Revista Cultura y Ocio

El soporte de la premisa

Publicado el 05 junio 2014 por Escrilia @escrilia

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Se le ocurre una idea para escribir. Le gusta. Usted piensa que es una buena idea y empieza a darle vueltas en la cabeza. Se sienta a delinear un argumento, o directamente a escribir (las dos opciones son válidas). Le gustan los personajes, cree que es interesante el tema y ve potencial en el desarrollo. Entonces, más o menos a mitad de camino, todo cambia. Ahora parece aburrido. Cada palabra que agrega parece obvia, cada escena es un cliché y la historia en general se vuelve tediosa. La magia ha desaparecido: ¿Por qué? ¿Dónde fue que perdió el rumbo?

Hay una cosa sumamente importante que una novela no debe perder de vista: la premisa.

No hablo de la idea original, esa frase larga que compacta toda la historia y que suele ser tremendamente útil para vender la novela a un editor. La premisa es esa síntesis que sugiere tema, conflicto y conclusión (como decía Lajos Egri). Es la idea con la que comienza la historia, lo que le aporta el combustible para iniciar el camino de la escritura de esta novela en particular.

Esa idea, con la que comenzó a gestar la historia, puede ayudarle a salir de la crisis de mediados de historia, esa especie de pantano que ralentiza la escritura cuando rondamos el primer tercio. Para lograrlo, la premisa tiene que ser algo más que una sugerencia aproximada de lo que se trata la historia. Tiene que ser la clave de la historia.

No hablo de argumento, ni del formato final de la historia. Me refiero a esa brújula que lo mantiene en el camino correcto pase lo que pase en la historia. Aún hasta la más indefinida de las premisas podría guiarlo a generar una novela brillante si sucede que está inspirado mientras la sigue. Me refiero a ese concepto claro que lo ayudará a salir del atasco cuando sienta que lo que escribe no es lo mejor del mundo.

Si alguna vez se encontró en la situación en que perdió el rumbo de la historia y hasta abandonó un proyecto después de escribir unas 20.000 palabras porque ya no le estimulaba el estado actual de la historia, tengo algunas sugerencias para evitar ese desperdicio de tiempo y esfuerzo.

Generalmente hay tres tipos de premisa, como las camas de los osos del cuento:

1. Demasiado blanda
Chico conoce chica. Las cosas los mantienen separados, pero eventualmente terminan juntos.
Esta es una idea realmente vaga. Ciertamente se puede escribir una gran novela basada en una premisa de este tipo, pero la premisa en sí no es de mucha ayuda. Probablemente se sienta perdido, distraído y finalmente aburrido de la historia a mitad del camino.

2. Demasiado dura
Chico conoce chica. Los padres adoptivos del chico son negros. Los padres de la chica pertenecían al Klan.
Esto es una idea más definida, lo que en principio está bien. El problema es que está tan claramente definida que usted puede ver casi la totalidad de la historia y sus variantes incluso antes de escribirla. Una situación así quizás suene deseable, pero lo que sucede es que usted se adapta tanto a ese concepto claramente trazado que termina planteando escenas que tienden al cliché, al melodrama trillado. Con una premisa restrictiva usted siente que sólo hay una manera de encarrilar la historia. Es muy fácil perder el interés cuando en lugar de escribir siente como si estuviera tomando dictado.

3. Simplemente bien
Chico conoce chica. Los padres se odian entre sí.
Lo que cada escritor considera que está bien variará, por supuesto. Pero la razón por la cual esta premisa es mejor que la primera es que identifica el lugar del que proceden los problemas (esas “cosas que los mantienen separados”). Y aún más importante, define quién o quienes generan estos problemas.

Si usted se desvía de la historia, o pierde visión y no sabe realmente de dónde viene los problemas encontrará muy difícil encontrar ese impulso que haga seguir a la historia. Podrá crear muchas escenas con episodios aislados, inconexos, esperando dar con aquello que la haga una narración digna. Eventualmente deberá inventar algo. Si tiene suerte dará con un conflicto que funcione, pero es más probable que deba regresar una y otra vez a reestructurar escenas para que vayan siguiendo una idea coherente. Y eso desgasta mucho.

En muchos casos la respuesta a este tipo de problemas que genera de la nada en su historia es bastante sencilla: El protagonista va a la policía, le dice lo que siente a su chica, recarga la batería de su teléfono, etc. La pregunta clave es ¿qué impide que el personaje resuelva este problema? Para que su novela no acabe en la página cuatro, debe generar un elemento en la historia que ofrezca oposición a las metas del protagonista. Esto quizás suene a taller de escritura básica, pero es muy común ver que escritores de todos los niveles se saltan este paso.

Si un policía, conoce a una mujer en una fiesta, empieza a salir con ella, se enamora y luego comienza a sospechar que su familia puede estar involucrada con la mafia: usted puede hacerse una idea de qué tipo de historia viene a continuación (o debería poder, porque hay varias películas sobre este asunto). Pero si esa es la premisa de su historia, aun creyendo que los problemas que se crean son evidentes, no ha definido el elemento de oposición. A pesar de ser un punto de partida conflictivo, no hay un verdadero generador de problemas.

Podría salir con numerosas escenas basadas en esta idea de “amor y mafia”; malentendidos, mentiras, momentos embarazosos para los dos. Quizás hasta ella sea la hija del capomafia, pero no quiere que nadie se entere. Podría él haber mentido sobre su trabajo en la policía, lo que le impide decir cómo sabe lo que sabe. Pero lo cierto es que cada vez que precise que algo suceda deberá sentarse a pensar hasta que se le ocurra un escollo a superar. La situación de partida sólo tendrá un impulso limitado.

Para ir generando nuevos estímulos, usted necesita introducir ese elemento que actúe como una fuerza narrativa antagonista. Podrá ser un villano, un límite de tiempo, un rival, una obligación. Cualquiera sea el caso, necesita sus propios objetivos, opuestos a los del protagonista.

Si un hombre quiere escalar, la montaña en sí será un antagonista bastante débil. Quizás usted lo pueda hacer funcionar, el hombre contra la naturaleza, pero limitará sus opciones (y esas mismas opciones puede que hayan sido utilizadas ya muchas veces). La montaña no tiene voluntad o deseos propios, por lo que usted deberá esforzarse más para generar conflicto e interés.

Aunque tenga una idea muy clara de las situaciones que se irán sucediendo y esas escenas sean interesantes de por sí, ayuda sobremanera tener alguien que se beneficie cuando el personaje (momentáneamente) NO logra su objetivo. Esto concentra la aversión del lector hacia alguien en particular y genera simpatía por contraste para el protagonista.

Si un astronauta está por ser enviado a una misión a Neptuno, un viaje de treinta años ida y vuelta, y su novia se quedará en la tierra ¿qué importa? Él se va, ella se queda, rompen el noviazgo. Habrá emoción y lágrimas, pero en el fondo es lógico y no mantendrá en vilo al lector. La vida sigue, las cosas pasan y no necesariamente hacen que la historia sea atrapante.

Ponga al personaje del exnovio, que es un verdadero imbécil y sólo espera que el protagonista parta para reconquistar a la afligida novia abandonada y nivelará un poco las cosas. Y si agrega que la chica elegida para acompañar al protagonista en el viaje es la mejor amiga de ella, que está secretamente enamorada del protagonista, que todos son de la academia de entrenamiento para misiones espaciales y que la elegida hizo trampas para lograr mejor puntuación que la novia, ya tiene una historia jugosa en marcha: antagonistas, objetivo y plazo temporal.

No digo que no se pueda escribir una historia sin un villano, hay muchas obras que contradicen eso. Sin ir más lejos, la película de Robert Redford, Cuando todo está perdido, por no tener no tiene ni siquiera más personajes que el principal. Si usted tiene la suficiente imaginación y energía, puede hacer funcionar cualquier idea.

Pero si encuentra difícil llegar al final de la narración, revise su premisa. ¿Qué cuenta la historia? ¿Sobre quién o quiénes habla? ¿Qué es lo que quieren? Luego imagine quién podría estar tratando de impedir ese objetivo. Porque cuando se le acaben las ideas, esa persona le dará letra.


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