Si existiera una máquina del tiempo que pudiera llevarnos a cualquier momento del pasado, quizás mucha gente escogería viajar a la era de los dinosaurios con la esperanza de encontrarse -mejor a distancia- con un espectacular Tiranosaurio rex. Sin embargo, muchos astrónomos elegirían una época aún más lejana en el tiempo, hace 4.500 millones de años, cuando se formó nuestro Sistema solar.
Como semejante ingenio no ha sido inventado, a los científicos no les queda más remedio que aprender sobre el nacimiento de nuestro Sol y sus planetas estudiando las estrellas jóvenes en nuestra galaxia. Un nuevo trabajo del Centro Harvard-Smithsoniano para Astrofísica (CfA) dado a conocer en la reunión de la Asociación Astronómica Americana, que se celebra estos días en Indianápolis, se ha fijado en TW Hydrae, una estrella en la constelación de Hidra a unos 190 años luz de distancia de la Tierra, para conocer qué le pasó al Sol cuando era todavía un «niño». Los científicos sugieren que el Astro rey era muy activo y enérgico en su infancia, creciendo a saltos mientras emitía explosiones de rayos-X.
TW Hydrae es una estrella naranja tipo K que pesa alrededor del 80% del peso de nuestro Sol. Tiene unos 10 millones de años y todavía está sumando gas del disco de material que la rodea. Ese mismo disco puede contener planetas recién nacidos.
Para crecer, la estrella «devora» el gas del disco. Sin embargo, el disco no se extiende todo el camino hasta la superficie de la estrella, por lo que la estrella no puede comer de él directamente. En cambio, el gas que cae queda canalizado a lo largo de líneas de campo magnético hasta los polos de la estrella.
El material que cae colisiona contra la estrella, creando una onda de choque y calentando la acreción de gas a temperaturas superiores a los 5 millones de grados Fahrenheit. El gas resplandece con rayos X de alta energía. A medida que continúa moviéndose hacia el interior, el gas se enfría y su resplandor se desplaza a longitudes de onda ópticas. Para estudiar el proceso, los científicos combinaron imágenes del Observatorio de rayos X Chandra de la NASA con las de telescopios ópticos terrestres.
«Mediante la recopilación de datos en múltiples longitudes de onda seguimos el gas hasta el fondo. Hemos rastreado todo el proceso de acreción por primera vez», afirma Nancy Brickhouse, del CfA.