Anunciado para pasado mañana, el estreno argentino de El sueño de Walt se cuela entre los desembarcos que distribuidores y exhibidores programaron con la mente puesta en el domingo 2 de marzo, es decir, a sabiendas de la urgencia que algunos espectadores sentimos por llegar a la entrega de los Oscar con la mayor cantidad de nominadas vistas. Aunque única y de escaso interés para el gran público, la candidatura a “mejor banda de sonido original” basta para incluir el largometraje de John Lee Hancock en esta suerte de cronograma dorado. Sin embargo, Saving Mr. Banks (éste es el título original) llama la atención por otro(s) motivo(s).
Protegiendo al Sr. Banks es una traducción posible para el título en inglés que, a diferencia de la versión en castellano rioplatense, menciona -no al fundador del emporio ¿más insaciable? de la industria del entretenimiento- sino a un personaje de Mary Poppins. En principio, la decisión editorial elimina toda suspicacia: la verdadera homenajeada es la película de Robert Stevenson que, justo en el transcurso de 2014, cumplirá cincuenta años (su première tuvo lugar en agosto de 1964).
La acción de preservar al Sr. Banks adelanta el eje central del relato: la crónica del último tramo de la negociación bilateral que, tras dos décadas de marchas y contramarchas, consiguió los derechos necesarios para adaptar al cine el libro de la reticente Pamela (o P.L) Travers. Otra vez en contra de lo que sugiere el título en castellano, la verdadera protagonista del film es la autora de origen australiano y no el secundario Walt.
Acaso la Walt Disney Company se haya animado a co-producir este largometraje justamente porque el segundo plano le sienta bien a su creador. De hecho, la lupa puesta en otro lado le juega a favor por partida doble: 1) menos expuesto, Walt puede transformarse en una criatura típica de Tom Hanks (imperfecta pero siempre querible); 2) los efectos de tal edulcoración aumentan a partir del contraste con la personalidad estructurada, resentida, misántropa y con los prejuicios anti-norteamericanos de la escritora a cargo de Emma Thompson.
La utilidad de dicho contraste llega hasta ahí, es decir, hasta la caricaturización que deja mejor parado a Disney. Por lo demás, ambos personajes responden al estereotipo del individuo talentoso cuya personalidad fuerte protege al chico sufriente que esa persona alguna vez fue. Por si hiciera falta subrayar esta paradoja, el guión de Kelly Marcel y Sue Smith intercala las desventuras de Travers en Hollywood con los recuerdos de una infancia difícil en su Australia natal.
El protagonismo de la autora es tal que la película la representa como adulta (con Thompson) y como niña (con la desconocida Annie Rose Buckley). En cambio, la referencia al pasado de Disney es mucho más escueta: se reduce a un solo (e improbable) parlamento que Hanks pronuncia hacia el final del largometraje.
En desacuerdo con los críticos que elogiaron el trabajo de la actriz británica, algunos espectadores opinamos que ésta oscila entre la sobreactuación y la reedición de aquella otra escritora ermitaña que encarnó en Más extraño que la ficción. Por otra parte, Hanks se limita a desplegar su presunto encanto para intentar revertir la mala fama de Walt (esfuerzo que Meryl Streep empañó semanas atrás con el inesperado discurso que pronunció en la entrega de los premios de la Asociación de Críticos Norteamericanos).
El sabor edulcorado de Saving Mr. Banks evoca el recuerdo de Un sueño posible, película tan o más empalagosa que el mismo Hancock filmó años atrás, y que ganó uno de los dos Oscar que disputó en la entrega de 2010. En aquella oportunidad, el cineasta texano escribió -además de dirigir- la adaptación de otro libro inspirado en una historia real: con este antecedente en mente, vale celebrar que otras personas hayan redactado el guión del largometraje aquí reseñado.
[Nota al margen: Hancock también escribió el guión de Blancanieves y el cazador, que no dirigió. Este otro antecedente en su filmografía refuerza nuestros reparos.]
La cobertura televisiva de la première de Mary Poppins que YouTube atesora aquí, y que apenas dura 17 minutos, resulta más reveladora que esta película de dos horas y cinco minutos. Travers parece una persona tímida antes que misántropa, y Disney se comporta como un señor feudal antes que como un empresario carismático. La indiferencia con la que el conductor de la emisión trata a la autora australiana suena a reflejo de la indiferencia de Walt, que vuelve (todavía más) inverosímil la naturaleza conmovedora del último encuentro que la ficción ambienta en Londres.
Una última observación antes de terminar esta reseña verborrágica… En dos o tres oportunidades, Saving Mr. Banks alude al indeclinable interés de Disney y sus muchachos por incluir algún dibujo animado en la adaptación de Mary Poppins. De ahí la mención de los pingüinos que terminaron bailando con el personaje a cargo de Dick Van Dyke.
Los espectadores desprevenidos podrían colegir que esta obsesión ilustra el afán de Walt por innovar cuando, en realidad, la Metro Goldwyn Mayer le ganó de mano dos décadas antes con Leven anclas, película de 1945 donde Gene Kelly bailó con el ratón Jerry. La ausencia de este antecedente obligado lleva a pensar que la Walt Disney Company aprovechó el inminente 50° aniversario de un clásico, no para seguir preservando al Sr. Banks, mucho menos para homenajear a Travers, sino para levantar la decaída (o atacada) imagen de Walt.
Desde esta perspectiva, el título rioplatense interpreta muy bien la verdadera intención empresarial: impedir que el sueño de su fundador prescriba, es decir, cumplirle el deseo de perdurabilidad o, mejor aún, de gloriosa inmortalidad.