Revista Cultura y Ocio

El riesgo de escribir sobre el dolor no sufrido

Publicado el 28 febrero 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha
'Con la vida a cuestas' - Borrador

Afortunadamente, no todas las páginas del borrador de ‘Con la vida a cuestas’ están quedando así durante el proceso de edición.

El protagonista de Con la vida a cuestas es un hombre de mi edad que ha perdido a su hijo de seis años en un accidente de tráfico. Es muy difícil meterse en la piel de quien ha sufrido una tragedia tan cruel, sobre todo cuando (afortunadamente) yo no he tenido que pasar por algo ni remotamente parecido.

Dicen que los escritores, aunque escriban ficción, toman referentes de su vida real. Paul Auster dice que somos “personas dañadas”, en el sentido de que el mundo real no nos basta. “Tenemos que explorar un mundo inventado. Admiro a la gente que se contenta con las cosas como son, que viven en el presente y no tienen la carga que parecen tener los artistas. Es una compulsión, como una enfermedad. Si estás enfermo, seguramente debes tomar pastillas; ser escritor es algo parecido: debes lidiar con tu enfermedad sentándote todos los días a escribir”.

Sin duda, los hay. Escritores, y artistas en general, que buscan respuestas en la creación, quizás respuestas a los golpes que han recibido de la vida.

Una de las últimas novelas que he leído es La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Me gusta su prosa ágil, su manera de escribir tan natural. Aunque en este caso no se trata en realidad de una novela, sino más bien de un ejercicio de desahogo, un ensayo sobre la vida, el amor, la muerte y el dolor en el que utiliza la fascinante historia de superación continua de Marie Curie como hilo conductor. Y lo hace porque ella, igual que la prodigiosa científica polaca, sufrió la pérdida insufrible de su compañero de vida. Ese libro sólo lo podía escribir una persona que hubiera experimentado el dolor de la pérdida.

Pero no creo que los escritores tengamos que escribir únicamente en base a nuestra experiencia vital. Es evidente que en toda obra hay algo de su autor; en los personajes, los escenarios, los temas tratados… Sin embargo, en ficción todo está permitido. El riesgo, evidente, es no resultar creíble cuando escribes sobre emociones, sentimientos, experiencias traumáticas que no conoces en primera persona. Así que con mi segunda novela he decidido asumir un riesgo bastante elevado.

¿Por qué? Supongo que la respuesta es que soy una de esas personas que piensan que todo es superable. Sé que es el punto de vista de quien ha tenido hasta el momento una existencia bastante plácida. No siento resentimiento alguno hacia la vida, sino todo lo contrario, aunque sí me duelen muchas cosas de las que pasan en el mundo.

Alberto y los otros personajes de Con la vida a cuestas arrastran situaciones personales complicadas, muy injustas, de las que empujan a mucha gente a hundirse definitivamente, pero todos se agarran a un hilo, por frágil que parezca, con la esperanza, por débil que sea, de que les saque del pozo.

El instinto de supervivencia y la capacidad de adaptación del ser humano son formidables, aun en las situaciones más desesperadas. Así que con esta novela me he planteado el reto de construir un relato optimista desde un punto de partida desalentador.

Rosa Montero explica en su ensayo que el dolor causado por la pérdida no se supera, de forma que quien lo padece no se recupera, no vuelve jamás a ser la misma persona de antes, sino que se redefine, y ello no tiene por qué ser peor. Yo, que espero no tener que redefinirme nunca por el mismo motivo, tenía esa idea en la cabeza cuando creé a Alberto. Con la vida a cuestas relata su proceso de redefinición, en el que van a tener un papel, más o menos significativo, todos los personajes que se irá encontrando en su camino.

También Lorena, la protagonista de la trama paralela, está inmersa en un proceso de cambio, no por un hecho traumático, sino por la pérdida de su propia afirmación como individuo. ¿Cuántas personas se dejan llevar inmersas en una realidad que detestan, con la sensación de no ser más que peones sin voluntad, sin inquietudes ni deseos? Lorena es una de ellas, pero aprenderá pronto una máxima que solemos ignorar: la persona más importante es siempre uno mismo. Pero no como reacción vanidosa, sino como punto de partida para poder valorar, apreciar, amar lo que y a quienes nos rodean.

Como decía, me la he jugado cargando todo el peso de la obra en esos personajes. Así que espero haber conseguido que resulten creíbles y que, independientemente de su importancia en el conjunto del relato, sean lo suficientemente sólidos como para atrapar el interés de los lectores.

Por cierto, recordad que hasta mañana domingo podéis presentar vuestra candidatura para ser “lector cero” de Con la vida a cuestas.

Yo no creo, como Auster (quizás el escritor al que más admiro), que escriba para “curarme”. Tampoco creo que su declaración se deba tomar al pie de la letra. Escribir es una necesidad, una manera de dejar huella en la vida, de reafirmarse, de decir “hola, estoy aquí y tengo cosas que contar; a lo mejor te interesan”. Aunque, si lo pienso bien, sí que es algo parecido al remedio contra una enfermedad, en el sentido de que en este momento ya no me puedo imaginar no escribiendo. Mi mente vuela pensando continuamente en lo próximo que voy a explicar, en puntos de partida posibles para la siguiente novela, en situaciones que den pie a un relato corto, en temas para una nueva entrada en el blog. Y cuando siento que necesito escribir, pero no puedo hacerlo porque estoy ocupado con cualquier otra cosa, como por ejemplo tender la ropa, cocinar, hacer la compra o trabajar en lo que me reporta un sueldo, me pongo… sí, es cierto, me pongo enfermo.


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