Revista Arte
Mi oficio como corredor de seguros me lleva a prevenirlo todo. De ahí que no me preocupé cuando al salir del hotel bajo la coerción amenazadora de mi mujer, considerara que aquella decisión no era un acierto. Su devoción hacia la Virgen del Perpetuo Socorro anulaba cualquier otra alternativa. Y como en un juicio sumarísimo, aguardamos en silencio la decisión del maestro cofrade que, a modo de abogado defensor, miraba con desconfianza a la inmensa nube negra que nos amenazaba. Cuando comenzó a llover, las voces de los cofrades se convirtieron en lamentos, pero de ahí pasaron a la esperanza al ver salir de la iglesia el paso de la Virgen; un gesto que devino en consternación cuando comprobaron que la imagen era de metacrilato, la única cláusula que se me ocurrió incluir en el seguro para unir fe y riesgo. Mi mujer me miró con cara de odio, sin embargo, yo permanecí tranquilo, pues estaba acostumbrado a este tipo de reacciones entre mis clientes. Sólo le di el sobre y me fui a la taberna. Imaginé su cara al leer lo que había escrito: la fe mueve montañas, pero para el resto, contrata una buena póliza de seguros. Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel