Revista Coaching
El ser humano por naturaleza tiene una tendencia casi enfermiza a etiquetar.
Etiquetamos la cultura, las relaciones, los gustos, la sexualidad....
Estamos con alguien, le queremos, las cosas están calmadas, están bien, pero no dudamos en hacer esa terrible pregunta ¿qué somos? ¿amantes? ¿amigos con derechos? ¿pareja?
Etiquetamos por miedo quizás, por la necesidad de afirmar algo que nos desconcierta en cierta manera, que hace que los miedos -absurdos e muchas ocasiones- florezcan.
¿somos heteros? ¿ somos gays? ¿ bisexuales tal vez?
Somos tan ciegos que solo podemos pensar en que una persona es una etiqueta, que solo hay esas pocas categorías que se han creado y que de ahí no se puede salir uno de la raya, como en el pintar cuando se es niño; si te sales, si tu pintura no sigue la línea, no eres como los demás, necesitas a alguien que te enseñe a pintar dentro de los límites. Y lo peor es que lo creen en serio.
Recuerdo una noticia de hace un año o dos que dio la vuelta al mundo, sobre una persona que había nacido hombre, pero no sentía que ese fuese su cuerpo, cambió a mujer y acabó siendo declarado legalmente humano, sin género exacto, sin el límite fijo, tan solo era una persona, sin prejuicios, sin necesidad de una etiqueta que le marcase como una cosa u otra.
Y el otro día, sin ir más lejos, encontré la extraña definición de los sapiensexuales, aquellos cuyo foco principal de atracción sexual es la inteligencia de los demás. No es que no les atraiga hombre o mujer, si no que quizás en lo primero que se fijan o lo que más interés les suscite no sea un culo firme, un pecho grande, o unos ojos de infarto, si no que la personalidad, la inteligencia, ese punto culto quizás, es aquello que más les interesa. Y me parece fascinante! El físico atrae, importa, no nos engañaremos tampoco, pero al fin y al cabo, es eso, solo un cuerpo, piel, huesos, músculo... el cuerpo no hace a la persona, no convives con el cuerpo, el cuerpo no te quiere, ni piensa en ti.
La verdadera importancia la tiene la mente, la esencia absoluta de la persona, sin importar su sexualidad, ni su género, ni color de la piel ni nacionalidad. Importan las personas, quienes somos y quienes queremos ser.
Los miedos nos impulsan a querer definirlo todo, pero tal vez, esos miedos desaparecerían en buena parte si tan solo nos dejásemos llevar un poco más y no viviésemos etiquetando todo, definiendo cosas, creando límites, siguiendo las normas de no salirse al pintar.
Etiquetamos la cultura, las relaciones, los gustos, la sexualidad....
Estamos con alguien, le queremos, las cosas están calmadas, están bien, pero no dudamos en hacer esa terrible pregunta ¿qué somos? ¿amantes? ¿amigos con derechos? ¿pareja?
Etiquetamos por miedo quizás, por la necesidad de afirmar algo que nos desconcierta en cierta manera, que hace que los miedos -absurdos e muchas ocasiones- florezcan.
¿somos heteros? ¿ somos gays? ¿ bisexuales tal vez?
Somos tan ciegos que solo podemos pensar en que una persona es una etiqueta, que solo hay esas pocas categorías que se han creado y que de ahí no se puede salir uno de la raya, como en el pintar cuando se es niño; si te sales, si tu pintura no sigue la línea, no eres como los demás, necesitas a alguien que te enseñe a pintar dentro de los límites. Y lo peor es que lo creen en serio.
Recuerdo una noticia de hace un año o dos que dio la vuelta al mundo, sobre una persona que había nacido hombre, pero no sentía que ese fuese su cuerpo, cambió a mujer y acabó siendo declarado legalmente humano, sin género exacto, sin el límite fijo, tan solo era una persona, sin prejuicios, sin necesidad de una etiqueta que le marcase como una cosa u otra.
Y el otro día, sin ir más lejos, encontré la extraña definición de los sapiensexuales, aquellos cuyo foco principal de atracción sexual es la inteligencia de los demás. No es que no les atraiga hombre o mujer, si no que quizás en lo primero que se fijan o lo que más interés les suscite no sea un culo firme, un pecho grande, o unos ojos de infarto, si no que la personalidad, la inteligencia, ese punto culto quizás, es aquello que más les interesa. Y me parece fascinante! El físico atrae, importa, no nos engañaremos tampoco, pero al fin y al cabo, es eso, solo un cuerpo, piel, huesos, músculo... el cuerpo no hace a la persona, no convives con el cuerpo, el cuerpo no te quiere, ni piensa en ti.
La verdadera importancia la tiene la mente, la esencia absoluta de la persona, sin importar su sexualidad, ni su género, ni color de la piel ni nacionalidad. Importan las personas, quienes somos y quienes queremos ser.
Los miedos nos impulsan a querer definirlo todo, pero tal vez, esos miedos desaparecerían en buena parte si tan solo nos dejásemos llevar un poco más y no viviésemos etiquetando todo, definiendo cosas, creando límites, siguiendo las normas de no salirse al pintar.
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