Edición:Contraseña, 2015Páginas:216ISBN:9788494090370Precio:16 €
Las guerras caen en el olvido, los cantos permanecen. Solo el poema queda para narrar el dolor de los vencidos, la suerte de quienes son atropellados por los imparables acontecimientos que forjan la historia. Aquellos a quienes hoy llamamos héroes fueron en su día seres azotados por la desgracia. De la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas. Yo conozco el sufrimiento, la duda, el pesado lastre del miedo, pero también he experimentado la redención y el consuelo de las palabras. Ahora lo sé. Yo puedo escribir este poema.He encontrado mi voz.*
Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) puede llegar a ser una voz singular en la narrativa española actual. En una época en la que muchos autores de su generación escriben sobre la crisis o regresan a lo rural, esta escritora recupera la mitología grecolatina como inspiración literaria en su segunda novela, El silbido del arquero (Contraseña, 2015), un retelling del cuarto libro de la Eneida, sobre la llegada del héroe Eneas a Cartago después de huir de la guerra de Troya. No hay que confundirla con una adaptación hecha con fines didácticos o escolares, ya que su voz denota voluntad de aportar su propio sello y tiene la suficiente madurez para lograrlo. Vallejo es doctora en Filología Clásica y se dedica a la difusión de esta cultura, tanto en prensa como en talleres y conferencias, de modo que no es de extrañar que este campo también se encuentre presente en su obra. Además de El silbido del arquero, ha publicado la novela La luz sepultada(Paréntesis, 2011), el libro infantil El inventor de viajes (Comuniter, 2014) y la recopilación de artículos El pasado que te espera (Anorak, 2010).El silbido del arquerose abre con el naufragio de Eneas y sus hombres en las costas de Cartago, la ciudad recién fundada por Elisa de Tiro (Dido). Eneas y Elisa tienen mucho en común: los dos son reyes viudos que han dejado atrás su tierra. De su pasado glorioso solo les queda un niño del que se hacen cargo: Eneas tiene a su hijo, Yulo, un niño aún muy pequeño; y Elisa, a Ana, la hija ilegítima de su padre, que está entrando en la adolescencia y actúa como la hechicera del reino. Tanto Eneas como Elisa son dos líderes que a menudo se enfrentan al dilema entre la responsabilidad colectiva y los deseos individuales. En estas circunstancias —y con la ayuda de un peculiar Eros—, sus semejanzas los acercarán; aunque el convulso ambiente de Cartago, agitado por los militares que aspiran a ocupar el trono y por la rivalidad con los pueblos vecinos, les complicará la relación.Hay una trama paralela, más breve, en la que un Virgilio desalentado vaga por las calles de la Roma de Augusto. El emperador le ha encargado escribir una epopeya que ensalce la fundación del imperio —así surgió la Eneida—, pero el poeta se siente incómodo por el carácter político que adquiere la creación literaria en estas circunstancias. Este hilo, además de desmitificar la imagen romántica del escritor vocacional y libre de ataduras, sirve a Vallejo para relacionar la tragedia del mito con la heroicidad que se le atribuye como parte del imaginario de la cultura romana. De hecho, al principio cita una frase muy pertinente de Ana María Matute en Olvidado rey Gudú: «Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas; pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas, y de leyendas pasar a victorias». El trasfondo de El silbido del arquero habla de eso, de cómo un fracaso —de cualquier tipo— puede adquirir otros tintes y dejar de percibirse como tal en función del modo en el que se recuerde; y, por consiguiente, habla de la influencia de las representaciones culturales en el imaginario colectivo (del mundo clásico…, pero también de la actualidad).La obra tiene más capas de lectura, como los retratos personales. Está narrada desde múltiples puntos de vista: Eneas, el hombre torturado por la guerra que no está dispuesto a volver a pasar por lo mismo y desea encontrar un lugar pacífico para criar a su hijo; Elisa, una mujer fuerte en un mundo de hombres, que lucha por imponer su voz en Cartago, pero por otro lado siente la inseguridad de hacerse mayor, de ya no ser tan bella a los ojos de su amado ni tan fértil para tener un hijo; y, por último, Ana, la niña bruja, que desde que se quedó huérfana ha permanecido al lado de Elisa, sin otros niños con los que jugar hasta la llegada de los troyanos. Se suele decir que los mitos recogen todas las enseñanzas para la vida y que por eso no caducan. En El silbido del arquero ocurre lo mismo: esta estructura, al enfatizar la subjetividad de cada personaje, facilita que sus conflictos trasciendan la trama pura y se apliquen a la sociedad contemporánea; por eso en el libro conviven la aventura —una aventura slow-paced, en la que importan más los problemas emocionales que la acción— y las interpretaciones que esta suscita.Por ejemplo, resulta inevitable pensar en los refugiados que, como Eneas, buscan un futuro mejor en otro lugar; en los niños que, como Ana, han crecido antes de tiempo, han sufrido el prejuicio y están marcados por una mancha simbólica; o en las mujeres que, como Elisa, han demostrado fortaleza, aunque eso no las libra de la necesidad de afecto. De forma más general, la novela invita a meditar sobre la pérdida (de un ser querido, del hogar, de la juventud) y muestra cómo unos personajes marcados por ella tratan de hallar esperanza. Vallejo hace algo que parece fácil pero no lo es: cuenta una historia, invita a reflexionar y rinde homenaje al mito (no solo a este mito, sino al papel que juegan las historias en nuestras vidas). Escribe con un estilo poético, sólido, con mucho respeto por el original y una estructura equilibrada. Tiene tendencia a la cursilería, algo que se podría paliar con un buen editing («Disfruto del roce de su piel, me gusta sentir en mi cara un aleteo de sus pestañas», pág. 98, «Las lágrimas suben al borde de mis ojos», pág. 128, «las nubes se separan y un hermoso resplandor acaricia la playa al desplazarse sobre la arena», pág. 155, «En mi piel se abren surcos de pena, la tristeza está arañando mi rostro», pág. 198).
Irene Vallejo
Todavía queda un aspecto digno de mención: Eneas, Elisa y Ana no son los únicos que aparecen en el mito. Los acompaña Eros, el dios del amor, un gran acierto de la autora. Este Eros no lleva arco, sino que es un ente silencioso —e ingenioso— que observa a los humanos, los manipula y reflexiona sobre ellos. Su voz se aleja de la del resto; es un narrador irónico que desmitifica el ideal romántico, incide en las fisuras de la experiencia amorosa y pone de relieve el papel que la imaginación juega en ella. Me parece una genialidad (muy contemporánea) que sea justamente el dios del amor quien ofrezca una perspectiva desencantada del enamoramiento. Su tono compensa la solemnidad del relato y demuestra la versatilidad de la autora, a la que será un placer seguir la pista. El silbido del arquero no solo aporta frescura al panorama literario, sino a la propia mitología clásica: muchos lectores le perderían el miedo con más novelas como esta.*Cita de la pág. 197.Imágenes:(1) Eneas contándole a Dido las desgracias de Troya, de Pierre-Narcisse Guérin (1815).(2) La muerte de Dido, de Andrea Sacchi (principios del siglo XVII).