El tercer hombre es un claro ejemplo de como a veces el lenguaje cinematográfico puede ser mucho más efectivo que el literario a la hora de abordar algunas historias. De hecho, la novela de Graham Greene no es más que el germen (luego literariamente adornado) del guión cinematográfico de la que habría de convertirse en una de las mejores películas de la historia. El propio escritor lo explica en el prólogo:
"Para mí es imposible escribir el guión de una película sin antes escribir un relato. Una película no depende sólo de una trama argumental, sino también de unos personajes, un talante y un clima, que me parecen imposibles de captar por primera vez en el insípido esbozo de un guión convencional."
La idea original de Alexander Korda, el productor de la película, era que Carol Reed dirigiera una historia ambientada en la Viena de la postguerra. Viena había sido uno de los grandes centros de cultura europeos y, como otras muchas ciudades del continente, se hallaba postrada por los sacrificios de la guerra. No obstante, Austria salió bastante bien librada de sus responsabilidades en el conflicto. En 1938, buena parte de sus habitantes recibió a Hitler como a un mesías, se afanó en colaborar en el exterminio de los judíos y participó con entusiasmo en la guerra. Sin embargo, el grado de destrucción de Viena y otras ciudades del país tuvo poco que ver con el que se alcanzó en Alemania. Además, Austria tuvo la suerte de entrar en la órbita occidental y pronto se recuperó economicamente, apareciendo ante la historia casi como una víctima más de las ambiciones de Hitler. Autores como Thomas Bernhard abominan de ese maquillaje histórico.
Pero en la Viena que retrata El tercer hombre, las circunstancias no podían hacer suponer este brillante futuro. Se trata de una urbe decadente, en la que las ruinas de los bombardeos conviven con opulentos palacios donde los antiguos nobles tienen que trabajar para sobrevivir, algo nunca visto en la ciudad del Danubio, en la que el mercado negro está en auge. Existe un sistema de ocupación muy parecido al de Berlin: Viena se divide en cuatro distritos que administran cada una de las potencias, lo cual da mucho juego en la narración de Greene, que no deja de ser una reflexión acerca del mal absoluto, representado por un Harry Lime (soberbio Orson Welles en el filme) sin moral, para el que los demás hombres no son sino instrumentos de sus mezquinas ambiciones.
Si bien la novela de Graham Greene está muy por debajo de otras suyas como El poder y la gloria, su plasmación en imágenes, dirigida por un Carol Reed en estado de gracia (no vamos a polemizar aquí acerca de si la presencia de Orson Welles influyó en su dirección) consigue una plasmación perfecta del ambiente oscuro de la Viena ocupada. Además, sus últimos minutos, aquellos en los que Harry Lime huye por las alcantarillas de la ciudad, han quedado para la historia como una de las mejores persecuciones jamás rodadas. Al final, el personaje de Orson Welles es como una alimaña a la que se va cercando progresivamente dentro de la alucinante red de túneles y recovecos de los colectores vieneses.