Revista Talentos

El sueño eterno

Por Slevin025 @Slevin025

Humphrey-Bogart-y-Lauren-Bacall

Compartieron sus miedos, deseos, anhelos, pasiones y secretos durante trece años en los que ella no dejó de ser la chica de Tener o no tener. Él ya contaba con tres divorcios, cuarenta y cinco años bien llevados y una voz ronca que congelaba el corazón de cualquier mujer con la guardia bajada. Pero fue ella la que puso patas arriba el raciocinio de un hombre al que poco le quedaba por ver o vivir. Su carismática voz rasgada en aquella película le enamoraron al instante. Hasta entonces y desde que la vio por primera vez en el plató de Pasaje para Marsella, tan solo era una chica bonita más con piernas largas.

Qué podía pensar ella de un hombre tan mayor, algo más bajito que la mayoría, que lucía con orgullo una cicatriz en el labio como consecuencia de la política de la I Guerra Mundial, que había tropezado con tres mujeres distintas para acabar de igual forma, que llevaba sombrero para ocultar la calvicie que empezaba a asomar. Cuando le vio, no le produjo el más mínimo interés. Y él qué podía esperar de una mujer de apenas veinte años, rubia, alta, modelo, actriz, deslumbrante y con una inteligencia en su mirada que solo se dejaba ver en la intimidad.

Casablanca hizo a Bogart; Bogart hizo a Casablanca. Con esmoquin blanco o con trinchera y sombrero de fieltro, se convirtió en un nuevo y oportuno símbolo del norteamericano de después de Pearl Harbor: duro pero comprensivo, escéptico pero idealista, traicionado pero dispuesto a creer y, sobre todo, enemigo letal en potencia (…) El acento no se ponía ya en la juventud, sino en el refinamiento y la sabiduría que llegan con la madurez. La exuberancia daba paso a una melancolía que impregnaba hasta la más trepidante historia de acción. En las interpretaciones de Bogart estaba presente una ironía nacida de la experiencia, indicio de un pasado problemático que no se comparte con el público y de una visión del mundo esencialmente sombría, muy de acuerdo con el momento histórico.

Y aún así, funcionó, pese a su edad y sus diferencias físicas. La unión de sus mentes tan solo fue la chispa que encendió la tensión sexual que había en ellos, pese a que él solo buscaba tranquilidad y ella quería formar una familia. Se encontraron en el camino, prematuramente para una, casi cuando no quedaba esperanza para el otro. Pero se encontraron. Y funcionó. Ella se lo dio todo: su juventud, su talento, inteligencia, elocuencia. Le trajo paz a la mente, y serenidad al corazón. Sacó al gruñón insoportable que llevaba dentro y que tantas veces había salido a relucir antes, durante y después de los rodajes para llenarle su rutina de risas, servidas bien frías con algún que otro escepticismo para comer, y muchas ganas de diversión para cenar.

Ella llegó a su mundo en blanco y negro y lo pintó de colores, tamaña locura para un hombre que difícilmente cambiaría. Cuatro matrimonios eran más que suficientes. Ella fabricó cada desbarajuste a su medida, para que hasta el desorden encajara con su ya más que establecida personalidad de caballero entrado en años. Encontró en él una persona con la que poder hablar de cualquier cosa, compartir inquietudes políticas, luchar por una causa perdida junto a alguien que se encontraba justo detrás de ella, por si tropezaba, o si su espalda necesitaba un descanso de tanta carga.

“Conmigo no tienes que fingir. No tienes que decir nada. Si me necesitas, silba. ¿Sabes silbar, no? Juntas los labios y soplas”

Se casaron ocho meses después de enamorarse entre bambalinas, andando de aquí para allá, compartiendo cartel y escenario tanto dentro como fuera de la pantalla. Y nunca se cansaban. La envidia de la época, la pareja más carismática del cine clásico se paseaba por Hollywood entre historias negras de cine monocromo, sonriéndole a la vida por haberse encontrado cuando aún quedaba tiempo para vivirse. Trece años duró el amor incondicional, hasta que el cáncer se llevó al amor de su vida. Desde entonces nunca dejó de pensar en él como su primer y único marido, su compañero, su apoyo incondicional, la persona que la ayudó a crecer, que estuvo ahí cuando se convirtió en toda una mujer, que le dio dos hijos y una fuente plena de complicidad. Pero el cigarrillo formaba parte de él. Una causa perdida antes siquiera de plantear un contraataque.

humphrey bogart lauren bacall

Como regalo de bodas, él la obsequió con un silbato de oro. No contento con el simbolismo del gesto, grabó en el objeto dorado la frase de la película que los unió: “si me necesitas, silba”. Murió con 57 años. Ella ya no volvería a silbar nunca más, por eso le devolvió el silbato en su entierro, colocándolo sobre su tumba. La muerte no iba a ser impedimento para acudir si él la necesitaba. Ahora, tras otros 57 años esperando para volver a su lado, por fin Lauren Bacall se ha reencontrado con el compañero de su vida, Humphrey Bogart. El gángster y la cantante. El sueño eterno.



Volver a la Portada de Logo Paperblog