Revista Cultura y Ocio
Hay una tendencia perniciosa por parte de algunos medios de difusión a confundir a los padres llevándoles a pensar que ciertos trastornos que padecen sus hijos tienen un cierto pedigrí. Parece que si su hijo padece TDAH (Trastorno con Déficit de la Atención con Hiperactividad) es perfectamente normal y que el simple diagnóstico le libera de una intensa intervención. ¡Señor, señora: su hijo tiene un grave problema! Antiguamente sería calificado de vago, distraído, "mosca cojonera"... Hoy sabemos que no hay que atribuir intencionalidad a su conducta, pero los efectos son idénticos: su hijo molesta, interrumpe, se distrae, irrita, exaspera... ¡No, señores! Su hijo necesitará que despleguemos una inmensa paciencia, una considerable sabiduría y un enorme cariño. Es una factura costosa, no hay que menospreciarla.
Quizás en el colegio le digan que padece DISLEXIA. Eso explicaría que su iniciación a la lectura fue un desastre. Entonces le dirán que necesitará logopeda y tratamiento. Suspirará aliviada, pero no se relaje demasiado. Disléxico se nace y se es toda la vida. Se pueden superar sus efectos negativos para muchos aprendizajes y aprovechar su forma diferente de procesar la información; pero no dejará de tener problemas con los códigos escritos: pentagramas en música, aritmética, lectura, procesamiento de secuencias, memoria de nombres, fallos en la orientación espacial, lateralización... quizás necesite mirar al reloj de su muñeca toda su vida para saber donde está la izquierda.
O puede que le diagnostiquen TEA (Trastorno del Espectro Autista) y quizás acoten que tiene el síndrome de ASPERGER. Entonces, tras la conmoción inicial, quizás se acuerde de la película de Raiman, o de la trilogía Milenium, o haya leído por ahí que algún premio nóbel pudo padecerlo... No se relaje: no es de mucho alivio. Primero porque presentan modelos falseados por el género (cinematográfico, literario...). Segundo porque, pese a algunas posibles proezas intelectuales, sus fallos en la competencia social son de una magnitud, a veces, inhabilitante para la vida normal. Exigirán un aprendizaje social extenuante, una comprensión sin límites por parte de sus compañeros y familiares, una interacción afectiva asimétrica que no todos aceptan... Es una factura muy costosa cuyos conceptos a veces son difíciles de entender.
No se relaje. Poner un nombre a los problemas puede rebajar la ansiedad producida por la duda; puede tranquilizar ante la orientación en un tratamiento; pero no evitará que tengamos que poner múltiples medios y energías a disposición de su educación. No tengamos el síndorme de Giliperger: las distintas enfermedades no tienen más o menos pedigrí. Todas duelen.