Revista En Femenino

El rojo es tendencia

Por Mamaenalemania
El tema de los juguetes genéricos (y sí, al género zezuá me refiero, obviamente, pero llamarlos juguetes sexuales habría traído más cola que el post de la semana pasada) ha sido uno de los pocos por los que Maromen y yo no nos hemos acabado tirando de los pelen.
Él, que viene de una familia en la que abundan los hipipollas, y yo, que me encuentro rodeada de testosterona a tutiplén, nos pusimos de acuerdo enseguida para educar a nuestros tormentitos en la igualdad, la libergtá y la fgategnidá.
En esta casa comparten protagonismo los tractores con los nenucos (a veces incluso juntos y a veces en situaciones virtualmente dolorosas, sobre todo para el muñeco), los legos con la cocinita, las bicis con los cucos de paseo y los maletines de médico con los puzzles de prinzezas.
Mi padre, al ver tal despliegue de feminismo cojonero, se llevó las manos a la cabeza, indignado ante aquel atentado contra la posibilidad de semitutorizar una infancia exenta de rosas, brillitos, barbies y vestiditos.
Pasados unos años y varias horas de entretenimiento casero, su fruncimiento ceñil se ha relajado. Y no porque los polluelen ignoren esos artefactos ni mucho menos, sino más bien porque los manejan como buenos portadores de testículos que son: Juegan a los papás, lanzando a sus bebés por los aires ante la horrorizada mirada de una madre imaginaria, comentan las „grrrrrrandes tetas“ (sobre todo Destroyer) de la Bella cuando consiguen encajar la pieza, cocinan pizza y salchichas y hacen carreras de obstáculos con Bugaboos en miniatura.
Testosterona a mansalva.
Como a esto se le suma la fascinación por los abalorios maternos, las faldas cortas y los tacones (esos fósiles que descansan en mi armario desde tiempos inrecordables), persiguiendo a su progenitora para que se lo ponga y se maquille, que está „muy bonita“ (babasbabasbabas), la tranquilidad abuelo-paternal volvió a instaurarse en nuestras conciencias.
Lo que el agüelo no sabe es que, cuando le he comentado que el tema de la chapa-y-pintura lleva días pisando fuerte en nuestro hogar teutón, no estaba haciendo referencia a ningún vehículo motorizado.
No sé si ha sido mi avistamiento de la luz al final del túnel, que llevo unos días atinando con el rímel, que estoy desempolvando algo de ropa Kinderfrei, que me he vuelto a poner pendientes (asumiendo el riesgo de estiramiento lobular hasta el infinito que eso conlleva) o que me he pintado las uñas de rojo. El caso es que he tenido que esconder mis zapatos y guardar bajo llave mi maquillaje.
Porque entrar en el baño dispuesta a abroncarles por comerse la pasta de dientes y encontrármelos en tacones y brocha en mano „poniéndonos bonitos“ me dejó patidifusa.
Que eso eran cosas de niñas me lo rebatieron con un „mamá ¿pero tú no dices que no hay cosas sólo para niños y cosas sólo para niñas?“
Que eso eran las cosas de mamá y sólo de mamá, también me lo rebatieron, afirmando tajantemento que ellos también „me dejan“ (ahí, con un par) SUS cosas cuando juego con ellos.
Y no me quedó otra que darles la razón y explicarles el sombreado de ojos gatuno y para qué sirve el quitaojeras. Y pintarles las uñas. De rojo, natürlichmente. A los tres, faltaría más.
Me consolaba pensar que esto sería algo pasajero, que no les duraría mucho, a lo sumo un día de guardería humillante azuzados por sus compis de fútbol. Pero para variar me equivoqué de pleno...
No sólo siguen con sus uñas rojas, sino que encima le han pedido a la Au-Pair que se las redecore con estrellitas, corazoncitos y monerías varias, no fuese a ser que, ahora que van todos los futboleros con la manicura hecha, se olviden de quiénes son los que marcaron tendencia este verano.

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