Revista Mundo animal
(Diva)
DIVA
Diva llegó a casa cinco días después de la pérdida de nuestra Duna, tras doce años de convivencia. Duna era nuestra segunda podenquita, recogida directamente de la calle. A Diva la conocíamos desde hacía años y acariciábamos la idea de poder adoptarla cuando las circunstancias lo permitiesen. Era agridulce pensar que mientras Duna viviese eso no sería factible, pero la dura ley de la vida vino a cumplirse y Duna falleció ya viejita el 22 de mayo pasado. Con la enorme tristeza de enterrar a una inmensa amiga, reconocimos que nada podíamos ya hacer por ella, así que el 28 fuimos por Diva. Esta preciosa podenca de pelo sedeño es una madurita de algo más de seis años (que se sepa). Era una perra desecho de cazador (con marquita en la oreja) y sobrevivió gracias a su extrema desconfianza hacia el ser humano. La perrera con sus lazos anduvo tras ella pero Diva se escabullía siempre. Los voluntarios de Parque del Duque tardaron más de un mes en lograr el éxito de engañarla para que entrase en un jardín. A partir de ahí Diva vivió en un refugio modelo, la esterilizaron, se sociabilizó con otros perros y se adaptó a una vida feliz. Seis años tienen muchos días y la rutina es imprescindible para cualquier animal. Al cabo de esos seis años una gente desconocida, que la había visitado en varias ocasiones, le puso un arnés, la subió en un horrible artefacto mareante y se la llevío lejos de aquel remanso de paz, de su hogar.
Diva pasó tres días y tres noches de pie, escondida en el cuarto de aseo, sin hacer necesidades ni satisfacer ninguna. Presa del temor y la ansiedad. Para nosotros era muy frustrante, pues aunque lo sepamos, no logramos asimilar que la psicología canina no funciona como la humana. Pensábamos que al tenernos solícitos y en exclusiva, Diva comprendería que el cambio sería para bien. Pero Diva lo que de veras quería era volverse invisible, que no le hablásemos, que no la mirásemos... no deseaba caricias, ni proximidad. Estaba tan aterrada que no comía ni bebía. Era muy triste verla con la boca reseca, sin atreverse a dar un paso hacia el bebedero. Era un chasco pensar que la habíamos arrancado de su universo, pese a nuestra mejor intención. Incluso llegamos a creer que de persistir en esa extrema tristeza, enfermaría.
Poco a poco, muy poco a poco ha ido adaptándose a su nueva vida. Tras superar miedos que le venían de cualquier lugar: la calle, las voces, los coches, otros perros, las voces, los electrodomésticos, incluso olores o televisión... (a veces por algo vuelve pasos atrás).
Pensamos que Diva fue sometida a algún tipo de maltrato. Que probablemente fue separada muy prematuramente de su madre y sus hermanos. Y que intentaron acostumbrarla a la fuerza al ruido de los disparos. Cuando oye algún tipo de sonido semejante a una detonación, aunque esté segura en casa la atenaza un ataque de pánico. De vez en cuando, por la calle, no sabemos por qué, huele, oye, percibe o ve algo que la deja completamente hecha una piltrafilla. Saldría huyendo sin rumbo, ciega de pavor. Pero nosotros no sabemos de qué. No podemos prevenir ese terror, pero sí una posible escapada. Diva, en caso de soltarse no acudiría a nuestras llamadas. Opinamos que aún es prematuro hacer ninguna otra cosa que esperar con paciencia y cariño a que el tiempo vaya limando en lo posible las inseguridades y miedos de nuestra querida Diva. Hace sólo cinco meses que está con nosotros; hay aún que esperar.
Muy pronto valoramos la conveniencia de un compañero para que Diva no se sintiese tan sola frente a los humanos. Adoptamos a Leala (de forma completamente imprevista, por salvarla de unos gitanos). Con leala Diva hubiese sido feliz. Leala era muy mansita, muy dulce... pero Leala es que estaba muy malita. Diva asumió por muy breve espacio de tiempo un liderazgo que obraba maravillas en su personalidad. Tomaba la iniciativa y en alguna medida se sentía más dueña de la situación. Pero Leala sucumbió a la muerte porque no gastaron en ella unos míseros euros que la hubieran protegido del terrible moquillo. Y la estancia en la perrera es una sentencia de muerte para estos pobres despojos de galgueros. (Es algo que jamás, jamás perdonaré).
De forma completamente imprevista también adoptamos a Himilce (una cachorrona cruce de galgo y podenco). Diva, que es exageradamente sumisa y quizás pusilánime se ha relegado a sí misma a un segundo lugar, pues Himilce es joven, muy vital, lanzada y tremendamente activa. Dos universos opuestos, girando en la misma órbita. Todo es muy nuevo aún (hablamos de una adopción el 28 de mayo y otra el 17 de agosto). Todos (perros y humanos) estamos en período de adaptación. Queremos no cometer errorres, pero con seguridad incurriremos en algunos. Confío que con mucho amor, ejercicio, normas y rutina, el tiempo vaya haciendose un aliado para conseguir la completa adaptación y bienestar de ambas perritas. (Sin olvidar a los de dos patas, je, je).
Absolutamente, completamente, indiscutiblemente, irrevocablemente si volviera el tiempo atrás volveríamos a adoptarlas. Entre otras cosas porque pienso que siempre son ellos quienes se cruzan en nuestras vidas. Diva fue una adopción planificada e Himilce una sorpresa de esas que jamás te esperas. Pero ambas son, de pleno derecho, parte de la familia, con sus particularidades, sus virtudes y defectos. Están aquí y no hay más que hablar. Ha pasado muy poco tiempo pero ya no nos inaginamos nuestras vidas sin ellas. Lo que de veras lamento es que no sean tres ahora mismo las que me miran mientras tecleo el ordenador. Las miramos y nos ratificamos en la suerte de haberlas podido adoptar. Tal como son. Más sencillo: las queremos cada día más.
HIMILCE
Himilce podía llamarse Carambola, Novela, Destino, Fatum o cualquier cosa que haga alusión a la casualidad... (¿quizá a la predestinación o algo más?)
Yo no sé de matemáticas pero calculo una probabilidad mínima las posibilidades que tenía Himilce de ser adoptada por esta familia. Lo cierto es que hicimos un viaje a otra ciudad para una gestión de horas, habiendo adoptado a Diva hacía un par de meses y a Leala un mes atrás y estando en plena lucha, denodada, por la supervivencia de ésta. Vimos a Himilce a lo lejos, muerta de calor, vagando sin rumbo. Cuando ya nos marchábamos la volvimos a encontrar, esta vez al alcance de la mano. Nos pareció incluso mayor, comida de bichos, exhausta, desorientada... y ¡¡sedienta!! Quizá la sed fue la clave de hacer lo que a todas luces parecía un disparate. Leala, ingresada, se moría por una extraña y absoluta adipsia (rechazo al líquido) y la mantenía con vida sólo un suero en vena. Himilce estaba sana y se moría por beber. Nos pareció una inmensa injusticia, una incongruencia dejarnos la piel en intentar salvar a una y mostrarnos indiferentes por otra. Así que la cogimos de la calle, la llevamos a un veterinario, la vacunamos, la desparasitamos y la dejamos en una guardería hasta que las vacunas la inmunizasen para poder llevarla a casa.
A veces esta historia "sólo" me enseña que es posible lo que uno está dispuesto a hacer y que no se puede hacer lo que no se intenta.
Por desgracia Leala falleció el 13 de agosto e Himilce llegó a casa el 17 del mismo mes. Fue también muy agridulce el contraste de una despedida y una nueva ilusión. Pero, como algunas personas queridas creen, quizá Himilce se puso a nuestro alcance no por azar.
El carácter de Himilce es diametralmente distinto al de Diva. Himilce es una cachorreta con mucho cuerpo. Se muere por morder, destrozar, jugar, correr y bricar. Se te sube encima, te hace fiestas, no para quieta. No tiene trauma alguno (de hecho se come la escoba, prueba de que no le han pegado, al menos con un palo). Cuando le regañas por alguna "maldad" te mueve el rabo, pues se ve que no lo han hecho). Pienso que se medio criaba a la buena de Dios. Yo aventuro que esta pobre estaba rodeada de perros grandes y pequeños en algún corral, cortijo, recinto o similar, con poco contacto con humanos (y si lo hubo no fue con nadie que a ella en concreto le causase ninguna huella negativa) sin cuidado alguno, pues sus pobres orejas y cuello eran autenticas estalactitas de chinchorros y parásitos. Su comida favorita el pan duro y el agua de un charco a ser posible (aún esa tendencia es irrefrenable). Bien se escapó o bien le dieron barlovento y hubiera, a estas alturas, muerto atropellada o en una perrera (por sacrificio o enfermedad).
Himilce es una buena perra. Es noble, alegre, valiente, apegada... y sobre todo se la ve enormemente feliz de tener una familia. Aún está en tiempo de educarla, y en ello estamos. De momento le cuesta comprender que no puede lanzarse a lo que le plazca y que tiene que ir supeditada a un arnés y una correa. Pero opino que está encantada. No deja de atosigar a Diva, a la cual no respeta como hermana mayor ni como nada. Pero claro, el respeto lo debe imponer Diva, y no nosotros, por mucho que nos empeñemos en poner las cosas en su lugar.
Es muy prematuro explicar cómo va su adaptación, máxime teniendo en cuenta de que no hace ni dos meses que la tenemos y que acabamos de mudarnos de una casa con jardín (donde pasamos el verano) a un piso en plena ciudad. Intento encauzar su energía con un largo paseo de hora y media por la mañana (y otros de menor duración). Pero creo que el lugar no le inporta tanto como nuestra compañía. Queda por delante muuuuucho camino.
Para la tercera pregunta copio lo mismo que lo expresado líneas arriba:
Absolutamente, completamente, indiscutiblemente, irrevocablemente si volviera el tiempo atrás volveríamos a adoptarlas. Entre otras cosas porque pienso que siempre son ellos quienes se cruzan en nuestras vidas. Diva fue una adopción planificada e Himilce una sorpresa de esas que jamás te esperas. Pero ambas son, de pleno derecho, parte de la familia, con sus particularidades, sus virtudes y defectos. Están aquí y no hay más que hablar. Ha pasado muy poco tiempo pero ya no nos inaginamos nuestras vidas sin ellas. Lo que de veras lamento es que no sean tres ahora mismo las que me miran mientras tecleo el ordenador. Las miramos y nos ratificamos en la suerte de haberlas podido adoptar. Tal como son. Más sencillo: las queremos cada día más.
(Himilce)
Ya que Nayr me ofrece esta oportunidad desearía gritar a los cuatro vientos que me manifiesto podenquera a rabiar. Los pobres podencos son lo más humillado y despreciado del mundo. Y por desconocimiento, falta de "moda", o vaya usted a saber son los auténticamente invisibles, salvo para los que desean exprimirlos y luego tirarlos como limones secos. Sufren en sus carnes el maltrato, la tortura, el desprecio y la humillación. No lo merecen. He tenido tres podencos y medio (la última es cruce con galgo) y manifiesto que son animales increíblemente dulces, sumisos, entregados, fieles y absolutamente agradecidos. Es, hoy por hoy, una quimera que las administraciones tengan dos dedos de luces para remediar esta situación, así que, tal como están las cosas apelo a los futuros adoptantes y la gente en general que repare en esta raza de tan gradísimas cualidades y tan ingratamente tratados y valorados.
( Leala , el ángel que bajó a visitarnos)