'El tiburón de 12 millones de dólares: la curiosa economía del arte contemporáneo y las casas de subastas', de John Thompson.
He oído mucho sobre este libro, los que se quejaban de él, se quejan de todo y no entienden nada de arte contemporáneo. Alabanzas no he oído, pero risas sí. Creo que es un libro que se ha de leer predispuesto a 'entender' un poco el mercado del arte contemporáneo, que es diferente al mercado del arte en general. Hablar de arte contemporáneo es hablar de revalorización, de millones, de colecciones, de Hirst, de Koons, en fin...
¿Por qué razón invertiría un banquero multimillonario de Manhattan hasta 12 millones de dólares por la carcasa de un tiburón en proceso de descomposición? ¿Qué misteriosa alquimia hace que la pintura nº5 de Jackson Pollock se venda por 140 millones de dólares? ¿Cómo llega una chaqueta de cuero con una cadena plateada tirada en una esquina a Sotheby’s dejando a la casa de subastas la suma de 690.000?
El escritor supuestamente va desvelando los secretos económicos y las estrategias de marketing que impulsan al mercado a producir los precios astronómicos a los que se cotizan las obras de Hirst, Koons, Tàpies o Jasper Johns. Thompson descubre la psicología –y los intereses económicos– por los que se mueve el mercado del arte, mostrando hasta qué punto influyen el deseo de poder y el autoensalzamiento.
Para los ansiosos, os dejo con el primer capítulo del libro en pdf, aquí y algunos extractos de este capítulo...
El primer problema del agente que trataba de vender el tiburón disecado era el precio de venta, 12 millones de dólares, de esta obra de arte contemporáneo. Otro problema era su peso, algo más de 2 toneladas, por lo que no iba a ser fácil llevárselo a casa. La «escultura» del tiburón tigre disecado de 4,5 m estaba metida en una vitrina gigante de cristal y tenía el original título de La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo...
Aún había otra grave preocupación, que en cualquier otra compra habría disuadido a los compradores. Desde que se exhibió por primera vez en 1992 en la galería privada de Saatchi en Londres, el tiburón se había deteriorado de forma espectacular. Como las técnicas utilizadas para preservarlo habían sido inadecuadas, el original se había ido descomponiendo hasta que la piel se le arrugó visiblemente y comenzó a adquirir una tonalidad verde pálido, se le desprendió una aleta y la solución de formaldehído del tanque se fue enturbiando.
Se planteó entonces la cuestión de si Hirst podía reemplazar el tiburón en descomposición simplemente comprando y disecando uno nuevo. Muchos historiadores del arte argumentaron que si se renovaba o se reemplazaba el tiburón, se crearía una nueva obra de arte.