capaz de elevar desde la sima de lo oscuro la agridulce rémora de la imagen.
Por que es en imágenes como recordamos, son figuraciones más que palabras. Incluso los sonidos acordes de una música inevitable los representamos asociados a cosas dibujadas en la mente. Así es como temblamos ante el suspense de lo que ignoramos parcialmente, desacostumbrados ya a mirarlo y a pensarlo. Así es como olvidamos, desprovistos de imágenes y tiempo. Disconformes, confundidos, arrepentidos y cegados por ese tiempo. Caminando a veces solos frente al resto del mundo. Pero, ¿qué más que digerir lo asimilado para poder seguir digiriendo lo vivido?
(Cuadro de la pintora española Julia Hidalgo Quejo, Memoria, 1999; Cuadro de Marc Chagal, Recuerdo de París, 1976; Óleo de Van Gogh, Recuerdo del jardín de Etten, 1890; Cuadro de Edvard Munch, Por la noche en Karl Johan, 1892; Óleo de Guillermo Pérez Villalta, Las arenas del olvido, 1989; Cuadro del pintor español Eduardo Naranjo, Recuerdo sobre la pared, 1974; Óleo de Dalí, Desintegración de la persistencia de la memoria, 1952.)
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