El regreso de Mary Poppins quizá no haya colmado del todo las expectativas, pero es justo reconocer el esfuerzo de los productores por mantener en la secuela el espíritu de la obra original, en la que tanto se implicó Walt Disney. Emily Blunt quizá no tenga el carisma de Julie Andews (¿o es solo nostalgia?), pero compone a una Poppins reconocible, entrañable, coqueta y extravagantemente encantadora.
La película es “descaradamente” positiva. Y lo es, en mi opinión, por dotar a los personajes de un aire capriano: Jane, Michael y sus hijos, Jack…, parecen sacados de Qué bello es vivir, o de Juan Nadie, o de Caballero sin espada. Virtudes como la honradez, la veracidad, la capacidad de sacrificio, la generosidad o la solidaridad campan a sus anchas por los 130 minutos de metraje, para disfrute de pequeños y grandes. Sí, aquí el malvado no tiene sitio.