Lo confiesa. De vez en cuando ve telebasura. Como quien se zampa una hamburguesa o deglute con gula un Donut. Es curioso. El dulce nunca sabe tan bueno como en su mente. Qué cosas. En cambio, la telebasura jamás decepciona. Como las malas personas. No puedes esperar nada de ellas. Las dibujaron así. La fast tv –como la define el cachondo de Jorge Javier Vázquez- o la televisión directamente mala es un oasis. Un paréntesis en esta realidad irrespirable de tarjetas black, operaciones púnicas, 3%, imputados y disculpas apresuradas. Tiemblen si algunos golpean su pecho en público, de repente. El tsunami está cerca.
Un oasis, les decía, en esta realidad de informes de Unicef y Cáritas que demuestran muy a las claras que esta crisis tenía un precio. Los más débiles. Los niños. Los humildes. Todos.
En busca de alienación se zambulle en el paraíso de Adán y Eva. En ese de aguas calmas y encefalogramas planos. Sí, ése del que todo el mundo habla pero nadie ve. El de los chulazos en pelotas, vaya. Comenzó a verlo por curiosidad. Pero se lo tragó enterito. Fue como dejar la mente en blanco, como meditar, como un spa, oigan. A veces ha de quitarse de la Sexta. Y como reza Extremo, sólo ponerse de vez en cuando por aquello del trabuco.
El programa de Cuatro es para mear y no echar gota. Dos desconocidos en pelotas jugando a los pronombres en una de las últimas playas vírgenes de Croacia. Renunciando a todo lo que les echaron encima desde antes de nacer. Se imagina ese cásting. Las conversaciones con enjundia y recitando a Salinas. Los cuerpos esculturales, rollo El Lago Azul. Y menos sexo que en Los Roper. Sólo tiene una pega: la realización. Los planos son tan largos que es imposible fijarse en el ciruelo del aspirante.
Que es al fin y al cabo lo que cuenta. El tamaño importa siempre. Que se lo digan si no a la pechotes del pequeño Nicolás.