La semana pasada, los escoceces finalmente optaron por seguir dentro del Reino Unido. Al día siguiente, Reino Unido seguía vivo y los sectores más poderosos estaban eufóricos con el más que previsible resultado, aunque puede que sea la última vez que Reino Unido pueda realmente celebrar algo como estado. Es muy difícil a veces pronosticar qué resultado tendrá un referéndum nacional y por eso los “porteros” y dueños de nuestros países a menudo son muy muy muy reacios a convocarlos. A muy pocos dirigentes (especialmente si son sostenidos por los intereses de siempre) les gusta la democracia directa. La gente se siente que por primera vez, su voto sí contará realmente para hacer cambios. Eso es una experiencia bastante inusual, sobre todo para quienes han concluido que la democracia representativa ha muerto y que quienes realmente mandan son los bancos. En el caso de Europa y EEUU, es más que evidente. Sí, vale – puedes llamarme “populista” por decir eso o “irresponsable”. Probablemente habrás notado que a lo largo del tiempo he ido cambiando de actitud porque no puedo seguir defendiendo un sistema tremendamente injusto. Si ya no te sientes cómodo con mis ideas, siempre puedes dejar de leerme. Por cada acomodado que se larga, vienen muchos más jóvenes comprometidos con el liberalismo real — el democrático, el de la justicia social, el que quiere igualdad de oportunidades y una democracia real. ¿No quieres eso? ¡Véte de aquí!
Aunque no podían aplaudir sus ideas, los unionistas tampoco podían negar ni expresar desacuerdo con lo que decía Alex Salmond del debate interminable en todos los rincones de las islas británicas. Salmond decía que era un “festival de democracia”. ¿Quién no podía sentirse animado ante el fervor cívico en Escocia antes del referéndum, especialmente cuando la recompensa era poder hacer historia bajo las condiciones que ellos querían? Un acto radical de secesión, por fin, sin levantar una sola arma.
Sin embargo, he detectado problemas de interpretación…al menos, leyendo algunos foros españoles. Leyendo algunos foros españoles e independentistas catalanes, cualquiera diría que Reino Unido es un paraíso democrático. Uno de los errores más flagrantes que cometen muchos españoles es pensar que todo es idílico y democrático en los países anglosajones, que todo funciona perfectamente bien, que son “países serios”. Pues yo no puedo estar de acuerdo con esa valoración porque no solo conozco los sistemas, sino que los he vivido. Reino Unido tiene una gloriosa historia (como también España), pero de ahí a pensar que su sistema es idílico en todo o “superior sin errores” hay un gran trecho. Lo mismo digo por Estados Unidos.
En el caso de este referéndum, las condiciones NO fueron libremente elegidas. La insistencia de David Cameron en que los escoceces no pudieran elegir la “devo-max” (devolución máxima) como opción en la papeleta para recuperar más poderes de Westminster dejó a los votantes con unas opciones escuetas. Toda la evidencia señala que habrían elegido esa opción y que el propio Salmond no habría optado por la independencia tan poco tiempo después de tomar el poder en Escocia. En las últimas semanas, cuando las encuestas demostraron que podría ganar el “SÍ”, los dueños del país entonces tuvieron que apagar la máquina del miedo “uyyy la independencia destruirá vuestra economía y los niños andarán descalzos con hambruna a los colegios” y optar por el soborno. Y es que, en esas islas británicas siempre tan pragmáticas, el dinero siempre ha gozado de más prestigio que las ideas. Cuando los votantes de clase obrera en el antiguo cinturón industrial empezaron a demostrar claras señales de radicalismo secesionista, los jefes del laborismo escocés (Gordon Brown y Alistair Darling) animaron a su partido (fundado por el escocés radical Keir Hardie que quería autonomía total) aceptar el soborno.
El chollo que les ofrecían a tan solo dos días del voto – prometido y aceptado por los tres partidos principales era – es, exáctamente lo mismo de lo que hubiésen obtenido con la opción “devo-max”. Entonces, ¿fueron astutos los escoceces? ¿Acaso no consiguieron lo que querían, al final? Más autonomía sobre sus cuestiones internas, más poderes fiscales para poder financiar las generosas ayudas sociales que gozan, autoridad sobre el gasto sanitario y un muro más fuerte para hacerle frente a las políticas de austeridad impuestas por Westminster?
Algunos podrán decir que esa era la estrategia encubierta desde siempre, aunque dudo mucho que los defensores del sí estarán defendiendo eso en las próximas semanas. Por un lado, ahora dependerá del gobierno central si cumplen sus promesas sobre más devolución. No hay ninguna garantía de eso. Los diputados del Partido Conservador británico, los llamados “backbenchers” NO estarán para nada satisfechos con esto ni aceptarán la devolución…ningún plan que pueda mermar la soberanía de Westminster. Además, esto podría generar un debate más amplio incluso dentro de Inglaterra. No pocos ingleses también empiezan a cuestionar su sistema y quieren devolución a nivel local.
Pero más allá de todo eso, los independentistas sí pudieron darse cuenta de algo importante en estos meses de campaña. Cuando quitaron de la mesa la opción “devo max”, los ciudadanos empezaron a analizar la independencia y parecía bastante más atractiva de lo que se hubieran imaginado. Por una parte, serían liberados de la élite corrupta y hereditaria que todavía dirige el poder en el estado británico, no tendrían que mandar soldados a ninguna aventura militar (en realidad, los escoceces ven esas guerras como “guerras de intereses ingleses”), liberados del alcance depredador (para ellos) de los centros financieros ingleses y la oportunidad de frenar en seco todas esas privatizaciones hechas con prisa y que en realidad acaban casi todas en chapuzas muy dañinas. Por otro lado, siempre existiría el romanticismo de todo lo nuevo, de crear un estado virgen…en definitiva, hacer realidad aquél sueño antiguo de “otro mundo es posible”.
La altísima participación política demostró que había sentimientos muy profundos de querer una alternativa política en un sistema que todos percibimos en Occidente como cada vez más fallido e irrelevante para nuestros intereses jóvenes.
De todas maneras, se avecinan grandes cambios constitucionales, a los dos lados de la frontera. No serán tan contundentes como querían los separatistas, pero a largo plazo quizá sí podrían finalmente acabar con el Estado británico que ha demostrado ser más quebradizo de lo que pensaron sus dirigentes cuando optaron por prmitir el referéndum hace 18 meses. Me encanta la amabilidad inglesa — “como sé que saldrá el no, voy a permitir el referéndum. Pero si me entero que podría de verdad salir el sí, entonces sobornaré para seguir con el poder sea como sea”. “Quisiéramos en España”, dirán algunos. Pues yo no.