Para muchos observadores el Trastorno de Déficit de Atención, con o sin Hiperactividad se ha convertido en un tema “de moda”. Como tantos otros términos biomédicos que adquieren vida propia, se incorpora al lenguaje con significados más allá del propio de un diagnóstico clínico. El lenguaje médico está sirviendo de comodín para expresiones de la vida diaria y, especialmente, para el lenguaje que utilizan los medios de comunicación, siempre en busca de un vocabulario nuevo o impactante. Los ejemplos abundan, y especialmente los términos de diagnóstico psiquiátrico al ser representativos de conductas. Así se adscriben a grupos sociales, comunidades, países o situaciones que pueden “estar en coma”, “deprimidos”, “histéricos”, o tener comportamientos “bipolares”. La bolsa, los mercados, la situación económica adquieren vida biológica propia cuando se le asignan adjetivos o categorías clínicas.
El TDA-H es una de las más recientes incorporaciones al diagnóstico psicosocial. Un amigo, cuya mujer es un profesional de la enseñanza me comentaba, ante el comportamiento más reciente de ella, que parecía que se “había contagiado de los niños con TDA-H que tenía en el colegio”…
Un consultor de productividad en los negocios publica en su blog que “su organización tiene TDA-H” al tiempo que ofrece las características diagnósticas del TDA-H en las organizaciones y las implicaciones de tal diagnóstico.
Ello puede no ser ni bueno ni malo y todo el mundo es muy libre de incorporar metáforas en su discurso y tomarlas de donde le acomode. La medicina o los enfermos no se van a alterar ni a padecer por el libre uso del lenguaje biomédico en otros ámbitos. Es más, la popularización de categorías diagnósticas puede servir para su reconocimiento y representación social y con ello contribuir a ganar atención e, incluso, la movilización de recursos sociales, clínicos y hasta económicos para su tratamiento. Los males desconocidos, no reconocidos ni identificados tienen mal remedio. De ahí las campañas de sensibilización contra la enfermedades más agresivas y el recordatorio anual en los “Dias Mundiales” de numerosas enfermedades.
Pero en el caso del TDA-H me temo que un exceso de banalización, también en parte incrementado por el sobrediagnóstico del trastorno no va a ayudar mucho a los niños que lo padecen ni a las familias que lo sufren ni a los educadores que tienen que lidiar con ello en las aulas.
Es de antiguo que defectos o condiciones han pasado de diagnóstico, aunque fuese simplemente el social, a categorías de insulto: tonto, retardado, imbécil, mongólico, son sólo ejemplos. Hiperactivo puede también llevar ese camino.
Mientras, conviene que seamos lo más preciso posible en el lenguaje y lo más ajustado en la asignación diagnóstica en algo como el TDA-H, cuya existencia es innegable, pero cuya prevalencia estadística es objeto de controversia y, aún peor, a veces ni están todos los que son ni son todos los que están.
X. Allué (Editor)