Para cantarte, mi Señor Jesús, cómo me gustaría tener ojos de águila, corazón de niño y una lengua bruñida por el silencio!…
Toca mi corazón, Señor Jesucristo, tócalo y verás cómo despiertan los sueños enterrados en las raíces humanas desde el principio del mundo.
Todas nuestras voces se agolpan a tus puertas. Todas nuestras olas mueren en tus playas. Todos nuestros vientos duermen en tus horizontes.
Los deseos más recónditos, sin saberlo, te reclaman y te invoca. Los anhelos más profundos te buscan impacientemente Eres noche estrellada, música de diamentes, Vértice del universo, fuego de pedernal.
Allí donde posas tu palanta llagada; allí el planeta arde en sangre y oro. Caminas sobre las corrientes sonoras y por las cumbres nevadas. Suspiras en los bosques seculares y sonries en el mirto y la retama.
Respiras en las algas, hongos y líquenes. Por toda la amplitud del universo mineral y vegetal te siento nacer, crecer, vivir, reir hablar…
… Eres el pulso del mundo, mi Señor Jesucristo… Eres aquel que siempre está viniendo desde las lejanas galaxias, desde el centro ígneo de la tierra, y desde el fondo del tiempo, vienes desde siempre, desde hace millones de Años Luz…
En tu frente resplandece el destino del mundo y en tu corazón se concentra el fuego de los siglos. Deslumbrado mi corazón ante tanta maravilla, me inclino para decirte: Tú serás mi camino y mi luz, la causa de mi alegría, la razón de mi existir y el sentido de mi vida, mi brújula y mi horizonte, mi ideal, mi plenitud y mi consumación.
Fuera de Tí no hay nada para mí.
Para Tí será mi última canción. Gloria y honor por siempre a Tí, Rey de los Siglos!…
Fuente : Ignacio Larrañaga. M. de Oración.