Retiro todo lo bueno que he dicho de mis hijos. Absolutamente todo.
¿Han leído el señor de las moscas? Pues si no lo han hecho ni se molesten, que ya no les va a hacer falta. Leánme a mí que soy mucho más corta (sí, en sentido literario también) y llegarán a la misma conclusión.
Lo que yo les voy a contar, además, es mucho más factible que el que sus polluelos acaben en una isla desierta sin adultos a la vista. Así que más vale que se vayan haciendo a la idea de que lo que ocurrió en mierdapueblo les puede pasar a uds. también... en cualquier momento... (ahora suenan rayos y truenos y lluvias monzónicas... y un piano gótico)...
Y esa tarde fatídica sonaban también, para variar en las Teutonias. Un día de esos en los que ya no sabes qué más inventarte, con qué entretenerles, qué darles, que te planteas seriamente en atarles o encerrarles o regalarles o comprar una tele. Uno de esos días.
Siendo una además humana como es y siendo muchas las horas sola con los tres, pues se intenta hacer algo de provecho cuando parecen entretenidos, como tender la ropa o sacar la basura. Sobre todo por eso de sentirse adulta.
Y fue al sacar la basura, corriendo en zapatillas bajo la lluvia, cuando oí la puerta cerrarse tras de mí. Bah, pensé, ahora me abre cualquiera de los tres. Pero cuando llamé al timbre 4 segundos después, se asomó el Mayor al cristal y empezó con sus preguntitas (de los cojones): ¿Por qué llamas? ¿Por qué has cerrado la puerta? ¿Nos has encerrado? ¿Entonces te has encerrado tú fuera? ¿Por qué sales tú si nos has dicho que hoy no se puede? ¿Te estás mojando? ¿mucho?
Juro que conseguí controlarme y no gritar y que no se notase que me estaba poniendo de los nervien; y que estaba a puntito de abrirme la puerta, hasta que Destroyer se asomó por detrás metiéndole bocaos inhumanos al medio bizcocho que llevaba en la mano. Los otros dos, indignadísimos ante tal injusticia, se lanzaron a por su parte, dejándome a mí, espectadora olvidada e impotente, al otro lado de la puerta.
Después de una explosión de migas, varios llantos, tirones de pelo y juramentos en arameo, del bizcocho no quedó nada. Y yo, pensando que había pasado lo peor, me atreví con unos golpecitos discretos en la puerta... ¿Me abrís yaaaaa?
El Mayor, secándose las lágrimas, se encaminaba hacia mí levantando el brazo hacia el picaporte: ¡Mamá no es justo! ¡Se ha comido todo el bizcocho él solo! Y yo la cagué... No te preocupes cariño, que ahora te hago un sandwich de Nutella...
Y justamente ¡¡¡¡ Nutellaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa !!!! fue lo último que escuché antes del caos...
Encontrarte en zapatillas de casa bajo la lluvia, aporreando la ventana de tu cocina mientras tres enanos salvajes descojonados y ultrafelices se dedican a comerse la Nutella con la mano (sí, lo que leen, con la mano entera) en el suelo de la misma es algo que le deseo a mi peor enemigo.
Que después de acabar con el bote, con esas mismas manos, se dediquen a saltar por el sofá y hacer guerra de cojines mientras tú aporreas las ventanas del salón, no se lo deseo ni al mismísimo diablo.
Juro que me senté a llorar bajo la lluvia. Pero no me vieron.
Y mientras me lamentaba por mi estupidez y su salvajismo y por la lluvia, la basura y porque el mundo es una mierda, las vi. Ahí tiradas, tan inútiles en días lluviosos y absolutamente adoradas cuando luce el sol, estaban sus bicicletas.
Algunos lo llamarán maltrato psicológico. Yo lo llamo apego a mi dignidad.
Lo siguiente que oyeron fueron unos golpecitos en la ventana y una dulce voz de capulla que ni la bruja de Blancanieves... Niñoooooooooooos ¿habéis visto lo que teeeeeeeeengoooo?
Y por su cara de pánico supe que iba por buen camino. Tuve que deshinchar 3 ruedas sonriendo bajo la lluvia, pero conseguí que abriesen la puerta como si la casa estuviese ardiendo.
Cuando el Maromen volvió de trabajar no quedaba ni rastro de la tragedia...
Algún día le contaré por qué se cuadran cuando señalo por la ventana y onomatopeyo la agonía de una rueda.
Psssssss psssssssss pssssssss
Muahahahahahahaha