Revista Cultura y Ocio

El riesgo de leer

Por Mientrasleo @MientrasleoS
El riesgo de leer
     "Si hoy en día me pregunto porqué amo la literatura, la respuesta me viene a la cabeza de forma espontánea: porque me ayuda a vivir."
     Tzetan Todorov
     Me hace mucha gracia cuando la gente habla de los deportes de riesgo y se limita al puenting y similares. Y es que, tengo que decir que saltar desde una altura considerable con unas gomas elásticas, me ha reportado menos riesgos que caminar con un libro abierto por la vida. Porque hoy toca una entrada de anécdotas, que para ponernos serios ya tenemos las noticias.
     El primer riesgo cuando uno compra un libro pasa por la librería. Recuerdo haber pedido un libro maravilloso titulado "Pornografía" y ver a una chica absolutamente horrorizada explicándome que ellos no vendían "esa clase de libros" pero que los tenían eróticos muy buenos para mujeres. Y es que los títulos a veces son un riesgo, uno no puede estar leyendo en el metro El pudor del pornógrafo y esperar que quien tiene delante no mire con curiosidad el libro, como tampoco podría estar leyendo seguramente un tratado de física cuántica.... pero los temas sexuales, dan más juego, para qué engañarnos. Y se liga más.
     Otra cosa es caminar leyendo, que te chocas con personas (creo recordar que tengo un par de amigos a los que conocí así), te metes de frente en un charco para el que te hubiera hecho falta un flotador (cosas de vivir en Invernalia, a los lagos en mitad de las aceras los llamamos charquitos) o calculas mal el momento en que comienza el asiento de un banco y terminas sentada en mitad del verde y con el culo mojado. Pero oye, ¡qué bonito es ir por el mundo con un libro abierto y qué romántico queda en las películas! Y eso que me he aprendido de memoria el número de escalones de mi camino matutino habitual (a base de ir estirando el pie sin mirar) y tengo calculada la distancia exacta de lado a lado de la carretera que cruzo contando el tiempo que tarda el muñequito en dejar de estar en verde (desde aquí pido al Ayto de Invernalia que si cambian el temporizador me avisen, gracias). En todo caso se aprenden habilidades, porque si un día tengo que buscar empleo iré al Circo del sol a decir que sé caminar con paraguas, bolso, móvil y un libro abierto mientras llueve. Que si eso no es hacer acrobacias, me río yo de los saltimbanquis. Y sigo ilesa, así que... Dios hace milagros todos los días.
     Con todo el mayor deporte de riesgo a la hora de leer, para el lector, porque para el resto del mundo es que nos choquemos con ellos o les aticemos con el bolso cargado de libros, reside en el tipo de libro elegido para el momento en el que se encuentre. Es decir, no puede uno estar leyendo El mal de Portnoy en una sala de espera, porque se arriesga a tener que aguantarse la risa mientras el resto de gente le mira con cara de pocos amigos. Y eso es terrible, porque entonces el dichoso Portnoy se empeña en ser aún más irritante y acabas riéndote, con lo que crees disimulo, mientras sientes el odio ajeno clavándose en la cubierta de tu libro. Así que lo cierras y lo guardas con disimulo... iluso, lector que cree que eso funciona. Una vez que te ha hecho gracia y sabes que has reído donde no debes, más te valiera seguir leyendo a la espera de que una tragedia imprevista te cortara la risa. Creedme, lo he intentado. Y acabé riendo como una pirada sin siquiera un libro que me sirviera como excusa para esa explosión de júbilo mal contenida. O peor aún: lloras. Estás de viaje, en uno de esos largos de avión, amparándote en un libro para evitar hablar con quien sea que te ha tocado al lado, y de repente las letras te agarran por el cuello y no te dejan respirar. Levantas la vista y boqueas diciendo "respira maldito", porque sí, a estas alturas ya te has puesto en plan trágico sin saber que es una espiral sin retorno... y nada, no hay manera. Notas como se te cae una lágrima y te escondes esperando que nadie note que... que... bah, ya da igual. Ya lloras a medio hipo ante la atónita mirada de tu improvisado compañero de viaje que, una vez te has repuesto, te pregunta que si vas de entierro en un intento de consolarte. Intento, dicho sea de paso, que te coloca en un serio apuro. No sabes si explicar que es viernes y quieres comer bacalao, o dejar que crea lo que quiera o mentir directamente. Si hay un momento en que está justificado mentir, te dices, es ese.
     El final leemos novela negra con detectives que corren y saltan mientras esquivan balas, o de magos que luchan con dragones o titanes, leemos sobre familias que se disputan tronos hasta la muerte y sobre karmas retorcidos que acechan incluso tras haber muerto. Y cualquiera pensaría que lo hacemos desde la comodidad de nuestra casa, tranquilos y seguros.... y nada más lejos de la realidad. Para los que lo duden, una pregunta, ¿a que duele cuando te haces uno de esos cortes mínimos con el borde de una hoja de papel? Pues lo hace muchísimo más cuando un protagonista perfecto, fallece.
     Y vosotros, ¿tenéis anécdotas de riesgo?
Por cierto que si alguien dice que no, asumiremos que es tímido y no quiere reconocerlo.
     Gracias
     Pd. Espero que nadie se haya reído de mis desdichas! Que os veo.

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