La noche del 23 de marzo de 2003, Harrison Ford fue el encargado de presentar a los nominados al premio Oscar al mejor director. Entre los aspirantes a alzarse con la estatuilla estaban Pedro Almodóvar; Rob Marshall, director de ‘Chicago’ ganadora de la noche; Stephen Daldry y Martin Scorsese. Todos ellos contenían la respiración desde sus butacas del Kodak Theatre aguardando escuchar sus nombres, pero allí faltaba el quinto nominado; el único que ganó aquella noche el premio y el único que no pudo recogerlo.
El nombre de Roman Polanski salió de la boca de Harrison Ford y una ovación inundó el silencio del director. No fue una simple ovación. El propio Scorsese fue de los primeros en levantarse de su asiento para acentuar el reconocimiento al galardonado. Aquel aplauso reconocía no sólo al director ausente. De algún modo se reconocía a la persona detrás del director.
Todo el mundo es conocedor en mayor o menor medida de los entresijos de Polanski con la justicia, por lo que ese tema lo voy a dejar para las conversaciones de los domingos por la tarde. A los interesados recomiendo ver documentales como ‘Roman Polanski: se busca’ o el más reciente ‘Conversaciones con Roman Polanski’, donde se aborda lo concerniente a su vida privada.
Volviendo al 2003, Roman Polanski fue premiado por su trabajo en la formidable ‘El pianista’, con un Adrien Brody inolvidable como protagonista. Aquella película trataba sobre Wladyslaw Szpilman, un pianista judío habitante del gueto de Varsovia, con lo que ello conlleva. La cinta trata como pocas la soledad más absoluta física y emocional en un momento de la historia por desgracia imborrable.
La grandeza los escenarios y el realismo de la acción pueden despistar a más de uno. Pero si nos fijamos un poco en la trama descubriremos que dentro del gran horror que narra la película el sentimiento opresivo y claustrofóbico está latente durante cada plano, cada explosión y cada mirada de Brody. Es Roman Polanski; sólo ha mostrado un plano más amplio de su genio.
Porque si algo destaca dentro de la obra del director polaco es sin duda su manejo en las distancias cortas; su talento infinito e inagotable en cualquier escenario cercado por cuatro paredes. No son pocos los ejemplos que podríamos dar ahora, en realidad la mayoría. Aunque es obvio que ningún ejemplo es tan conocido como el título ‘Rosemary’s baby’ (en otro post hablaremos sobre el talento de los traductores en nuestro país de algunos títulos de películas).
Corrían los años sesenta y el ascenso meteórico del realizador le había llevado a los Estados Unidos para trabajar en lo que fue su primera película en suelo norteamericano. Era su momento su salto a la fama, y Polanski entregó una película atemporal por la que no pasa el tiempo, demostrando el don que aún hoy posee para hilvanar historias sin ninguna clase de efectismo. Lo que hace Polanski es jugar con la mente del espectador a cada minuto. Puede hacer sol, reinar una calma majestuosa y sin embargo llegar a sentir la tensión de la historia invadiéndote poco a poco. Para esto, Polanski es inimitable.
Nunca sabes porqué, pero siempre sientes que algo no marcha. Pasa en ‘Rosemary’s Baby’, y lo vemos a través de los ojos de Mia Farrow; pero ya había pasado un poco antes en la también brillante ‘Repulsion’, donde la fantástica Catherine Deneuve da vida a otra historia donde lo que no se ve tiene tanto o más protagonismo que las propias imágenes. No se confundan, ambas películas son geniales pero siguen distintos caminos para construir historias a caballo entre el cine de terror y el mejor thriller; géneros sin duda, en los que Polanski destaca.
Pero no todo iba a ser tan retorcido en la filmografía del director. Polanski ha trabajado casi todos los géneros con mayor o menor fortuna, pero casi siempre destacando. Es imprescindible recordar la magnífica ‘Chinatown’, en la que el realizador redescubre el género conocido como cine negro, cuyo esplendor había quedado enterrado años atrás. ¿Es Polanski el que está tras la cámara? Así es.
Con esta película protagonizada por Jack Nicholson demostró su capacidad y personalidad a la hora de filmar. Polanski se consagró en Estados Unidos poco antes de su huída. Ya no se volvería a hablar de él únicamente en términos cinematográficos. La tristemente famosa tragedia sucedida a su mujer, la actriz Sharon Tate al final de los sesenta, pasaba a un segundo plano por un nuevo suceso.
Dejando atrás América, Roman Polanski se convirtió desde entonces en un director errante de vuelta a la vieja Europa que había dejado atrás en pos de su carrera. Muy lejos quedaban aquellos primeros años en su Polonia natal, donde su primera película ‘Un cuchillo en el agua’, le había llevado a destacar desde el primer momento. El nombre de Roman Polanski no volvería a sonar anónimo a nadie. Ya entonces mostró el genio que crecería en los años posteriores, con una película que ahonda en los perfiles psicológicos de sus personajes.
Fotograma de ‘Repulsion’
La mayor parte de su filmografía a partir de su regreso, fue realizada en Francia, donde se estableció. Los años fueron pasando y la obra de Polanski fue creciendo sin parar, convirtiéndose en director referencia con el que casi todos desean trabajar. No obstante, su primera película de esta etapa confirió el antes y el después de su cine. ‘Le Locataire’ (El quimérico inquilino) fue su purgatorio. Polanski se dirigió a sí mismo para mostrarse delante, detrás y más allá de las cámaras.
‘Le Locataire’ es una película muchas veces olvidada que sin embargo, en palabras de quien escribe, constituye una de sus mejores obras. No son pocas las películas a las que ha influenciado; Polanski sube un nuevo escalón en esta cinta donde la acción sucede más que nunca en la mente del espectador. El director se burla de los sentidos constantemente y lo hace con una sencillez abrumadora. Simplemente imprescindible.
Tras unos complicados a la par que brillantes años setenta para Polanski, los años ochenta trajeron un período aciago en lo que a producciones se refiere. Apenas dos películas en diez años. ‘Piratas’ fue la primera e irregular de ella. Una cinta que se aleja del Polanski talentoso para entregar un film irregular y poco interesante. Por suerte fue un bache aislado, pues su siguiente película, si bien no es ninguna obra maestra, regresa a la senda genuina y personal del director. ‘Frenético’ posee el pulso y el ritmo; Harrison Ford protagoniza con notable factura la historia de un doctor y su mujer de viaje en Francia, donde ella desaparece. A partir de aquí una historia menos personal pero resultona para cerrar la escueta década de los ochenta.
Los años noventa comenzaron con dos obras menos conocidas y sin embargo formidables como son ‘Lunas de Hiel’ y ‘La Muerte y la Doncella’. En ambas encontramos a Polanski, siempre invisible en cada matiz, en cada intriga y misterio. Nuevamente nos hace adentrarnos en nosotros mismos gracias a la muy freudiana ‘Lunas de Hiel’, en la que el director indaga en el deseo sexual y la lujuria a través de su particular genio. Por su parte, ‘La Muerte y la Doncella’ supone una película donde la ausencia de elementos potencia el valor de la acción protagonizada por Ben Kingsley y Sigourney Weaver. No hay nada que pueda alejarnos de la historia. La sencillez de Polanski es una bomba para los ojos del espectador.
Así llegó un nuevo lapso antes de ovación que ocupó el silencio del directo en L.A. ‘La novena puerta’ entretiene pero falla en el fondo. Muchos aprovecharon para enterrar al director polaco que sólo tres años después era premiado por ‘El pianista’. Desde aquel momento el nombre de Roman Polanski parece haber trascendido a sus fantasmas. Aquella emocionante ovación parece que sobrevino para enterrar las malas palabras y los malos recuerdos. Ahora nos queda Roman Polanski el cineasta. Un director que lleva haciendo cine más de cuarenta años y sigue sorprendiendo y destacando como en ‘El escritor’ o la muy ácida y divertida ‘Un Dios Salvaje’ sus últimas películas hasta la fecha. Sin duda alguna Roman Polanski será recordado por su talento y su personal manera de hacer cine, nada más.
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