«Recibirían a un varón con gran júbilo y alivio, lo sabe, pero entonces lo moldearían para un solo destino: ser duque. A una niña se le exigiría hacer lo mismo que ha hecho ella, desarraigarse de su familia y de su lugar de nacimiento para arraigar en otra parte en la que tendrá que aprender a medrar, a reproducirse, a hablar poco y hacer menos, a quedarse en sus habitaciones, y a cortarse el pelo, y a evitar las emociones, y a contener la estimulación y a someterse a todas las caricias nocturnas que le salgan al paso.»
Acabo de finalizar El retrato de casada, la última novela de Maggie O'Farrell, que en España ha publicado, como todas las suyas, Libros del Asteroide en estupenda traducción de Concha Cardeñoso.Sinopsis (proporcionada por la propia editorial)Florencia, mediados del siglo XVI. Lucrezia, tercera hija del gran duque Cosimo de’ Medici, es una niña callada y perspicaz, con un singular talento para el dibujo, que disfruta de su discreto y tranquilo lugar en el palazzo. Pero cuando muere su hermana Maria, justo antes de casarse con Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara, Lucrezia se convierte inesperadamente en el centro de atención: el duque se apresura a pedir su mano, y su padre a aceptarla. Poco después, con solo quince años, se traslada a la corte de Ferrara, donde es recibida con recelo. Su marido, doce años mayor, es un enigma: ¿es en realidad el hombre sensible y comprensivo que le pareció al principio o un déspota implacable al que todos temen? Lo único que está claro es lo que se espera de ella: que proporcione cuanto antes un heredero que asegure la continuidad del título.
Llegaba yo a la novela con muy altas expectativas. No era para menos después de haber disfrutado tanto con Hamnet en 2021 de la que hice una elogiosa, sentida y sincera reseña en este blog, que os invito a leer. La verdad es que El retrato de casada habiéndome gustado, me ha producido cierta desilusión. ¿Sí?, os preguntaréis; ¿por qué?, proseguiréis. Pues por varios motivos: el primero ya lo he anticipado: la historia del hijo de Shakespeare, la influencia del mismo en la obra cumbre del dramaturgo inglés, me había llenado tanto que la historia de Lucrecia Médicis, duquesa de Ferrara, no ha alcanzado en mi consideración la altura de la anterior. El segundo es que el estilo, la manera de presentar la historia, su estructura, la belleza del lenguaje empleado, son todos ellos muy hermosos y muy bellos pero para nada sorprendentes al ser muy semejantes a los presentes en Hamnet. En definitiva, diría que Maggie O'Farrell aprovecha en esta novela el tirón de su novela anterior, usa el fantástico oficio de novelista mostrado en ella y aprovecha la enorme documentación que sobre el siglo XVI hubo de recopilar y supo bien manejar. Tan sólo ha cambiado la ubicación: del Stratford inglés próximo a Londres pasa a la Florencia y Ferrara del mismo siglo. También en ambas el foco está puesto y protagonizado por una mujer.
Maggie O'Farrell se sube a la actual ola de la Historia vista desde el punto de vista de las mujeres y lo hace con gran acierto y conocimiento. El conocimiento deriva de su fabulosa documentación que, por si tuviera necesidad de aclarárnoslo -yo pienso sinceramente que no era preciso que lo hiciera- lo explicita en parte en la «Nota de la autora» que incluye tras el texto novelístico propiamente dicho; el acierto reside en la maestría que demuestra en el manejo de estos materiales. La historia de Lucrezia, casada por acuerdo de las dos familias -la de Médicis y la de Ferrara- y con enorme desacuerdo por su parte, la presenta la novelista desde la mentalidad actual. Visto así, es enormemente injusto todo lo que le sucede a esta mujer: ninguneada por sus propios padres y hermanos al ser la quinta hija del matrimonio formado por Cósimo I de Médicis y su esposa Eleonara, hija del Virrey de Nápoles; educada en la estricta vigilancia impuesta por su madre española; anuladas o escondidas sus innegables capacidades artísticas por el mero hecho de ser mujer; destinada por su condición a proporcionar descendencia, preferentemente varones, a su marido; encerrada por manifestar opiniones propias y contrariar al esposo; y siempre dispuesta a satisfacer los deseos de éste en cualquier momento.
Es tal el número actual de novelas que inciden en denunciar esta injusta condición de las mujeres en el pasado que como ocurre con cualquier otro exceso la mente del lector ya se bloquea y el beneficioso y legítimo efecto perseguido por tal revelación se pierde en gran medida. Al menos esa es la impresión que constantemente se imponía en mi interior durante los días que he dedicado a la lectura de El retrato de casada. Todo lo que se muestra relativo a las injusticias soportadas durante esa época por las mujeres por el mero hecho de serlo lo conocía, lo sabía y desde hace tiempo tiene mi completo repudio. Pero, decía para mí, aparte de esto algo más tendrá que contener la novela. Y sí, algo más hay, pero todo ello bastante predecible y sabido: la doblez masculina (Alfonso d'Este es tierno sólo para el amor conducente a la procreación; muy cruel para todo lo demás, especialmente si el ansiado heredero no se anuncia siquiera); las dudas en Lucrezia, la esposa, ante tan taimado comportamiento; la sororidad producto del aislamiento en que se obligaba vivir a las mujeres; las envidias entre unas y otras a causa del miedo a ser castigadas por el Duque (las hermanas Elisabetta y Nunciata entre ellas y hacia ella); los consejos de Eleonora, madre de Lucrezia, desatendiendo del todo sus peticiones de auxilio; el mecenazgo propio de las cortes renacentistas italianas que provocaban la adulación de los artistas allí cobijados (el Bastiniano, autor del retrato, y también el poeta Torcuato Tasso que se cita al hablar de la corte de Ferrara); etc.
Pero si todo es tan predecible, ¿cómo es posible que hayas aguantado y hayas completado la lectura?, me preguntaréis. Pues sencillamente porque el texto es de una gran hermosura, quizás un tanto recargado en ocasiones, pero bellísimo siempre. La estructura, la disposición de la historia, también me ha gustado en extremo: comienza en 1561, sabiéndose en peligro de muerte Lucrezia y manifestándolo de esa manera (monólogo interior sobre todo) que utiliza la escritora para escribiendo en tercera persona penetrar en la mente del personaje y mostrarlo bien a las claras:
«Lucrezia agarra el borde del plato con los dedos. La certeza de que él pretende acabar con su vida es como una presencia a su lado, como si un ave rapaz de negro plumaje se hubiera posado en el brazo de la silla»Sabiendo esto desde la página cuatro, todo el camino lector hasta culminar las cerca de 400 páginas de la obra se mantiene gracias al suspense, a la duda por conocer si verdaderamente esta muerte se producirá o no, algo que no voy a decir aquí pues es uno de los alicientes del libro. Hasta llegar a su final la narración retrocede (analepsis) y avanza (prolepsis) en los capítulos situados en su mayoría en los años 1560 unos y en 1561 otros, pero también en años anteriores como en 1544, cuando se produce la concepción de Lucrezia por parte de Cósimo y Eleonora, pasando por 1554 año en que vemos cómo Lucrezia crece dando muestras de su carácter independiente y de sus dotes artísticas, o 1557 cuando llega la petición de matrimonio por parte de la corte de Ferrara y Lucrezia logra esquivar la situación durante dos años gracias a las argucias de su aya Sofía. Dentro de los propios capítulos hay también movimientos espaciales gracias al recurso del contrapunto que en la novela se utiliza con frecuencia; dichos cambios simplemente se marcan mediante un espaciado mayor entre los párrafos que los contienen.
Pero sin lugar a dudas es el lenguaje lo mejor de esta novela. Un lenguaje lleno de imágenes y metáforas, de una precisión léxica extraordinaria. Como ya manifesté al hablar de Hamnet se nota que Concha Cardeñoso, la traductora, se esfuerza en la búsqueda del vocablo exacto, preciso, fiel a la frase y al contexto temporal. Es un vocabulario preciso y adecuado para la época que en un amplio porcentaje ya aparece en su novela anterior. Por ejemplo 'Carriola' (Cama baja o tarima con ruedas), 'tederos' (Pieza de hierro sobre la cual se ponen las teas para alumbrar), 'Balia' (Palabra italiana que significa 'nodriza'), 'Opalina' (De color entre blanco y azul con reflejos irisados), 'Dríadas' (Ninfas de los robles y de los arboles en general), 'Hastiales' (Parte superior triangular de un edificio donde reposan los dos tejados), 'evirati' (castrados), 'Vitela' (Piel de vaca satinada que sirve para pintar o escribir en ella), 'picazo' (De color blanco y negro mezclados de manera irregular [en las caballerías]), 'Uxoricidio' (Muerte causada a la mujer por su marido), etc.
Es un libro que se disfruta leyéndolo, que contiene una plasticidad en las frases que contagia y anima a seguir gozando con las palabras, frases y oraciones con las que Maggie O'Farrell describe el paisaje, a las personas, los edificios y sus estancias donde estas viven
«Lucrezia pasea con unos zapatos blandos y un vaporoso vestido amarillo. Lleva una cofia azul claro en la cabeza sobre la que caen con curiosidad unos suaves rayos de sol, que se le posan en la coronilla y en la frente como caricias de un animal domesticado.»El lenguaje, algo recargado a la hora de describir los espacios, sin embargo se adelgaza, se simplifica y pasa a la frase corta cuando describe la cotidianidad, el costumbrismo, la vida de los que habitan en palacio o en el exterior de éste
Y naturalmente es el lenguaje el que nos sirve para penetrar en el interior de la protagonista y saber de sus dudas:
- «Una formación de soldados desfila por el puente, tres filas de a dos, con la espada al hombro. Cruzan la plaza y desaparecen por una calle lateral. Un hombre de capa negra se acerca por el puente y el portero le franquea la entrada. Salen dos criadas con sendas cestas, en el centro de la plaza se separan y la más alta le dice algo a la otra, que hace un gesto de despedida con la mano.»
- «Ve el ir y venir de los ferrareses, que cruzan la plaza hacia un lado, después hacia otro. Ve a los niños, que van de la mano de sus padres. Ve a una mujer que lleva una bala grande de tela a la espalda, a un hombre que hace rodar un barril empujándolo con los pies, descalzos y sucios, a una niña tirando de un perro atado con una cuerda, a dos hermanos cargados con haces de leña.»
- sobre las intenciones de su esposo
- «Este hombre sin duda es distinto del que ordenó la muerte de Contrari. No pudo haber sido él. Este es su marido, que la ama, o eso parece; ese fue el gobernador de Ferrara. Son el mismo hombre; son hombres distintos, el mismo, pero diferentes.»
- sobre lo que ella, quizás, debería de hacer como mujer que es
- «A lo mejor todo se arregla. A lo mejor se ha equivocado con las intenciones de Alfonso. Podría concebir un hijo, podría darle un heredero, podría seguir siendo la duquesa. Podría.»
El títuloA punto de dar por finalizada esta reseña caigo en la cuenta de que nada he dicho sobre el título de la novela, El retrato de casada. La verdad es que mucho no puedo decir sobre el mismo si es que -como así es- no quiero descubrir datos importantes que destrozarían el disfrute de la lectura. Sólo diré que entre nobles y aristócratas, en la época en que transcurre la novela, los jóvenes que iban a contraer matrimonio por acuerdo de sus respectivas familias conocían los rasgos físicos de él o de ella a través de retratos que se intercambiaban con la petición y/o la aceptación. A Alfonso d'Este el de soltera de Lucrezia le pareció que no le hacía justicia y encargó al pintor Bastiniano que estaba bajo su mecenazgo el retrato de casada de Lucrezia. El maestro envió a dos discípulos suyos -Maurizio y Jacopo- para que hiciesen esbozos y borradores de la duquesa. El retrato de casada y sus hacedores, junto a la afición y destreza demostrada por Lucrezia en la pintura, tienen una importante función en el desarrollo de la trama que se presenta. Así que hay que estar atentos a su realización. ¡Ah!, una cosa más. En un momento dado el duque mirando los esbozos que hacen Jacopo y Maurizio de Lucrezia que posa, ante una sonrisa de ésta exclama:
«Ahí está -murmura Alfonso, y las palabras llegan a los oídos de Lucrezia, que se encuentra en el lado opuesto, y le sonríe-: Mi primera duquesa -añade»