Revista Arte
El tiempo, el paso de los siglos, probablemente, salvará la verdad, revelará la historia.
Por ArtepoesiaLa figura histórica de Santiago Antonio María de Liniers y Bremond es, seguramente, tan desconocida en España como en Argentina. Había nacido en Niort, en la antigua provincia francesa de Poitou, el 25 de julio del año 1753 en el seno de una familia de la nobleza vetusta de la Francia borbónica del ilustrado siglo XVIII. Las relaciones sociales entre España y Francia se incrementaron, no obstante, a lo largo de ese siglo de cambios, enfrentamientos, sacudidas y desarraigos. El hecho de que la nueva dinastía real española tuviese orígenes franceses, fomentaría la movilidad social entre los dos reinos. Hasta el punto de que, gracias a los acuerdos políticos bilaterales tan fuertes entre ambos reinos, los franceses que quisieran podían servir como militares en el reino de España con igualdad de derechos, servicios y honores que los propios oficiales nacidos en España. Por razones más económicas que sentimentales, la verdad es siempre la verdad, Liniers se trasladaría a Cádiz en el año 1775 para ingresar en la Armada española. Al año siguiente se embarcaría rumbo al virreinato del Río de la Plata, que, por entonces, ni siquiera era oficialmente un virreinato. Tan sólo lo era de forma provisional, ya que no fue hasta octubre del año 1777 cuando el rey Carlos III ordenaría la creación de dicho virreinato, dando así una gran importancia, que no tenía por entonces, a su capital, la ciudad de Buenos Aires. De regreso a España dos años después, hasta participaría Liniers en septiembre del año 1782 en un ataque naval a Gibraltar, un asedio que no conseguiría más que llegar a un acuerdo con Gran Bretaña, reino que trataría de salvar el conflicto con cesiones de sus posesiones en otras latitudes. Inglaterra ofrecería a España la Florida americana, parte de Honduras y Campeche, así como la isla mediterránea de Menorca (posesiones que estaban en poder de los ingleses luego de haberlas invadido años antes). Así fue como una parte de la península ibérica fue retenida por los ingleses a cambio de una isla que ya era española de antes. De nuevo embarcaría Santiago de Liniers al virreinato del Río de la Plata en el año 1788, donde obtuvo a finales de 1796 el ascenso a capitán de navío de la Real Armada española.
En octubre de 1804 una escuadra española, procedente de América, fue atacada sin previa declaración de guerra por una flota británica en aguas atlánticas cerca de la costa portuguesa del Algarve. Como consecuencia, España declararía la guerra a Inglaterra el 14 de diciembre de 1804. Este hecho supuso entonces la intervención y el hostigamiento de los ingleses a ciertos enclaves americanos en poder de España. De ese modo, en el año 1806 una flota inglesa ocuparía la ciudad de Buenos Aires. Fue entonces cuando Santiago de Liniers decidió atacar la ciudad rioplatense, venciendo a los ingleses y obligando al autoproclamado gobernador británico de Buenos Aires, William Carr Beresford, a rendirse solo cuarenta y cinco días después de haberla conquistado. Luego de esta magnífica gesta, Liniers sería considerado un héroe por los ciudadanos de la capital del virreinato y nombrado Gobernador militar de la misma. En junio de 1807 la Real Audiencia de Buenos Aires, cumpliendo una Real orden, nombraría a Liniers virrey interino ante la amenaza de otro asalto británico a la ciudad porteña. Además, fue ascendido después por Carlos IV a Brigadier de la Real Armada española. Así hasta que Napoleón invadió España en el año 1808 y la autoproclamada Junta de Sevilla, el gobierno provisional de España en 1809, elevase a Liniers a Mariscal de Campo, un rango equivalente a vicealmirante de la Armada. Para este momento histórico, dicha Junta de Sevilla se enfrentaba en los campos españoles a los franceses y a la nueva dinastía española del rey francés José I de España. Poco tiempo después de la invasión francesa, en agosto del año 1808, recibiría Liniers en Buenos Aires al enviado de Napoleón, marqués de Sassenay, el cual pretendía que el virreinato rioplatense reconociera a José Bonaparte como nuevo rey de España. Liniers no quiso oficialmente reconocer nada, manteniéndose, prudentemente, neutral.
Pero ese gesto prudente le costaría a Liniers un revés en la historia. El general Elío, gobernador de Montevideo, la zona más oriental perteneciente al virreinato, convocaría una asamblea para crear después una Junta de Gobierno que, si bien no declaraba independencia alguna, manifestaba el derecho de Montevideo de gobernarse a sí misma. De hecho, la población de esa ciudad empezaría a gritar por las calles: "¡abajo Liniers, abajo el traidor, viva Elío! La invasión de España por los franceses convirtió a Liniers en personaje sospechoso por su origen francés. Mientras tanto en España, a principios del año 1809, el virrey Liniers sería nombrado conde de Buenos Aires por la Junta Suprema Gubernativa del Reino, en nombre del retenido por Francia rey Fernando VII. El nombre del título de nobleza fue elegido por el propio Liniers como reconocimiento a su pequeña patria adoptiva sudamericana. Sin embargo, el cabildo o ayuntamiento de Buenos Aires se opuso a la utilización del nombre de la ciudad para dicho título, entre otras cosas porque ofendía los privilegios de la misma. Así que el título sería cambiado por el de conde de la Lealtad, algo que no solo no desmerecía nada sino que, además, jamás un título de nobleza fue, probablemente, calificado con más atino. Pero los acontecimientos de la guerra de la Independencia en España fueron alterando la vida del virreinato argentino. Así, la Junta Suprema Central nombraría a otro virrey para marchar a Buenos Aires, Hidalgo de Cisneros. El nuevo virrey ordenaría a Liniers que se trasladase a la ciudad de Mendoza hasta que, con seguridad, pudiera embarcar con destino a España. Cuando Liniers estaba preparado para regresar a España a mediados del año 1810, le llegaría la noticia de la revolución argentina, una declaración que aprovechaba así la inestabilidad de España para pedir la independencia del virreinato. El seis de agosto de 1810 Liniers fue arrestado entonces por el revolucionario argentino Ortiz de Ocampo. El veintiocho de julio de ese mismo año la Junta revolucionaria de Buenos Aires decidiría fusilar al virrey del Río de la Plata. Sin embargo, Ocampo se negaría a cumplir dicha orden porque él había sido compañero de armas de Liniers cuando ambos lucharon juntos frente a los ingleses años antes. El 26 de agosto de 1810 sería fusilado, sin embargo, el virrey Santiago Antonio María de Liniers y Bremond en Los Surgentes, al sudeste de la ciudad argentina de Córdoba. Luego de su asesinato, el revolucionario bonaerense Juan José Castelli ordenaría enterrar su cadáver en una oculta zanja al costado de una de las iglesias de la pequeña población cordobesa.
En el año 1861, casi cincuenta años después de su entierro en la zanja de Los Surgentes, el segundo presidente de la República Argentina designaría una comisión para localizar los restos de Liniers. Gracias a un anciano testigo de los hechos, fueron encontrados los restos del virrey, semidesnudos y con sus ojos picoteados por las aves rapaces. En la misma fosa se descubrieron también suelas de botas, zapatos y botones de uniforme, uno de los cuales inscribía en su metal roído el relieve con la forma ostentosa de una corona real. Poco después se incineraron los restos de Liniers y sus cenizas colocadas en una urna de caoba para ser llevadas a la iglesia principal de la ciudad argentina de Rosario. En junio del año 1862 el cónsul español en Rosario expresaría al gobierno argentino la satisfacción de su majestad por el homenaje tributado al antiguo virrey, a uno de los españoles que sellaron con su sangre y su vida la promesa sagrada de defender a su rey y su patria, solicitando, además, que le entregasen los restos mortales para ser trasladados a España. Los restos de Liniers embarcaron así con destino a Cádiz, donde fueron recibidos con honores militares y llevados luego a la ciudad de San Fernando, para ser sepultados en el Panteón de Marinos Ilustres, en donde reposan en la actualidad. El escritor checo Milan Kundera escribió en su novela Los ignorantes del año 2000, una reseña basada en la historia real del triste final de un patriota romántico islandés, el poeta Jonas Hallgrimsson (1807-1845). En su novela Milan Kundera escribiría (resumidamente) el siguiente relato en su capítulo 31:
Jonas Hallgrimsson fue un gran poeta romántico y también un gran combatiente en favor de la independencia de Islandia. Islandia era entonces una colonia de Dinamarca y Hallgrimsson vivió sus últimos años en la ciudad de Copenhague. Un día, completamente borracho, Jonas cayó escaleras abajo, se rompió una pierna, tuvo una infección, murió y fue enterrado en el cementerio de Copenhague en 1845. Cien años después, en 1944, se proclamó la república de Islandia. En el año 1946 el alma del poeta visitó en sueños a un rico industrial islandés y se sinceró con él: "Desde hace ciento y un años mis huesos yacen en el extranjero, en suelo enemigo. ¿No habrá llegado la hora de que regresen a su Ítaca libre?".
Halagado y exaltado por esta visión nocturna, el industrial patriota mandó extraer del suelo enemigo los huesos del poeta y se los llevó a Islandia, pensando inhumarlos en el hermoso valle en el que el poeta había nacido. Pero nadie pudo detener el enloquecido curso de los acontecimientos: en el paisaje indeciblemente bello de Thingvellis (lugar sagrado donde, hace mil años, se reunía bajo el cielo el primer parlamento islandés), los ministros de la reciente república habían creado un cementerio para los grandes personajes de la patria; le quitaron el poeta al industrial y lo enterraron en el Panteón, que no contenía entonces más que la tumba de otro gran poeta (las pequeñas naciones rebosan de grandes poetas), Einar Benedktsson.
Pero el curso de los acontecimientos se precipitó una vez más, y muy pronto todo el mundo se enteró de lo que no se había atrevido a confesar el industrial patriota; ante la tumba abierta de Copenhague, se había encontrado en un aprieto: el poeta había sido enterrado entre gente pobre, su tumba no llevaba nombre alguno, sólo un número, y el industrial patriota, ante aquellas calaveras amontonadas y entremezcladas, no había sabido cuál elegir. En presencia de los severos e impacientes burócratas del cementerio, no se atrevió a expresar sus dudas. De modo que lo que se había llevado a Islandia no era el poeta islandés sino un carnicero danés.
En Islandia se quiso ante todo mantener en secreto este error lúgubremente cómico, pero nadie pudo detener el curso de los acontecimientos y, en 1948, el indiscreto escritor Halldor Laxness divulgó la patraña en una novela. ¿Qué hacer? Callar. De modo que los huesos de Hallgrimsson yacen aún a dos mil kilómetros de su Ítaca, en suelo enemigo, mientras el cuerpo del carnicero danés, que sin ser poeta era también un patriota, se encuentra desterrado en una isla glacial que no había despertado en él sino miedo y repugnancia.
Aun mantenida bajo secreto, la verdad provocó que no se enterrara a nadie más en el hermoso cementerio de Thingvellir, que sólo contiene dos ataúdes, y, así, de entre todos los panteones del mundo, grotescos museos del orgullo, éste es el único capaz de conmovernos. Hace mucho tiempo su mujer le había contado a Josef esta historia; les parecía graciosa y pensaban que de ella se desprendía una lección moral: a nadie le importa un comino adónde van a parar los huesos de un muerto.
(Retrato de Santiago de Liniers, pintor desconocido, 1812, Museo Naval de Madrid; Óleo sobre lienzo El paseo de Andalucía o La maja y los embozados, 1777, del pintor español Francisco de Goya, Museo Nacional del Prado, Madrid.)
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