¡Nomofóbicos! ¡Eso es lo que sois algunos! Mira que os lo tengo dicho, que tanto Smartphone para acá y para allá no podía traer nada bueno, ¡rediela! ¡Ah! ¿Que no sabéis lo que es ser nomofóbico? Pues es una enfermedad del siglo XXI, y sus efectos son la mar de curiosos… ¡Si es que era para daros así, con la mano abierta!
Se dice que es la enfermedad de nuestro siglo, del que estamos viviendo. En el mío, o sea, el pasado (que aunque no lo creáis, Matusalén y yo casi somos de la misma quinta), sufríamos las de toda la vida; o sea, las paperas, la tuberculosis, anginas, etc. Ahora no; ahora algunos son nomofóbicos, que viene a ser el miedo que tenéis unos pocos cuando no podéis estar pendientes del cacharrito para hablar, ya sea iPhone, Galaxy de esos o el que sea.
En cristiano, la nomofobia procede del inglés “no-mobile-phobia” –estar sin móvil, vamos-, y se identificó por primera vez en 2008. Y la cosa no es para tomársela a broma, ojo, que según un estudio que sacaron la semana pasada los hijos de la Gran Bretaña, el 66% de la población allí ya lo sufre, lo que supone un 53% más que hace cuatro años, fecha en la que se realizó el último sondeo. Eso sí, no lo entendáis como una enfermedad, tampoco hay que dejarse llevar por la tremenda; más bien, un trastornillo. O un síntoma de la adicción al móvil, que dicen los entendidos en la materia. Y ¿cómo se puede evitar padecerla? Vamos con unos consejillos básicos, aunque aquí os lo explican todo muy bien, y de paso nos echamos todos unas risas:
• Si vas a un restaurante y plantas el cacharro encima de la mesa, es que vas a pasar de tu comensal como de beber pis de mono, por decir finamente algo desagradable. Por eso, no seas cenutrio, siléncialo y déjalo en un lugar no visible para ambos.
• Si el vicio te puede, y mucho, guárdalo en una funda o bien boca abajo. De esta manera das a entender que sólo lo usarás si realmente hace falta. Y si te llaman, te disculpas de tu comensal y lo atiendas (al cacharro, digo. Al otro siempre a lo largo de la cena, por descontado).
• Apaga el cacharro siempre, siempre, siempre que vayas al cine, teatro o estés en una biblioteca. Más que nada para que no te salte el Hugh Jackman de turno y te ponga a caer de un burro en medio de la función por ser tan cenutrio.
• Y por Dios, si estás comiendo en un restaurante no saques fotos de los platos que es estás metiendo entre pecho y espalda. Queda hortera, y luego, si no eres crítico musical, te pondrán a caer de un burro si las cuelgas en cualquier parte. Amén de que tu comensal estará pensando en qué pinta él allí, si realmente a ti lo que más te interesa es sacar foto de cada plato que os pongan en la mesa.
En definitiva, usad el cacharro con moderación y no me seáis nomofóbicos. Por favor. ¡Ah!, por cierto, si estáis pensando en asegurar el cacharro que tenéis, ya sabéis dónde encontrarme. Vuestro amigo Argimiro, el Garantizador, a vuestro completo servicio.