Miles de millones de pesos gasta el gobierno en tratar de ganarse la credibilidad, la voluntad, la confianza de la gente, pero éste es y será un gasto infructuoso, tirado a la basura, si no se acompaña de hechos positivos, de obras y acciones que muestren y garanticen una mejor manera de gobernar en beneficio de la comunidad.
La gente ya no cree en la propaganda oficial, ni en lo que dicen los políticos, sean del partido que sean, porque las palabras, en boca del gobierno, han perdido su eficacia de convencimiento, debido al abuso que de ellas se ha hecho a través de los años.
Es más, hay anuncios oficiales que para muchos resultan hasta ofensivos, porque aparte del evidente despilfarro de recursos, se interpretan como parte de una estrategia para encubrir ineficiencias y corruptelas en diversos órdenes de la vida pública.
Pero no todo está perdido
Sin embargo, claro está que puede rescatarse la confianza en las instituciones, porque siempre queda el recurso de los hechos, o sea, demostrar con obras lo que se dice con palabras.
La gente cree en lo que hacemos, no en lo que decimos: si nuestros hechos contradicen lo que decimos, nadie nos va a creer. Por ejemplo, la descarada corrupción que se manifiesta hoy en todos los niveles de la vida pública no se puede negar con palabras; en este caso nada hay que hacer en el campo de la propaganda, de la publicidad, por muy profesional que ésta sea.
Pero, si por lo contrario, los hechos de la administración pública son positivos, a través de obras y acciones que realmente busquen el beneficio de la sociedad, la percepción de la gente respecto al gobierno puede cambiar de manera positiva.
Es decir, son las obras, las buenas acciones, la mejor manera de convencer a la gente, de rescatar la confianza en las instituciones.
Sólo Dios hace milagros
A través de mi largo oficio periodístico he sido testigo de la suerte corrida por varios jefes de prensa en distintos niveles de gobierno, que fueron despedidos porque “no supieron” cambiar la imagen pública de ciertos gobernantes acusados de corruptos y nepotistas que deseaban aparecer como eficientes y honrados.
En su momento, estos directores de comunicación social argumentaron la realidad, es decir, la imposibilidad de negar con palabras lo que los hechos denunciaban. Y de todos modos los corrieron. Obviamente, sus sucesores tampoco pudieron cambiar esa imagen negativa, porque sólo Dios hace milagros.
Si los gobernantes, los políticos, quieren cambiar su mala imagen ante la sociedad y mejorar su nivel de credibilidad, no tienen otra opción que hacer obras que la gente juzgue realmente benéficas, y dejarse de anunciar cosas en las que nadie cree y que representan desde luego un gasto innecesario, infructuoso, contrario a lo que entendemos como una administración eficiente y honrada de los recursos públicos.
Claro, todas las instituciones públicas y privadas deben difundir lo que hacen, aquí y en el mundo entero, pero que sea con la verdad, no con mentiras.
Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública.