Los felinos (Les Felins)
Director: Rene Clément
1964
Francia
97 min.
Fotografía: Henri Decaë (b/n)
Música: Lalo Schifrin
Montaje: Fedora Zincone
Guión: René Clément, Pascal Jardin y Charles Williams según la novela de Day Keene (pseudónimo de Gunnar Hjerstedt), Joy Huse (1954).
Reparto: Alain Delon, Jane Fonda, Lola Albright, Sorrell Booke, Carl Studer, André Oumansky, Arthur Howard, George Gaynes, Annette Poivre
Por ahora mi relación con Rene Clément es tan satisfactoria como escueta. No he visto ni sus prestigiosos trabajos en/sobre la 2ª GM, incluyendo clásicos del calibre de La batille du rail (1946) y Los malditos (1946), recientemente editada en DVD, tampoco la que pasa por se su obra cumbre, aunque este caso tendrá pronta solución, y uno del los mejores filmes sobre la infancia jamás rodados: Juegos prohibidos (1952). De igual modo ignoro sus melodramas y sátiras de los 50, donde se integra la atractiva Monsieur Ripois (1954) según una novel de Louis Hémon y contando con Raymond Queneau como dialoguista, nada menos. De tal modo mi feliz flirt con Clément queda reducido a tres encuentros y medio: el medio es su cínico y áspero film de hazañas bélica Mercenarios sin gloria, trabajo del cual fue despedido (o se marchó harto) por un André de Toth que ejercía de tiránico productor al cual no le convencí el desempeño del francés.
Clément aleccionando a Delon
Las otras serían, sin más orden que el parentesco, el delicioso thriller romántico El pasajero de la lluvia (1974), una verdaderamente perla, injustamente olvidada, que emparejaba al americano Charles Bronson en su mejor momento con la maravillosa Marlen Jobert. La aquí tratada Los Felinos (1964) y el que pasa por ser el film más recordado y popular, la ya legendaria A pleno sol. Notable (aunque discutible) adaptación de la magistral The Talented Mr. Ripley, escrita en 1955 por la gran Patricia Highsmith y trasladada nuevamente en 1999 por Anthony Minghella en al también notable (y también discutible) El talento de Mr. Ripley comparte con la presente idéntica tortuosidad y malicia psicológica, en relación tanto a los personajes como a al historia misma y, por supuesto, la presencia magnética de Alain Delon dando cuerpo a dos
protagonistas puramente negativos, amorales, camaleones sociales sin escrúpulos donde frente a su seráfica belleza el actor opone un carisma demoníaco desde donde se construye su imagen imperecedera de beaux tenebreu, de hombre fatal.Una imagen instaura de forma categórica en A pleno sol y que cuatro años después los mismos Clément y Delon revisitaban, tanto con la intención de confirmar como con la de retorcer. Su rol aquí, Marc, es un playboy de costa azul, seductor a tiempo completo, toy boy de equívoco perfil, arribista por la entrepierna, estafador, ladrón, manipulador y lo que haga falta.
La diferencia en esta ocasión es que su personaje está tan devorado por un juego mayor como el resto, implicado en una enrevesada intriga (no cuesta mucho verla como uno de los precedentes del giallo según Umberto Lenzi, por ejemplo) repleta de esquinas oscuras, laberínticos juegos narrativos que se filtran de la trama a la puesta en escena.
Su superficie misma refleja a la perfección la naturaleza de crepitante intriga perversa, de fantasía sexual malsana y decadente rodada con el estrepitoso estilo de la literatura pulp. No en vano su origen mismo se encuentra en una novelita escrita en 1954 por Day Keene escritor americano de larga carrera en los paperbacks que se ajusta como un guante a la ocasión o la ocasión se ajusta a él que tanto da. Fotografía de terciopelo blanco y negro, o más bien de duros grises y sólidos negros, una magistral labor del formidable Henri Decaë, indisociable operador de lo mejor de Jean-Pierre Melville, a lo cual se añade un trabajo de cámara barroco y llamativo, rico en picados y contrapicados, cenitales y angulaciones rebuscadas. Una puesta en escena extremadamente elaborada que alterna urgencia y montaje corto, frenéticos guiños al cine americano con suntuosidad decadentista y sensualidad acariciante. Todo ello envuelto en una banda sonora jazzistica monumental de Lalo Schifrin, tan serpenteante como el resto del film con un tema central que se te queda pegado. En definitiva una resolución plástica que es espejos de la entraña del la película: insidiosa y sexy, agresiva y estilizada.Por si fuera poco no solo no rechaza ese origen de bolsilibro (el título original del mismo, Joy house, no deja dudas sobre la ironía perversa del invento y su carácter turbiamente sexual), sino que lo exhibe con orgullo, principalmente en su vertiginoso comienzo con esos gángsters americanos que son puro cliché irónico, pura estilización. Repletos de frases lapidarias y detalles tan geniales como que uno de ellos, dedicado a hacer fotos además, lleve unos distintivos gemelos con forma de ojo empleados, además, como contraste de esas supuestamente apacibles damas de alta sociedad, un viuda y su tía, dedicadas a las buenas obras en las cuales Delon ve la huida perfecta a sus problemas presentes sin saber que ocultan, literalmente, un mal mucho más retorcido. -Nota bene: resulta sorprendente ver como esta estructura fue insistentemente utilizada por nuestro Paul Naschy/Jacinto Molina que martilleó sobre ella en Los ojos azules de la muñeca rota (1973), Muerte de un quinqui (1975) y El carnaval de las bestias (1980): delincuente a la fuga, supuestamente peligroso, termina refugiado en una casa de locas, donde el hombre está inhabilitado para cumplir eróticamente y él se convierte en carne deseable y centro de algún tipo de conspiración desquiciada-. Si Alain Delon es elemento imprescindible no menos los son el increíble acierto de reparto que suponen la elegante cantante y actriz Lola Albright, misteriosa, sensual, viuda millonaria sobre la cual recaen sospechas de haber “ayudado” a morir a su anciano marido y un jovencita Jane Fonda en su mejor momento físico, radiante, inconscientemente sexual, como supuesta sobrina que se encarga de la intendencia de la casa. Nada más que apuntes sobre la verdadera trama, sobre el desarrollo de los personajes y sus secretos y/o pulsiones. Esta vez hay que verla, aun sabiendo que todo tiene doble fondo, hasta las paredes o principalmente las paredes. Misterios que esconde una mentira que esconde otro misterio y así. Como Rusia según Churchill, Los felinos también es “una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma”. Una batalla de cerebros para el mal, una cumbre de manipuladores donde la geometría del control (ejercitada preferentemente desde una órbita sexual) se difumina entre alternancias de poder y constantes reformulaciones de lo que el personaje central conoce, no conoce o cree equivocadamente conocer. Al contrario que un espectador al cual Clément coloca siempre por encima, un paso por delante, limpiamente, sin escamoteos de información y potenciando así la adicción del suspense en detrimento del impacto de la sorpresa.