Revista Psicología

El sistema financiero: fuente adicional de desigualdad

Por Gonzalo

El actual sistema monetario internacional surgió de la Conferencia de Bretton Woods, celebrada en 1944, en la que, una vez más, el poder hegemónico impuso las reglas del juego que más le interesaban en lo relativo al dinero.  La supremacía militar, política y económica de los Estados Unidos de América era entonces un hecho incuestionable, por lo que este país impuso su propia moneda como medio de pago internacional a los empobrecidos restos del mundo industrial.

EL SISTEMA FINANCIERO: FUENTE ADICIONAL DE DESIGUALDAD

En efecto, frente a la propuesta defendida por Keynes, en representación del Reino Unido, de crear una nueva moneda internacional neutral  (el “bancor”) y un banco mundial emisor, los EE.UU.  impusieron que esta moneda fuera pura y simplemente el dólar  (con el compromiso de seguir manteniendo su convertibilidad en oro) y que la banca estadounidense fuera el banco emisor.

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Conferencia de Bretton Woods

Como consecuencia de estos acuerdos se creó después el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, lejos de ser el banco emisor propuesto por Keynes, se limitó a financiar operaciones de ajuste de los países para que se atuvieran al sistema de tipos de cambio fijos que rigió durante la posguerra, contando para ello con las cuotas por países y los votos proporcionales a ellas bajo la batuta de ese socio hegemónico que fue y sigue siendo EE.UU.

EL SISTEMA FINANCIERO: FUENTE ADICIONAL DE DESIGUALDAD

F.M.I.

La necesidad de otorgar al FMI financiación adicional para salvar los eventuales problemas del sistema monetario internacional  motivó el  Arreglo General de Préstamos  (GAB) de 1962.

Mientras tanto, el “camelo” del Plan Marshall y otras contraprestaciones ayudaron a aceptar unas reglas del juego que permitieron a un país fabricar dólares mientras el resto del mundo fabricaba mercancías que podían comprarse con esos dólares.

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Los EE.UU.  no tardaron en sacar cada vez más partido del privilegio que suponía ser la fábrica de la moneda internacional a base de aumentar cada vez más alegremente sus “emisiones”, financiando una salida masiva de inversiones en el extranjero y ampliando sus importaciones hasta tornar deficitaria su balanza comercial en 1971, por primera vez desde el siglo XIX, y provocar el déficit crónico en sus pagos corrientes con el resto del mundo.

La salida masiva de dólares antes mencionada se operó sin respetar el compromiso de mantener la convertibilidad del dólar en oro, por lo que en 1971 se acabó aboliendo esta convertibilidad y modificando los acuerdos de Bretton Woods para abrazar el “dólar papel”, cuya cotización sólo cabía referir ya a otras monedas.

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ORO

La deuda de los EE.UU.  frente al mundo ya no sería jamás reembolsada en oro ni en otras monedas: su deuda se refería sólo a “dólares papel”. Lo cual obligó a “flexibilizar” los tipos de cambio y “desregular” la actividad financiera, confiando en que la potente banca internacional estadounidense sacaría partido de la nueva situación.

Pero con ello se resquebrajó el monopolio que el dólar había venido ejerciendo en la escena internacional, al dar cabida en ella a otras monedas y al posibilitar nuevos mecanismos de creación de liquidez internacional, dejando expedito el camino hacia la creación de “dinero financiero” manejado por empresas transnacionales.

Tras la desaparición del sistema de tipos de cambio fijos en 1973, el FMI se dedicó sobre todo a intervenir para gestionar la “crisis de la deuda” de los países pobres que se desencadenó en los ochenta y, más tarde, al ocasional salvamento de países en crisis.

La magnitud de la crisis de México, en 1995, y la importancia de sus posibles consecuencias para los intereses del capital transnacional  (sobre todo estadounidense), obligaron a establecer en ese mismo año un nuevo Arreglo General sobre Préstamos para otorgar más medios de “salvamento” al FMI.

La posterior “crisis asiática” y sus derivaciones dieron lugar a nuevas operaciones de salvamento discrecional del FMI, condicionadas a los intereses del capital transnacional, sobre las que no cabe detenerse.

Se llega así a la presente crisis, fruto de la creación de liquidez internacional ajena al FMI, sin que paradójicamente se haya establecido un verdadero “acuerdo” internacional para la financiación de este organismo en sus cada vez más habituales y cuantiosas operaciones de salvamento: una vez más tuvieron que hacerse sobre la marcha arreglos concretos con los gobiernos de los países más ricos para conseguir que, al calor de los episodios del 11 de septiembre, sus Bancos Centrales apoyaran el dólar y a la economía estadounidense.

Se produce así la paradoja de un FMI que, careciendo de medios reglados de financiación y de competencias para controlar la creación de liquidez internacional realizada por entidades privadas en beneficio de sus propios intereses expansivos, pide a los Estados cada vez más liquidez para paliar las crisis que tal comportamiento origina.

El Banco de Pagos Internacionales  (BPI) tampoco ha podido ejercer una función reguladora importante. Sus intentos de establecer normas de obligado cumplimiento para las empresas que aseguren una mayor estabilidad financiera han sido hasta el momento poco exitosas.

El BPI no contó con el apoyo político requerido para disponer de las competencias y los medios que hubieran sido necesarios al menos para eliminar los “paraisos fiscales” y acordar e imponer a escala mundial a la banca reglas de gestión y contabilidad adecuadas y estándares mínimos de capital: sus ideas se quedaron a nivel de simples sugerencias y se divulgaron en 1997 como 25 Principios esenciales para la supervisión bancaria eficaz.

Aunque su labor contribuyera en alguna medida, difícil de cuantificar, a promover las mayores dotaciones de capital de los bancos, la creciente complejidad del mundo financiero, con sus “innovaciones” y “derivados” y con su mayor “difusión” de riesgos, ayudó también a los bancos a acomodar, mediante una ingeniería contable adecuada, los balances a las normas.

La “desregulación” del panorama financiero internacional iniciada en la década de los setenta permitió que la intermediación financiera se extendiera por el mundo empresarial, llevando los fenómenos de creación monetaria más allá de los confines de la banca y de las fronteras de los Estados.

Al igual que el “papel-moneda” permitió construir sobre él la creación de “dinero bancario”, ambos sirvieron de base a los nuevos procesos de creación del “dinero financiero” (término acuñado en Naredo, 2000).

Junto a la cadena de créditos y depósitos que originaba la creación de “dinero bancario” se desplegaron otras cadenas más amplias de activos y pasivos financieros que se respaldan a sí mismos en los balances de las empresas siendo fuente de una nueva creación monetaria globalizada amparada en la confianza de los ahorradores.

Así como la creación de “dinero bancario” reforzó el poder y el riesgo de los bancos,  esta nueva creación monetaria refuerza el poder y el riesgo de las entidades empresariales que son capaces de llevarla a cabo. Pues la emisión de títulos, no sólo permite captar dinero a las entidades que los emiten, sino que las acciones mismas se han transmutado en moneda no ya como depósito de valor, sino como medio de pago en las billonarias compras y absorciones de empresas y en la remuneración a directivos y accionistas.

La mayor capacidad de crecimiento de las empresas transnacionales que se dedican a crear “dinero financiero”, emitiendo títulos y controlando empresas, frente a aquellas otras que se limitan a las tareas ordinarias de producción y comercialización, acarrea el continuo reforzamiento del poder del capitalismo transnacional frente a los Estados y al capitalismo local, que van siendo comprados y sometidos a sus intereses expansivos.

Nunca el capitalismo transnacional hegemónico había conseguido manejar tanto “dinero ajeno para negocios propios”.

Fuente:  GEOGRAFÍA HUMANA   (J.ROMERO  (coord.),J.ORTEGA,J.ARANGO,J.NOGUÉ,A.ALBET,R.MÉNDEZ,O.NEL-LO,F.MUÑOZ,J.FARINÓS,J.M.NAREDO)

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