Revista Opinión
Estaba con otras cosas, llevaba tiempo sin escribir aquí, pero sobre todo sin ganas. De hecho creo que pronto cerraré el AltaBlog porque no encuentro razones para seguir, ni tengo el divertimento, ni la capacidad, de convertir un texto en la munición necesaria para cambiar este mundo, que cada día va dando dos pasos para atrás. Pero quizás hoy me ha carcomido la canalla de toda esta semana, la mala digestión de cualquiera de los telediarios: la barbarie. A casi nadie le interesa en la calle el llamado "Estado de la Nación", y de los que le interesa la mayoría tampoco lo ven con la confianza en que el país mejorará sino más bien como si de un juego de actores y actrices se tratara. A casi nadie se le escapa de la cabeza que todo esto es un montaje de los que tienen más para seguir robando y teniendo más. Cuando existía el muro se cortaban un poco más por aquello del miedo a "los comunistas" (entónese de esa manera), pero ahora ya se han ido quitando la careta y lo peor de todo es que no hay respeto. Siempre he pensado que el respeto es algo que se debe mantener incluso con el enemigo, no la tolerancia que es otra cosa (y yo no presumo de tolerante con el enemigo, nunca). Estos mangantes nos han faltado al respeto, es decir que consideran que los demás no tenemos valor en sí mismos. Los que cobran grandes sueldos y grandes prebendas piden que nos recorten los sueldos, los que tienen los mejores médicos en clínicas extranjeras no quieren que la sanidad sea pública y universal, los que tienen a sus hijos en caras Universidades de los EEUU no quieren que aquí la enseñanza superior sea decente y existan becas para los que menos tienen. Ya no se trata de tal o cuál partido político es que tenemos en nuestro país al Presidente del Gobierno y al Jefe de Estado, ambos, en la picota de la corrupción. Que hablamos no de unos políticos, sino de un sistema, de una organización mafiosa de los que nos gobiernan y determinan si unas Navidades cobramos paga o no, o peor aún, si te echan a la calle sin apenas avisarte y si lo hacen cuánto te pagarán, sin que tu no puedas hacer más que irte a la calle pegarte unos gritos y volverte a tu casa con el rabo entre las piernas, como corderito que acepta ese maldito sistema. Si no hay respeto en la sociedad no hay reconocimiento del otro, y si no te reconocen te sacan de juego, del juego de las decisiones. Reconozco que esto que digo no es innovador y que estaréis harto de escuchar, y que muchos lo pensarán pero tenía que decirlo, quizás para reivindicar ese respeto que hoy día nos han arrebatado. Necesitamos esa grandeza de espíritu, esa elevada moral que tanto pedía Rosa Luxemburgo cada vez que se dirigía a los obreros alemanes en la recesión y que tanto escasea también en la militancia de nuestros partidos llamados "de izquierdas".