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El ánima es el aspecto femenino inmerso en el hombre. Su contrapartida en la mujer es el ánimus. Es un error confundir este arquetipo, un patrón inconsciente de conducta, con el concepto religioso del “alma”. Decía Jung que:
El ánima no es el alma en el sentido dogmático, no es un anima rationalis, que es un concepto filosófico, sino un arquetipo natural que resume satisfactoriamente todas las afirmaciones del inconsciente, de la mente primitiva, de la historia del lenguaje y la religión.
(Fuente)
Viene a representar la imagen guía a través de todos aquellos aspectos que, en tanto que inconscientes, manifiestan la oscuridad, lo desconocido, aquello que por no ser de uno ha de ser el Otro. Y, de la misma, forma, mientras el ánima no sea integrada, habrá de sufrir las mismas transformaciones y cambios de humor que caracterizan a todas las voces internas que buscan abrirse paso hacia los escasos dominios de la conciencia.
El ánima es diosa y demonio, princesa y dragón. Y, algunas veces, compañera.
El proceso de individuación busca superar la pluralidad de las formas del alma de que hablaba Platón o, en términos budistas, la multiplicidad de corrientes de conciencia que conforman la mente humana. Se trata de alcanzar una totalidad consciente en la que integrar todas las voces de la psique, tanto las constructivas como las destructivas.
El ánima-ánimus representa la contrapartida de género de la persona, esto es, aquello que reacciona, desde el inconsciente, mediante las actitudes interiorizadas del sexo opuesto, al yo consciente que actúa en el mundo mediante las actitudes que convienen al sexo propio. Un arquetipo que expresa el significado que sobre el hombre y la mujer se ha ido acumulado a lo largo de la evolución humana y que determina la manera en que cada hombre percibe a las mujeres y cada mujer a los hombres.
Así, no se debe ver el arquetipo del ánima-ánimus como una respuesta directa a las características del sexo opuesto, sino a la relación que tenemos con alguien que es necesariamente diferente. La imagen interna del ánima es determinada por las experiencias del individuo con las mujeres a lo largo de su vida, comenzando por la madre.
La individuación pasa por la integración progresiva de opuestos no asumidos, ya que alguno de los polos es interpretado como ajeno al individuo. Todo aquello que no es asumido como propio, escapa al control y actúa de forma independiente, de ahí que la individuación sea el equivalente psicológico de la redención en términos más espirituales. Cada aspecto que se activa en el inconsciente y no es integrado, alcanza la conciencia mediante su asociación con imágenes externas, bien en sueños, fantasías o proyecciones directas sobre la realidad exterior.
Como todo elemento que habita los mundos del inconsciente, se trata de patrones altamente primitivos que deben ir “humanizándose”, es decir, el camino desde lo inconsciente a la conciencia es el camino por el que las energías de la psique depuran su carácter instintivo y automatizado, propio de la inconsciencia animal, y alcanzan los ámbitos donde el individuo las puede controlar y dirigir hacia fines más elevados en términos de desarrollo personal.
Ánima, ánimus y falsos novios
Un hombre que pierde el contacto con su ánima está des-animado. Su humor es cambiante y, aunque la mayoría de las veces se exprese con corrección y sensibilidad, sufre de repentinos ataques de ira y violencia. Es entonces cuando se puede decir que ha sido “poseído” por el ánima, la cual busca manifestarse por su cuenta y riesgo ante la falta de atención que recibe.
Como ocurre con todo complejo, la manera de superar el control negativo del ánima consiste en ser conscientes de su presencia y establecer un diálogo consciente y permanente con ella. Hay cuatro estados fundamentales del ánima, que se van sucediendo unos a los otros según el hombre la va integrando como parte de sí mismo. Jung personificó estos cuatro estados en las figuras de Eva, Helena de Troya, la Virgen María y la gnóstica Sofía.
Eva es el ánima identificada el arquetipo de la Madre: una mujer que se entrega al cuidado incondicional del individuo, sobreprotectora y, por ello, castradora. El hombre cuya ánima se encuentra en esta fase no puede vivir sin una mujer a la que someterse.
Helena es un ánima sexual, una femme fatale con la que vivir aventuras cortas, intensas en pasión pero superficiales en esencia. El sexo es el motor principal de la relación, si no el único.
María es la expresión de una mujer espiritual y capaz de establecer una auténtica relación de amistad. Un hombre cuya ánima ha alcanzado esta fase podrá olvidarse de sus propias necesidades para atender las de su pareja, entendiéndola tal y como ella es, y no como él quisiera que fuera. La sexualidad está integrada en un conjunto superior de valores, de modo que tiene claro la diferencia entre sensualidad y amor.
Sofía es el ánima desarrollada de tal forma que puede guiar al hombre en su viaje interior. En su sabiduría, es la mediadora entre la conciencia y el inconsciente. Es la Beatriz de Dante, la musa de los grandes artistas, la compañera que suele aparecer junto al arquetipo del Viejo Sabio. En este punto, la sexualidad carece de valor si no forma parte del camino espiritual.
El paso de un estado a otro requiere enormes esfuerzos, pues la transición se manifiesta como una época de profunda crisis que es necesario atravesar completamente, con el riesgo de que el proceso se frustre y el individuo quede estancado con un ánima agotada, cuyas cualidades ya no pueden sino perjudicarle, pues pertenecen a un estadio anterior que exige ser superado.
Como el resto de personificaciones, el ánima que no ha sido integrada se muestra bajo formas inhumanas, como monstruos, animales o seres fantásticos. El proceso de asimilación culmina con su muerte, dejando paso a una nueva imagen superior. Sólo si se produce la muerte, un ánima sustituirá a otra. De lo contrario, el ánima vieja luchará por poseer al ego. En esa transición, el conflicto es tan real como lo es su proyección en las crisis de pareja que puedan estar dándose en la vida exterior.
El ánima es siempre el complemento de la persona, a la que compensa necesariamente con las cualidades que ésta no quiere expresar, por haber sido reprimidas en función de lo que es propio e impropio del otro sexo, en términos sociales o familiares. Es por ello que la identificación con la persona va siempre acompañada de la posesión por el ánima.
Si el hombre ha de estar atento a sus sentimientos para dialogar con el ánima, la mujer debe prestar atención a su intelecto para discernir si los pensamientos que surgen proceden de su conciencia o son invasiones del ánimus.
El ánimus se viste con las experiencias que la mujer ha ido adquiriendo con respecto a los hombres, sobre todo su padre. El ánimus actúa como una mente inconsciente que, si no es integrada por la mujer y ésta queda poseída, se manifiesta en ideas dogmáticas y opiniones comunes sin profundidad; la actitud natural femenina se ve entonces invadida por la rudeza en las dotes de mando y la expresión de una fría indiferencia.
Cuando el ánimus está controlado, proporciona valiosas cualidades a la mujer, como iniciativa, coraje y una elevada capacidad para el discurso objetivo. Jung describe cuatro estados para el ánimus.
En el primero, aparece personificado como un hombre musculoso cuyo poder es puramente corporal; la mujer en este estadio necesita un compañero “sano” que la proteja y le proporcione satisfacción física.
En el segundo estado, el ánimus es capaz de hacer planes. Una mujer con éste ánimus busca ser independiente y prosperar en su carrera profesional; su compañero ideal será un tipo ajustado a las convenciones sociales, buen padre de familia y el típico manitas, entregado en tiempo de ocio al mantenimiento del hogar.
El tercer estado del ánimus se corresponde con una figura de autoridad, como el arquetipo del Profesor. La mujer tiene la necesidad de aprender y se ve atraída por los trabajos creativos. Busca un hombre con el que tratar de igual a igual, lejos de una figura paternal y del marido convencional.
En el cuarto estado, el ánimus incorpora los valores espirituales más elevados, y queda personificado en figuras como Gandhi o el Dalai Lama. Al igual que el ánima en el hombre, en este último estado el ánimus se convierte en el mediador entre la conciencia femenina y su inconsciente.
Cuando el ánima no presenta la imagen apropiada al estado psíquico del hombre, se manifiesta como la falsa novia de los cuentos de hadas; por ejemplo, las hermanas de Cenicienta que tratan de engañar al príncipe.
Existen dos tipos básicos de falsa novia: la que aleja al hombre de sus responsabilidades y lo introduce en un reino de fantasía, lo cual es propio del idealismo falto de compromiso y la inmadurez de la juventud; y la que trata de que permanezca identificado con la máscara social que es la persona, algo que se manifiesta en tendencias regresivas en la fase adulta, como la necesidad de aparentar una elevada posición social o dar una imagen de eterna juventud.
En el caso de los falsos novios, la mujer quedará atada a una figura autoritaria, representativa del aspecto negativo y abusivo del Padre, que impide su desarrollo mental y quiebra la confianza en sí misma.
Cualquier cualidad que no reconocemos dentro de nosotros, se nos cruzará en el mundo exterior por obra de la proyección. Se darán entonces elecciones equivocadas y conflictos en los que quedaremos seducidos por las tendencias regresivas del inconsciente. Esto es así porque la psique, mayoritariamente inconsciente, es conservadora por naturaleza; cualquier intento por avanzar exige que la pequeña parte consciente realice un enorme esfuerzo contra natura.
Según en qué fase esté cada cual, así ejercerá su relación con el sexo opuesto. En su fase inicial, el ánima se identifica con la Madre y el ánimus con el Padre. Esta fase suele ser superada antes de la edad adulta, pero si no ocurre así, se acaba buscando a la mami o al papi en la pareja y alimentando una relación infantil donde el puer aeternus reprocha a quien ha elegido como figura protectora la falta de cuidados, al tiempo que la carga con buena parte de sus frustraciones personales.
Dragones y princesas
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En su primera etapa, por ser la representación más primitiva y al igual que ocurre con las primeras representaciones de la sombra, los sueños suelen identificar al ánima con figuras animales, como la del dragón. Poco a poco, se irá humanizando.
Aquí conviene señalar que, al comienzo del encuentro consciente con el ánima, ésta puede estar “embrujada” por ciertos aspectos no resueltos de la sombra.
La aceptación de que existe otro complejo más allá del ánima puede probarse por el hecho de que en los sueños, con frecuencia, aparece como que el ánima tiene otro amante y entonces el hombre tiene sueños de celos. Éste es un tipo de representación del inconsciente a través del cual se nos dice que el ánima se encuentra atada a otro complejo, en el inconsciente, y hay que adivinar cuál es el ánima y cuál es el otro complejo.
(Von Franz, Símbolos de redención)
El “mago” que hechiza al ánima, dice Von Franz, es una tendencia inconsciente que no puede entrar en la conciencia y por lo tanto se apodera del ánima. Esta acción se representa como su infidelidad:
…se va con otro hombre sin que él se dé cuenta –una característica inconsciente propia—. Entonces surge el problema de que el ánima tiene que liberarse y matar al mago.
El individuo tiene que preguntarse por qué existen tales ideas en su ánima para descubrir el encantamiento y darse cuenta de que está tratando con el mago. Una vez liberada, el ánima será la princesa aliada, no la influencia peligrosa de la primera etapa.
Cuando se supera la “fase animal”, el arquetipo se contempla con menos temor y pierde sus rasgos más amenazadores. Se entra en un periodo de relación basado en instintos sexuales como cebo para el avance en la integración. Ocurre entonces un nuevo peligro de estancamiento.
Si el ánima es vista desde una perspectiva estética y no ética, como corresponde a la fase superior de integración, la princesa del cuento, aunque ya no sea el animal embrujado, desaparecerá o se marchará lejos. Esto suele pasar, como vemos en muchos cuentos y, por tanto, en muchos sueños, durante una fiesta, es decir, en la esfera de una diversión superficial.
La actitud consciente no está tomando al ánima en serio y por lo tanto la catástrofe ocurre y el joven zar tiene que hacer la larga búsqueda para encontrarla de nuevo.
Al acudir de nuevo a su rescate, puede suceder que el ánima esté encerrada en un castillo prisionera de algún dragón, demonio o ser malévolo, “un proceso compensatorio extraño por el hecho de que se subestima la figura del ánima en el inconsciente”, dice Von Franz. La princesa y el dragón, aunque no se identifiquen, aún conservan ciertos lazos.
Dioses
Vemos, así, que cada fase conlleva su peligro de estancamiento, pues por algo se habla de la senda estrecha y tortuosa. Por ello, también es posible no terminar de integrar al ánima en su fase más elevada. Si se olvida el proceso y la energía psíquica que presiona sobre la conciencia se torna inconsciente, el mundo se nos llenará de dioses.
Si esto se proyecta en el exterior, la dependencia con respecto a la pareja puede alcanzar dosis enfermizas, hasta el punto de que la vida no tenga sentido sin ella. Pero la proyección también abarca a los grandes “ídolos” que por el mundo pululan.
En el mundo actual, cualquier personaje famoso capaz de llenar un estadio ejerce el papel de los antiguos inquilinos del Olimpo. Cualquier rasgo que admiremos y deseemos será proyectado en algún “dios” o “diosa”.
Cuando necesitamos relacionarnos con el mundo de una manera nueva y diferente, nuestros sueños producen a un dios o una diosa que posee las capacidades que necesitamos. Nos oponemos a la sombra porque no queremos cambiar. Nos enamoramos de un dios o de una diosa porque es todo lo que siempre quisimos poseer.
[…]
En el caso de la sombra tenemos que identificar los rasgos que ésta representa y que nosotros necesitamos. En el del anima/animus tenemos que darnos cuenta de que no debemos mirar siempre hacia otra persona para que le dé sentido a nuestra vida. La sombra evoluciona hacia figuras más familiares hasta que ella y nosotros somos uno. La figura de anima/animus cuando evoluciona se convierte en alguien con quien podemos sentirnos cómodos de una manera humana.
(Robertson, Introducción a la psicología junguiana)
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Mientras que el conflicto exterior provocado por la sombra proyectada obliga, tarde o temprano, a cierta admisión de las zonas oscuras de uno mismo, la proyección del ánima deriva en relaciones placenteras hacia la “media naranja” idealizada. Pero una vez descubierta la persona real tras la proyección, suele resultar más fácil romper con ella y volver a proyectar en otra persona, algo mucho más agradable que una auténtica indagación en el ánima/animus.
Frente a ello, en una versión más positiva:
…debido a que nos vemos atraídos hacia el enamorado, y nos encantan todas sus cualidades (aunque no nos demos cuenta de que esas cualidades son básicamente nuestras y no pertenecientes a la otra persona), logramos observar y relacionarnos con partes de nosotros mismos que de otro modo no veríamos.
Pero para que sea productivo, es necesario que la relación dure y permita profundizar en las cualidades del otro.
Si la relación madura, se van revelando aspectos más profundos. Una mujer descubre las inseguridades que existen tras la dura fachada masculina y ama todavía más al hombre. El hombre descubre que una mujer aparentemente “débil” muchas veces es la más fuerte de los dos cuando surge una crisis real en sus vidas. Una mujer nota lo frágil que es la estructura de la realidad vista desde una perspectiva masculina, aparentemente “racional”.
Al igual que con la sombra, tenemos que dejar de proyectar el ánima/ánimus en las personas del mundo exterior, y aceptar que esas características se encuentran en nuestro interior, ya sea una “mamita/papito” que nos arruina toda iniciativa de independencia o una celestial, luminosa y perfecta criatura que nos invita a descansar y no continuar por el oscuro sendero de las profundidades.
Si al inconsciente no se le ofrece un medio activo de expresión y aceptación de los símbolos internos, dice la psicología analítica, se materializará en el exterior una forma involuntaria de fantasía destructiva.
El asunto se agrava porque la “posesión” del aspecto inconsciente implica la convicción de que uno está en lo correcto, que actúa como un todo consciente, sin darse cuenta de que está siendo manipulado por un impulso gobernado por un arquetipo oculto, ya sea sombra, ánima o ánimus embrujados o finalmente endiosados.
Se trata de comprender que lo divino y lo demoniaco no son fuerzas externas sino internas, y que aunque internas son autónomas del yo mientras éste no las asimile.
Mientras tanto, el humano, incapaz de comprender que la naturaleza muere porque Dafne está cautiva, no ve motivos para descender al Hades en busca de la diosa.
Ciego por parecer sensato, se esfuerza inútilmente en resucitar las plantas que mueren a su paso…
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