Revista Cultura y Ocio

El rescate de nerea -relatos cortos-

Por Orlando Tunnermann

EL RESCATE DE NEREA -RELATOS CORTOS-
Los rebosantes fajos de billetes de 500 euros estaban dispuestos en armoniosas hileras verticales como trasuntos de majestuosos pilares “columnados” de economía y opulencia. Detrás, como una sombra ominosa y despectiva, asomaba un revolver negro.Mariana Vracovic lo arrojó todo precipitadamente al interior de un amplio morral, maltrecho y descosido, y salió de la pinacoteca privada del mago de las finanzas sueco, Richard Eggerströnd.La caja fuerte, oculta tras un hermoso cuadro de una joven damisela de vestido largo y albo que paseaba en un vergel de flores policromadas, quedó abierta como prueba flagrante de su pérfido delito.Le asombraba cuán sencillo le había resultado sisar el código secreto y acceder al despacho de su jefe sin la menor oposición ni contratiempo destacable con los obtusos centinelas que custodiaban la casa.Cierto era también que para lograr tal propósito había tenido que hacer uso de sus armas de mujer para atarugar a aquellos implacables “centuriones”. Casi podía sentir aún las palpaciones indecorosas y lúbricas de las manos regordetas y patosas de Nicanor deslizándose como culebrillas de río por debajo de su minifalda negra, mientras Leopoldo le desabotonaba la blusa blanca y lisa.La falaz promesa de una cena exclusiva para tres, en un ambiente íntimo y sicalíptico, donde los magreos y las fantasías liberadas serían bienvenidos, contuvo el avance de la lujuria malsana con forma de manos vejadoras que maceraban la carne mollar y suave, allá donde se enhestaba turgente y altiva.Los prolegómenos de aquella farsa anticipada habían concluido con unas copas de coñac atiborradas de un potente combinado somnífero que dejó a los incompetentes cancerberos exánimes, como efigies de cartón y piedra.Mariana desterró de sus pensamientos a los dos pazguatos, así como la sensación de sentirse usada, sucia y mancillada, y se centró en la voz distorsionada del comunicante que tenía a su hija, Nerea.La voz, desnaturalizada, electrónica, aséptica, le había exigido 300.000 euros a cambio de la vida de Nerea. El macabro informante sabía perfectamente donde podría conseguir tal cantidad y le coaccionaba a emprender las martingalas que considerara menester para aprehender el botín. En poco menos de veinte minutos detuvo su Honda Civic plateado delante del número 27 de la calle Doctor Sanchís Banús. Tres hombres encapuchados descendieron de un flamante Toyota Land Cruiser Kuruma negro con los cristales tintados. Nerea se quedó dentro del vehículo. Asomó su cabecita redonda y pequeña, adornada con sendas coletas de lacio cabello negro. En su carita infantil se concitaban el miedo y el llanto, retenidos en una presa emocional de liviana estructura que se fracturó, vertiendo su contenido de lágrimas torrenciales.-Sois unos miserable –Rugió Mariana, arrojando el zurrón con el dinero incautado-. Ahora devolvedme a mi hija –Exigió. Si se sentía aterrorizada por la situación, ello no afluía a la expresión de su semblante seductor, ni a la actitud arrogante con que les hablaba-.-Por supuesto –Respondió bravucón el más fornido y alto, mientras fumaba tranquilamente a través de una abertura en la línea de los labios-. Has superado la prueba con el éxito esperado. Sabía que valías para esto. No me suelo equivocar con las intuiciones.Exhaló densas volutas de humo. Con un ligero ademán de su cabeza ordenó a sus secuaces que liberaran a la niña y recogieran el dinero. Mariana conocía esa voz… ese porte omnipotente y socarrón…“(¿Quién eres?) (¡Déjame ver tu rostro!) Se contrajo su hermoso semblante ante la grotesca revelación: (¿una prueba, he superado la prueba?)”Rebulló demonizada su alma vindicativa. Nerea caminaba ya en dirección a su madre, con paso titubeante, como si temiera que el suelo pudiera resquebrajarse para desplomarse bajo sus pies y conducirla a un abismo insondable habitado por espectros y ogros bicéfalos.-Cierra los ojos cariño –Susurró Mariana con una frialdad escalofriante. No era ni por asomo una de las frases que Richard Eggerströnd habría esperado escuchar en aquel instante de evidente carga emocional.Mariana, la esbelta y atractiva mujer rumana que trabajaba en su casa desde hacía más de 5 años, bailarina de profesión, hermosa como una felina indómita, larga cabellera lacia y negra y con un seductor lunar minúsculo en la comisura del labio superior, extrajo una pistola, su pistola, de algún recoveco íntimo bajo la minifalda negra. La mujer a quien amaba, a quien había observado de manera indecorosa mientras limpiaba estantes y fregaba suelos, esa mujer de sonrisa imposible y mirada glacial, disparó contra los desprevenidos acólitos del estupefacto cabecilla.Nerea dio un respingo como de marioneta “hipada” y corrió a esconderse tras las faldas de su madre. Se le cayó de los labios el pitillo al desconcertado magnate. Se retiró la máscara para que pudiera reconocerle. Sonreía como un adolescente enamoriscado.-Eres despiadada. No te tiembla el pulso si tienes que apretar un gatillo. Sabía que no me equivocaba contigo –Había en su voz un tono de encomio repulsivo. Mariana estaba tan perpleja que tardó unos segundos en reaccionar.-¿Richard? ¿Qué significa todo esto? –La situación le asqueaba. Se sintió manipulada, vejada, ultrajada-.-Te quiero a mi lado, es así de simple, Mariana –Repuso el magnate absolutista, como si claudicar de aquella honorable distinción no fuera algo negociable-. Necesitaba estar seguro de que no te faltaba coraje, que podrías apretar el gatillo si las circunstancias te obligaran a ello.El rostro de Mariana no podía resultar más concluyente. La exégesis circunstancial del secuestro de su hija, por mucho que llegara ligada al elogio de su denuedo y bizarría, no eximía al canalla de la nefanda putrefacción de su vil acción.-¡Calla! No quiero escucharte más –Le apuntaba con la pistola Mariana. Me he tenido que comportar como una… ramera para conseguir el código… -Se movía frenéticamente, de un lado a otro, como un bote a la deriva, rabiosa-. He tenido que narcotizar a esos hombres… para robarte tu dinero Y… y he matado a estos dos. ¿Acaso para ti todo esto es un juego? Creía que mi hija estaba en peligro, temía por su vida. ¿Sabes lo que se siente ante algo así?-Tú, maldito miserable –Prosiguió Mariana- te has burlado de mí, te has aprovechado de mí, lo tenías todo perfectamente organizado para descubrir si sería capaz de apretar un gatillo llegado el momento…Mariana estaba a punto de implosionar. Richard trató de apaciguar el vórtice del torbellino explosivo de su cólera con otra de sus desafortunadas exégesis.-No es así, tan terrible como tú lo pintas, Mariana. ¿A quién le importan estos dos pobres desgraciados? Lo arreglaremos.-Todo se arregla con dinero, ¿verdad?-Así es, todo –Repuso el magnate, convencido de que ella había asumido los engranajes de su diabólico plan-. Pero para tu tranquilidad, te puedo asegurar que tu hija jamás estuvo en peligro. Yo nunca lo permitiría.Mariana soltó una breve risa sardónica.-Te equivocas, Richard. Soy yo quien nunca lo permitiría, su madre.Demudado por el horror, el rostro de Richard contempló por última vez cómo Mariana se aproximaba a grandes zancadas y, apuntándole a la cabeza, enviaba sus sesos junto a los cuerpos sin vida de sus exánimes adláteres.Una mujer oronda y huraña, afectada de misantropía, contemplaba toda la escena desde el número 23 de la misma calle. Herminia Rosales cerró la ventana de su dormitorio y se acostó, dejando como único testigo de la matanza a su gata Perséfone, que observaba indiferente desde el alféizar cómo se alejaba Mariana junto a su hija, introduciendo un pesado morral en el maletero de un vehículo plateado.

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