Eugenio de Olavarría. Tradiciones de Toledo (1880)
Revista España
Recostada como en blandos cojines, en siete cerros que ciñe el Tajo con amor, Toledo, la amada de los godos, la virgen sarracena cuya pérdida lamentaron tantas veces los poetas musulmanes, la querida de Carlos V, en cuyos viejos muros dejaron los siglos uno tras otro el sello de su gloria, duerme hoy el sueño del pasado.Nada turba este sueño. Las aguas se deslizan silenciosas por la florida vega; las flores del recuerdo cierran su cáliz sobre las ruinas de los desmoronados castillejos; las sombras de los que fueron yacen en calma dentro de sus tumbas.Sembradas en las faldas de esos cerros largas hileras de casuchas de varios colores y diferentes épocas, se alargan indefinidamente, retorciendo su cuerpo de serpiente cual si quisieran escalarlos para ascender hasta su cumbre y mirarse desde allí en la tranquila superficie del río; y en medio de ellas, como flores en un prado de ortigas, se alzan severos monumentos, mudos gigantes de granito que parecen lamentar la muerte de las edades que los dejaron tras sí como muestra de su valer; torreones derruidos en cuyas grietas crece el musgo; templos suntuosos que guardan, escrita en piedra, la oración del siglo en que nacieron; palacios que resonaban ayer con los himnos de la grandeza y hoy repiten el canto del buho que anida en sus almenas desportilladas.