Película en animación stop-motion basada en cuentos de Etgar Keret, escritor, guionista y director de cine israelí, productor y co-guionista de la película, y que saltó a la palestra internacional cuando en 2007 ganó el premio Cámara de Oro a la Mejor Ópera prima en el Festival de Cannes por Meduzot (Medusas).
La directora de animación Tatia Rosenthal adapta al largometraje tres de los relatos cortos de Keret, considerado hoy un exponente de la narrativa moderna en hebreo, unificándolos en un solo guión y trasladando a sus muñecos de plastilina y silicona animados -fotograma a fotograma- estas historias de la vida cotidiana llenas de humor negro y surrealismo grotesco. Una película animada para el público adulto, sorprendente desde todo punto de vista, cuyo conjunto forma un explosivo coctel: seis historias distintas que se desarrollan en una comunidad de vecinos y que se encuentran cuando uno de ellos parece descubrir el verdadero sentido de la vida al comprar un libro que afirma tener las respuestas que todos necesitan.
Un viudo preso de la monotonía laboral, un recaudador de impuestos enamorado de una supermodelo, un joven en busca de empleo que hace estupendos pasteles de queso, un vagabundo redentor, los sueños del niño que guarda cada moneda en el cerdito para alcanzar sus deseos, o el jubilado que vive a expensas de quien quiera escuchar sus viejas historias. Todas ellas entrelazadas forman la base coral desde la que la animadora desarrolla, sutilmente unidas por la recurrencia visual, el humor y lo fantástico, su poesía gris de la vida cotidiana. Los personajes nos muestran el miedo a la soledad, la ansiedad, el temor a no ser amado, a quedarse sin trabajo y, por supuesto, el miedo a la muerte que acecha en muchos momentos. Y también la búsqueda de aquello que les es esencial: el afecto, el amor, el reconocimiento o la atención, una nueva juventud, la madurez, el bienestar material, la seguridad, los sueños… todas y cada una de las pequeñeces que dan sentido a la existencia del hombre moderno en la época que nos ha tocado vivir. Cada uno de ellos, por separado, puede dar lugar a su propia historia, pero colocados en conjunto resultan de una densidad extraña y a la vez emocionante, probablemente porque nos hablan de cuestiones tan interesantes como universales.
Como defectos, tal vez en algunos momentos el ritmo decae (hay que decir que se trata del primer largometraje de la animadora), y que personalmente, el desenlace me produjo cierta decepción, envuelto en una especie de apoteosis apocalíptica y surrealismo que se desvía de la línea realista y de humor absurdo que hasta ese momento impregnaba la narración, haciendo que el conjunto resulte un poco desigual. Pero salvando este punto, merece la pena, porque es una maravilla en cuanto a diseño visual, llena de detalles muy elaborados y con un trabajo de artesanía nada desdeñable. Desde la piel de los personajes, cuyo tratamiento en silicona da la sensación de epidermis real, hasta las expresiones faciales, particularmente de los ojos de cada personaje, capaces de proyectar un amplio espectro de emociones. La directora adapta magníficamente, además, los espacios interiores para el personaje que lo habita, derrochando buen hacer en los detalles más nimios.
Y, obviamente, aunque el sentido de la vida por 9,99 dólares no resuelve la compleja cuestión del significado de la vida, sí invita a una reflexión llena de sabiduría: disfrutar de la vida y de lo que ofrece sabiendo mantener el buen humor ante cualquier circunstancia. Interesante el mensaje personificado por el niño con su cerdito hucha explicando, ante la perplejidad de la maestra, cómo cuando llega a su habitación el dichoso cerdito sonríe, cuando le echa una moneda en el lomo también sonríe, pero cuando no le introduce nada porque no lo ha ganado bebiendo su vaso de leche, resulta que igualmente sonríe. En definitiva, siempre está contento con lo que tiene y es capaz así de ser feliz. Y lo cierto es que tiene un a sonrisa verdaderamente contagiosa.