Revista Ciencia
Como la mayoría de los seres vivos, la planta también necesita agua para su existencia y desarrollo. En cierta manera, se puede considerar esta agua como una especie de plasma de la sangre vegetal, en la que están disueltos numerosos productos llevados por la circulación atodas las partes del vegetal.
La economía del agua ha adoptado en las plantas —sobre todo en los árboles— formas particularmente impresionantes, como lo veremos al explicar el mecanismo en la ilustración.
Las hojas de los árboles evaporan continuamente agua hacia la atmósfera. Ingeniosos cálculos y experiencias han permitido establecer científicamente la cantidad de agua evaporada por un haya centenaria durante un solo verano: alrededor de 9.000 litros. Si suponemos que 400 de esos árboles pueden entrar en una hectárea, tendríamos asegurada una evaporación de 3.600.000 litros en un verano.
Supongamos que esta cantidad esté repartida uniformemente sobre la superficie de la hectárea; nos daría entonces una altura de 36 cm. (arriba, derecha). Si una masa tan enorme de agua cayera en forma de lluvia sobre la tierra desnuda —sin árboles u otra vegetación—, arrastraría una gran parte de esta tierra, mientras que el resto del agua se infiltraría en el suelo.
En tal caso, esa agua no podría seguir desempeñando su papel en el ciclo de la naturaleza. En cambio, en un bosque, esta agua es aspirada en verano hacia la cima de los árboles y devuelta a la atmósfera por evaporación. Se ha podido determinar que un bosque de hayas devuelve así a la atmósfera el 60 % de las precipitaciones.
No hace falta, pues, estudiar muy a fondo estas estadísticas para darse cuenta de la importancia que tienen los bosques y los cultivos en la salud de una región. Y más aún se comprenden las razones que abogan por la protección de la naturaleza, razones que, desgraciadamente, son consideradas por muchas personas como exageradas o nacidas de la fantasía de un soñador.