

María Guimeráns
Humphrey Bogart era un tipo bajito y bastante feo, para qué engañarnos. Pero con ese aspecto de perdedor y esa mirada de estar de vuelta de todo, iba dejando cientos de corazones rotos a su paso; entre ellos el de una bellísima Lauren Bacall, bastantes años más joven que él. Siempre he atribuido su indiscutible encanto a su sombrero.

Lo llevaba ladeado, con elegancia y porte castigador. Ni siquiera se lo quitó para despedir a Ingrid Bergman en el aeropuerto de Casablanca y prometerle que siempre les quedaría París…
Tras muchos visionados de esa película y de otras de la época dorada de Hollywood, he llegado a la conclusión de que nuestro atractivo aumenta si sabemos llevar un sombrero. Aquí os hemos puesto el ejemplo de Audrey Hepburn, aunque a ella, la verdad, le hubiera quedado bien hasta el peinado lacado de Rita Barberá. Pero ahí tenéis a John Wayne: visto detenidamente tampoco es un adonis, pero su tocado de cowboy cautivó a varias generaciones de mujeres.

Y qué decir de El Che: ¿se hubiera convertido en el icono que es sin su gorra revolucionaria?

Todos estos ejemplos han reforzado mi teoría. Una teoría que surgió en mi barrio allá por los últimos años 80, con mi vecina Eugenia. Ella y yo teníamos la misma edad, íbamos al mismo colegio y fuera de él nos pasábamos el día hablando por teléfono…por uno hecho con una cuerda y dos vasos de yogur.
En esas estábamos cuando nos llegó la época de empezar a presumir. Bueno, a ella antes que a mí. Y una de las prendas que mi amiga eligió para autoafirmarse fue un precioso sombrero de fieltro negro, como el que Ana Torroja popularizaba por aquel entonces en televisión. Durante años, Eugenia fue la única niña del barrio que se atrevió con tal complemento. Y su iniciativa no pasó inadvertida para los chavales. Decididamente, Eugenia sabía llevar un sombrero.

El revival de las gorras, boinas, viseras y otros tocados capilares me ha traído a la cabeza este episodio y me ha hecho preguntarme por qué el ser humano se tapa la azotea desde tiempos inmemoriales. La explicación: protegerse del frío, pero también del calor, marcar diferencias sociales, realizar rituales religiosos y, como Eugenia, presumir.
El sombrero del tipo del que usaba mi vecina surgió a principios del siglo XX, aunque su material, el fieltro, es muy anterior. Su nombre procede de la voz latina “filtrum” y ya se fabricaba en el siglo XV con lana o pelo de conejo o castor apelmazados.
En la primera mitad del siglo pasado, los sombreros de fieltro se pusieron muy de moda entre los hombres. Y con el auge del cine, muchos los usaban para imitar a las grandes estrellas. Estrellas como Humphrey Bogart, que no hubieran llegado a formar parte de nuestro olimpo cinematográfico si no llega a ser por su sombrero.
