Revista Ciencia
El agua se eleva en las plantas con rapidez diferente según las especies. En la ilustración indicamos tres clases de árboles: un pino, un álamo y un roble, con la altura que en una hora alcanza la subida de la savia. Vemos así que en el pino el agua no llega a subir 1 m. en una hora.
El agua evaporada por los árboles —y otras plantas— viene principalmente del suelo. Nos encontramos así ante una nueva maravilla, puesto que no otro es el calificativo que podemos aplicar al hecho de que las hojas de la cima de un árbol puedan aspirar —a veces a 30 m. y más de distancia— el agua que se encuentra en el SUelo. Deben disponer de una bomba particularmente poderosa para realizar tal operación.
El agua subterránea contiene numerosas substancias útiles al árbol, y es aspirada por los finos vasos que comienzan en la extremidad de las raíces. A veces hay algunos hongos (las micorrizas) que ayudan a las raíces en estas tareas.
La absorción se efectúa a través de la fina piel de las raicillas y se reparte a lo largo de todo el tronco, ramas y hojas por una red de vasos. Al llegar a las hojas, el agua pasa por las nervaduras y de allí penetra por osmosis en toda la superficie de aquélla.
Hemos visto anteriormente que las plantas tienen células que contienen clorofila y que, aprovechando la energía solar, resultan ser extraordinarias productoras de azúcar. Cada célula de una hoja se convierte en una pequeña bomba que aspira el agua. El número de células es incalculable y forma, en conjunto, la gran fuerza aspirante del árbol, que puede así llevar el agua subterránea hasta su cima. Luego el agua se evapora por los poros de las hojas.
Al observar la ascensión del agua, se habia notado que las raíces ejercían una cierta presión, y se creyó sería la que determinaba la subida de la savia. Sin embargo, a medida que la fisiología vegetal fue progresando, se pudo determinar que esta presión no es suficiente para llevar la savia a una altura tan grande. La fuerza de atracción de las hojas es, pues, indispensable.