Revista Coaching
Con el tiempo las cosas pierden el componente que al principio nos aterran, nos ofrece cierta perspectiva para poder contemplar todo con la claridad que da la verdad.
Con el tiempo, descubrimos que los fantasmas del pasado los creamos nosotros mismos, que hemos soportado a gente más mala que buena por no estar solos, que aquellos besos eran más por compromiso que por amor, que aquella canción no era tan triste como la recordamos.
El problema con el tiempo es que, borrachos de juventud, amor y libertad, nos creemos que durará eternamente, que somos infinitos, nos permitimos el lujo de esperar a la vida, de creer que esta tristeza que a veces nos envuelve a las seis de la tarde, cuando nos preparamos un café y nos vemos solos en una pequeña cocina - tal vez paralelismo de una vida también pequeña- es perfectamente normal, casi romantizarla y esperar en secretas esperanzas que alguien nos descubra leyendo a Bukowski y se enamore de un mechón de pelo que cubre nuestra mirada, de las botas raídas y de ese misterio que creemos que nos envuelve.
El verdadero problema no es novelar nuestros días a la espera que esos sueños naïf se conviertan en realidad, el verdadero problema es dejar que el tiempo se trague a todo lo demás, se trague a la realidad, se trague a alguien que tal vez no lea a los clásicos, ni te traiga flores los domingos, pero que sería capaz de coger un coche en mitad de la noche para irte a buscar. Puede que el tiempo se te acabe tragando a ti porque no has sabido darte cuenta que siempre está acechando al doblar la esquina.
Pero puede también que seas un gran defensor de la teoría de la relatividad y que abraces a la perspectiva que te permite perderle el miedo a las cosas y seas tú quién se acabe tragando al tiempo, cogerlo entre las manos, moldearlo, modificalo, tejerte una manta con él que te abrigue cuando lo necesites.
Puede que seas una de esas personas que poseen el don de convertirse en dueños de su tiempo y hacer que no sea algo más importante que una simple palabra.
Con el tiempo, descubrimos que los fantasmas del pasado los creamos nosotros mismos, que hemos soportado a gente más mala que buena por no estar solos, que aquellos besos eran más por compromiso que por amor, que aquella canción no era tan triste como la recordamos.
El problema con el tiempo es que, borrachos de juventud, amor y libertad, nos creemos que durará eternamente, que somos infinitos, nos permitimos el lujo de esperar a la vida, de creer que esta tristeza que a veces nos envuelve a las seis de la tarde, cuando nos preparamos un café y nos vemos solos en una pequeña cocina - tal vez paralelismo de una vida también pequeña- es perfectamente normal, casi romantizarla y esperar en secretas esperanzas que alguien nos descubra leyendo a Bukowski y se enamore de un mechón de pelo que cubre nuestra mirada, de las botas raídas y de ese misterio que creemos que nos envuelve.
El verdadero problema no es novelar nuestros días a la espera que esos sueños naïf se conviertan en realidad, el verdadero problema es dejar que el tiempo se trague a todo lo demás, se trague a la realidad, se trague a alguien que tal vez no lea a los clásicos, ni te traiga flores los domingos, pero que sería capaz de coger un coche en mitad de la noche para irte a buscar. Puede que el tiempo se te acabe tragando a ti porque no has sabido darte cuenta que siempre está acechando al doblar la esquina.
Pero puede también que seas un gran defensor de la teoría de la relatividad y que abraces a la perspectiva que te permite perderle el miedo a las cosas y seas tú quién se acabe tragando al tiempo, cogerlo entre las manos, moldearlo, modificalo, tejerte una manta con él que te abrigue cuando lo necesites.
Puede que seas una de esas personas que poseen el don de convertirse en dueños de su tiempo y hacer que no sea algo más importante que una simple palabra.
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