
Hace unos 10.000 años que se descubrió la agricultura. Al parecer, es algo que surge en varios lugares a la vez, aunque es difícil establecer lo que es “a la vez” con rangos de años tan amplios. No sabemos si surgió a partir de semillas plantadas de forma intencionada, o si por el contrario fue fruto de la eliminación de competidoras en un entorno determinado, quizá en un primer momento, como facilitación en la recolección. Esta facilitación podría haber provocado la mayor proliferación de la planta de la que se obtenía provecho pero no necesariamente de forma intencionada en un primer momento.
El hecho de recoger la semilla, plantarla y facilitar los medios para
que se desarrolle puede no haber sido algo que se hiciera de
“repente”, tal y como he expuesto. En cualquier caso, la
agricultura surge en medio del entorno natural. No es un proceso al
margen de las mismas leyes que rigen el desarrollo y la ”lucha por
la existencia” que imperaban en el entorno. Si bien la eliminación
de competidoras por la luz y el espacio es un proceso común en la
agricultura, también es posible que surgiese por simple comodidad en
la recolección, y esa ventaja sobrevenida para la especie que se
deseaba recolectar fuera el germen de la agricultura. Las personas
que vivían de la caza y la recolección necesariamente repararían
en como surgen las plantas a partir de las semillas, si bien no
necesariamente de las plantas con semillas pequeñas, sí con las de
los frutos que conservan su forma y recubrimiento durante meses tras
la germinación, dejando claro que de “dentro del fruto” sale una
nueva planta. Así pues, la agricultura comenzó en pequeñas áreas que se robaban al bosque o al medio que fuese con el fin de producir lo esencial durante un corto espacio de tiempo, abandonando el lugar poco después e iniciando el proceso de nuevo en otro sitio diferente. Una vista desde el cielo en un área selvática a orillas del río Orinoco nos muestra cicatrices de asentamientos abandonados, algo así como los nidos de los pájaros.
Desde aquellos primeros años, fueren como fueren, intencionados o
no, hasta hace un centenar o poco más, la agricultura ha sido algo
que estaba inmersa en el medio natural. A pesar del riego, que se podía efectuar desviando los cauces de los ríos y
haciendo que el agua volviese a discurrir por terrenos que los ríos
hacía décadas que ya no inundaban, y a pesar de la labor de eliminar competidoras por el espacio y la luz de forma activa arrancando lo no deseado. Estas acciones acababan en un modelado doméstico de las plantas. La modificación de los ríos para inundar las zonas deseadas y la eliminación de competidoras de forma manual y activa tiene su exponente más popular en las terrazas de cultivo de arroz localizadas en el continente asiático. En nuestro continente y el norte de áfrica, los cultivos serían más parecidos a nuestros cultivos intensivos de secano, herederos de la siembra del trigo extendida por el imperio Romano, base de su alimentación junto con el aceite. Cada civilización ha tenido su producto agrícola sobre el que se apoyaba, ya fuese el trigo, el arroz o el maíz, siendo la agricultura un asunto de estado. Esto no ha cambiado. Baste decir que el arado romano y el trillo de sílex, han sido la herramientas habituales usadas para el cultivo hasta mediados del siglo XX en nuestro país, España. No son pocos los aperos para caballerías o bueyes que aún se pueden encontrar en los almacenes de las antiguas casas rurales. Los canales de riego que se usan conservan el trazado que se les diera hace 1000 años y el sistema y costumbres de riego datan de entonces, siendo aún válidas los beneficios en turnos de riego o tasas para tierras que aún fragmentadas, fueron originariamente propiedad de aquel que diseñó una determinada infraestructura de riego.
Oímos o leemos siempre que las variedades agrícolas que disfrutamos
fueron creadas por la selección de las personas generación tras
generación. No es del todo cierto. Desde el primer segundo, aquel
árbol cuyos frutos eran más dulces o aquella espiga de grano más
grueso, estaba sometida desde su mismo nacimiento a la acción de la
naturaleza. Hongos, insectos, sequía, suelo… todo ello al margen
de la acción humana y que comprende desde la germinación hasta el
punto de cosecha. Luego, el fin último de la cosecha, que es
realizado por las personas, ha estado supeditado a otra serie de
filtros físicos o biológicos que han impedido que aquellos seres
menos capacitados para la existencia acaben su ciclo biológico.
Antes de esto, tuvieron que protegerse de la acción de los hongos
que malogran la semilla, del diente de los herbívoros, tuvieron que
gestionar mejor el agua y los nutrientes, tuvieron que hacer volar
mejor su polen y captar a su vez el polen de otras para poder
desarrollar el fruto, o bien atraer con mayor eficacia a los insectos
polinizadores, Finalmente, tras todo este periplo natural, producir lo suficiente para poder
garantizar su supervivencia en la última escala de la selección, la recolección por parte del ser humano. Y tampoco, ya que de todo lo recogido, únicamente aquellas variedades que se conservaban mejor y más tiempo, serían finalmente las seleccionadas.
Al año siguiente, se repetiría el proceso de modo que las plantas, si bien eran favorecidas por las personas según los gustos o necesidades culturales, siempre había un proceso paralelo de selección natural del cultivo. Así ha sido siempre, a lo largo de los tiempos. El resultado eran multitud de variedades locales de los diversos productos agrícolas y ganaderos que estaban, como por arte de magia, mejor adaptados a la vida en cada lugar que otros. Es la selección natural. La selección de las personas, era un paso más en esa selección natural.

En estos últimos años, la cosa ha cambiado. Se han seleccionado variedades en laboratorios al margen de la selección natural. Se reduce la diversidad genética mediante las técnicas que homogeneizan los cultivos, ya sea mediante injertos u otros métodos y se obtienen variedades híbridas que no son productivas en segunda generación, de modo que siempre el cultivo está en esa primera fase evolutiva. Para facilitar que la mayoría de esos frutos lleguen a estado de cosecha, se utilizan productos químicos que eliminan a aquellos seres vivos que durante milenios han facilitado la tarea del seleccionador, dotando de buena genética a aquello que el seleccionador después, sólo tenía que juzgar por el aspecto o sabor. Todo ese acervo genético y todo ese trabajo de millones de seres vivos diferentes a lo largo de quizá 10.000 años, ha ido, o está yendo, a la basura.
Así pues, a lo largo del siglo pasado, en la parte del planeta más industrializada se perdió la agricultura. Los vegetales no sufren un proceso de selección natural paralela a la selección de semillas realizada por el ser humano. Muchas de las variedades han desaparecido y no se utilizan, después de todo el largo proceso evolutivo que esto había llevado. Eso mismo se realiza incluso con la fauna auxiliar que es eliminada de forma sistemática cada temporada impidiéndole realizar su labor natural. Con este modo de explotación de la tierra, el objetivo de la actividad agrícola ha pasado a ser únicamente al de obtención de producción y rentabilidad. Importa poco el lugar donde se vaya a consumir el producto. La agricultura y la ganadería, que deberían ser servicios públicos equiparables a la sanidad, han sufrido la misma perversión que esta última está sufriendo en la actualidad. La agricultura y la ganadería, están sujetos al derecho de todo ser humano a la alimentación. Forman parte del diseño social estratégico de cada país y es el modo más legítmo de soberanía. Doblegadas a los intereses del capitalismo, tanto la política ganadera como la agraria, han dejado de ser un factor inseparable de la soberanía de cada población y sin darnos cuenta, estos procesos de producción que se llevan a cabo en el medio natural, han pasado a ser gobernados de hecho por grandes industrias. Incluso, se ha diseñado una política de ayudas equivocada que hace que éstas vayan a parar a las industrias que tienen intereses en este tipo de "desarrollo". Estamos dejando el agua, la tierra y los bosques en manos privadas que especulan con nuestra soberanía alimentaria, con el agua de nuestros ríos y con el suelo de nuestros países.



