Revista Cultura y Ocio
"La naturaleza entera guardaba silencio. Las nubes que surgían del horizonte se oscurecían y se hacían más nítidas, y después se fundían con la noche.
Los cuatro estaban en silencio. Sólo se oía el débil murmullo de la radio. En el asiento trasero, Vigdís leía un libro mientras Anna se había despertado de una breve siesta y acababa de abrir una cerveza. Entre las dos estaba el perrito de Anna, un pastor islandés que había adoptado cuatro meses antes."
Superado ese momento en el que pensé que estaba ante otra novela nórdica negra, ya que me explicaron que no era precisamente eso, empecé a prestar atención a este título. Finalmente me lo traje a casa y por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El silencio de las tierras altas.
Dos parejas de jóvenes de familias de clase media alta, urbanitas y con ganas de experimentar, se embarcan en la aventura de recorrer la Islandia más inexplorada. Cargados de provisiones entre las que se incluye más bienes de lujo que suficientes, comienzan un viaje que se verá interrumpido cuando chocan contra una casa. Serán auxiliados por los propietarios, una pareja un tanto extraña que mantiene su hogar completamente cerrado al exterior, hasta el día siguiente, momento en el que comienzan a intentar abandonar un lugar al que parecen condenados a regresar.
Como comenzaba diciendo, El silencio de las tierras altas no es una novela negra. Es una historia con una gran carga psicológica que recuerda, a grandes ratos, a aquel Fin de David Monteagudo que tanto éxito tuvo en nuestro país. Vestido de crítica social y con capítulos que comienzan nombrando al personaje que va a dejar patente su visión de cómo transcurren los hechos, el autor enfrenta dos mundos: el mundo tecnológico y despreocupado, y la naturaleza salvaje que, de repente, irrumpe sin avisar en la vida de estos jóvenes. Perdidos en aquello que pretendían explorar como diversión, sin cobertura de móvil, acogidos por una extraña pareja en un lugar más extraño aún, veremos como no sólo no parecen ser conscientes de haber abandonado su habitual zona de confort, si no que ni siquiera son realmente conscientes del peligro que pueden estar corriendo.
El autor nos presenta de este modo su base crítica sobre la que bascula prácticamente toda la historia: la falta de cabeza y de responsabilidades, la falta de instintos como el de la supervivencia que están aletargados por una vida de seguridad en la que, el mayor de los problemas, puede ser no ver satisfecho cada uno de los deseos. Y serán precisamente cuatro jóvenes venidos de este mundo que, pese a las diferencias culturales, nos resulta tan familiar, los que tengan que enfrentarse a una aventura que acabará siendo todo menos divertida. De hecho cuando vemos algunas de las decisiones que toman sus protagonistas, por ejemplo separarse, es posible que tengamos ganas de dar dos gritos como si pudieran oírnos.
Bragi va cargando su novela de una tensión creciente que sufre el lector, ante el entorno, la inconsciencia, el desconocimiento, para llevarnos a un final no exento de polémica. Un final en el que llevamos pensando desde la mitad de una novela que se lee en un suspiro por el ansia de conocer el desenlace y que, no me cabe duda, suscitará opiniones para todos los gustos.
La segunda novela de Steinar Bragi, y primera publicada en nuestro país, ha resultado una lectura opresiva e inquietante. Un libro francamente entretenido para una tarde o dos de invierno en las que nos apetezca desaparecer de nuestra acogedora casa para sumergirnos en una aventura mucho más peligrosa.
Y vosotros, ¿habéis sucumbido ya a la moda de los escritores nórdicos?
Gracias