El Síndrome Mishima podría definirse como la “relectura de aquellas novelas que en un pasado causaron una fuerte impresión y que, tomadas de nuevo, años después, resultan de un aburrimiento mortal”, según la definición de la prestigiosa Universidad de Cambridge Analytica. Que son un coñazo, vaya. Esto pensé no hace mucho volviendo al siempre polémico escritor japonés Yukio Mishima. Me ha pasado lo mismo con muchos libros, aunque a veces se da el efecto contrario. Habría que bautizarlo también. Este verano he vuelto a leer García Márquez y lo he disfrutado más, mucho más, que en la primera lectura en esa extraña Barcelona post-olímpica. Ferdinand Céline es de los escritores inmunes al Síndrome, pues estoy con Muerte a Crédito y el libro me sigue pareciendo un portento.
Y me sabe mal, hice el intento de volver a leer Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry, y acabé en un bar pidiendo cerveza fría. La culpa la tuvo un tipo, un tipo que parecía normal, que vi el otro día en la playa leyendo este libro. ¿Cómo se puede leer Bajo el Volcán, una novela depresiva donde las haya, en la playa? Leí que Lowry, una vez, escribió una novela de humor. Buscaré esa novela de Lowry, un libro que se me antoja imposible, conocedor que a su vez éste puede sucumbir al Síndrome Mishima.
El Síndrome Mishima