Revista Cultura y Ocio

El sangriento final de rudy falconi i

Por Orlando Tunnermann
EL SANGRIENTO FINAL DE RUDY FALCONI IEL SANGRIENTO FINAL DE RUDY FALCONI IEstaba radiante la novia con su flamante vestido albo, tan deslumbrante como los diamantes opalinos que tenía por mirada la despampanante Edna Wing.Llevaba el cabello ígneo y largo recogido en un moño trenzado. Era su piel blanca y su figura, esbelta y armoniosa como la de un cisne ensoberbecido adorado por las aguas translúcidas de un lago en un palacio de cristal.Le acompañaba al altar su único hermano vivo, Teddy, un mozo bien parecido, de mirada añil y porte atlético, embutido en un traje de chaqueta gris impecable.Era una boda de talante exclusivo y casi clandestino. Apenas una veintena de invitados ocupaban las bancadas frente al altar de la descomunal y suntuaria catedral de St.Patrick.Abordaban el fascinante templo la familia Falconi y un ramillete disperso de acólitos que paseaban su figura subalterna con probidad impostada.La novia estaba nerviosa y no cejaba de arrojar confusas miradas torvas a diestro y siniestro, permutando el agradecimiento y la dulzura del saludo cordial por una ferocidad desaprensiva, incoherente, indigna de una novia en el día más feliz de su vida…Sin su familia y allegados, se sentía desnuda y sola como un islote a la deriva en el mar de los sueños rotos.La templanza se escapaba en volutas por entre las fisuras mortuorias de la rabia y la hambruna de venganza.-Hemos esperado tanto, tanto tiempo para llegar hasta este momento… tantos sacrificios, tanta sangre vertida de gente inocente y querida…Tremolaba la voz de la novia, agitada por un huracán de turbación mórbida.-Tienes que tranquilizarte, Mandy –La tranquilizaba su hermano, apretándole las manos pequeñas y frías. Le sonreía para insuflarle coraje, aparentando sosiego, hablando en susurros. No podían desbaratar ahora la única oportunidad que tendrían jamás de aproximarse al abyecto, inaccesible e intocable Rudy Falconi-.-Ya no hay vuelta atrás –Prosiguió- Hemos,  recorrido un camino demasiado largo, lleno de peligros, trampas y mentiras para llegar hasta aquí… Ahora no te puedes derrumbar, Mandy. Tienes que continuar con esta absurda pantomima un poco más. ¿Podrás hacerlo?Había suplica y cordura en la voz quebrada de Teddy, justo el aplomo que necesitaba para mirar de frente a su más acérrimo enemigo: Rudy Falconi, amo y señor de media Manhattan.Nadie discrepaba ni opinaba sin que Rudy Falconi concediera previamente la gracia de su anuencia. No se movía un dólar en Little Italy sin que Rudy Falconi lo autorizara. Chinatown le pertenecía y en el SOHO movían los hilos en el teatro de las marionetas de sus ciudadanos los tentáculos omnímodos y ubicuos de Rudy Falconi.Su hijo, el pánfilo Jimmy Falconi, esperaba en el altar con su sempiterna pose mojigata que pareciera pedir perdón por la injerencia inoportuna de su anodina existencia. Tenía el cabello rubio, sucio y desaliñado, y en su rostro de estrella, anguloso y feo, quedaba cincelada en su mirada de cordero degollado la impronta de la fragilidad temperamental y el convencimiento absoluto de la inferioridad como espécimen humano.Si Jimmy era un hombre insípido y pacato, macilento y cetrino, su padre rebosaba egolatría y ufanía. Bermellón arrebolado su rostro redondo de león, carmesí eran sus mejillas, acaso trazas de su afición por los licores de estraperlo.Era un hombre seductor, fuerte; irradiaba todo su ser un magnetismo innegable. En sus ojos claros  se asomaba burlón el espíritu montaraz de la bulliciosa mocedad entregada a los placeres epicúreos del libre albedrío.Rudy Falconi era un hombre que veneraba con fanatismo maniático su propio nombre, idólatra compulsivo de la estela maquiavélica y manipuladora de sus acciones nefandas, con alevosa premeditación, de dudosa honradez.Falconi era un hombre, observó Mandy Maltesse sobrecogida por el inesperado descubrimiento, pues era la primera vez en su vida que lo veía, de quien cualquier mujer se podría enamorar, hasta el punto de besar las huellas de sus zapatos y el camino recorrido, convirtiendo al amante sumiso en un rastro zarrapastroso de lisonja sin dignidad ni voluntad.Su cabello, corto y cano, estaba perfectamente atusado, así como su impecable barba y bigote recortados.Le observaba Mandy, la impostora Mandy, y sólo veía a un hombre respetable que ejercía con su mera presencia un efecto como de encadenamiento y esclavitud incondicional a su persona egregia y engolada.Mandy saludó a su inminente esposo con la frialdad de una efigie noruega y dio comienzo la ceremonia. VÍCTOR VIRGÓS, AUTOR DE "LA CASA DE LAS 1000 PUERTAS", DISPONIBLE EN WWW.AMAZON. ES (FORMATO ELECTRÓNICO)

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