Continúa desde la -parte I-.
Decíamos que el siglo XVI fue el periodo más fértil de música renacentista española. La afluencia de compositores y cantantes flamencos provocada por Felipe el Hermoso y Carlos V, pese a favorecer su florecimiento, no lo determinó. De los tres grandes españoles de la época, Cristobal Morales, Guerrero y Victoria, tan sólo el primero siguió de cerca el ejemplo de los flamencos. Morales es una personalidad lírica excepcional, el más hábil contrapuntista que diese España en aquella primera mitad de s. XVI, pero no pretendía innovar, experimentar con formas ni procedimiento inéditos como sus contemporáneos neerlandeses, franceses o italianos.
Francisco Guerrero es mucho menos personal que Morales. Vierte en sus misas, sus motetes, sus madrigales espirituales un sentimentalismo algo soso, a pesar de su sinceridad. Hacia el final de su carrera, destruyó una parte de las obras profanas de su juventud, y adaptó textos religiosos a las que había preservado. Es precisamente en esas piezas menores, canciones, villancicos para las fiestas de Navidad donde podemos encontrar sus páginas menos convencionales.
La gran figura de la época, y acaso como se ha dicho con frecuencia, de toda la España musical, es Tomás Luís de Victoria.
Continúa en parte III