Muchas veces pienso que la mejor forma de aprender es equivocándose, quizás por eso en estos últimos años yo haya aprendido mucho más de lo que jamás sería capaz de imaginar.
La vida y sus caminos, el futuro y nuestras decisiones, los proyectos y sus alternativas, nuestra vida esta llena de elecciones, desde que nos despertamos por la mañana comenzamos a tomar decisiones.
La primera de ellas, seguro que muchos la compartiréis conmigo, la de levantarse o seguir durmiendo, y es que desde que nuestros ojos se abren tenemos que decidir.
Decidir si hacer algo o no hacer nada.
Decidir si comenzar el día felices o buscar el primer motivo para enfadarnos o compadecernos.
Decidir si queremos aprovechar el tiempo o malgastarlo.
Decidir si queremos estar solos o acompañados.
Decidir qué desayunar.
Decidir qué comida preparar.
Decidir cuál será el menú de la semana.
Decidir si nos damos un rato de ocio o nos centramos en llevarlo todo al día aunque la jornada se presente llena de problemas y estrés.
Decidir si ser amables o antipáticos.
Decidir qué prioridades realmente importan en tu vida, y cuáles no tanto.
Y es entonces cuando por una de mis decisiones, acabo en la mesa de mi comedor, sentada ante mi ordenador y rodeada de mis hijas, y observo a Blanca, está sacando punta a sus lápices, ya le tocaba, y empiezo a fijarme en ese cenicero lleno de láminas de madera con volantes de colores. Pienso seguidamente en todos esos lápices que vuelven a estar afilados y listos para ser un vehículo de creación en manos de un artista, o simplemente de una persona que quiere comunicar algo o simplemente desahogarse.
Y es en ese momento, cuando me comparo con ellos, con todos esos lápices del estuche, los hay más pequeños, son sus colores favoritos y los hay más grandes que casi no han necesitado pasar mucho por el sacapuntas, aunque Blanca los ha repasado todos. Curiosamente esos lápices favoritos son los que más han sufrido la cuchilla del sacapuntas, porque también son los que más hemos utilizado, porque nos han transmitido más que el resto, ya sea por preferencias, gustos o sensaciones, incluso por necesidad.
Así cuánto más se trabaja, más es necesario utilizar el sacapuntas, para que el lápiz que escribe nuestro día a día siempre esté preparado para dibujar nuestra mejor creación, y cómo ese lápiz, todos alguna vez o a menudo sufrimos perder esa parte de nuestro yo con el fin de seguir pintando algo no ya solo en nuestra propia vida, sino en la vida de los demás.
Algunos errores nos hacen que perdamos la punta, que se quiebre como algo frágil, y cuando llega el momento de afilar, el proceso es más doloroso que cuando solo necesitamos un pequeño retoque.
Y es que muchas veces, la mayoría de las veces, los errores son la mejor escuela de vida, siempre y cuando sepamos reconocerlos, corregirlos y por supuestos soportar perder esa fina capa de pasta de madera, de la que estamos hechos para seguir pintando y escribiendo nuestra historia.
Buenas madrugadas.
Anuncios