El tope

Más allá del miedo, hasta el pánico incontrolable, les da a algunos la idea hecha ley de que todos podamos ser tratados por igual. Eso acabaría con siglos de dominación, prebendas y manipulación por parte de unos pocos, ya sean autoerigidos salvadores de la patria, de cuerpos o de almas. Un radiante sol ha ganado hoy la batalla en los cielos y calienta a todos por igual, aunque a algunos, en la tierra, les queme y les provoque más ampollas que a otros.
La Iglesia sigue anclada en las cavernas, imponiendo una férrea jerarquía y dirigiendo en la sombra los destinos de los mortales, aunque los hilos sean cada día más finos y se deshilachen de tan raídos los acuerdos Iglesia-Estado. No me extraña que vean peligro en la idea de que todos somos iguales: es la semilla de la revolución, es la idea lo que les revuelve las entrañas y abre sus infiernos. Y la curia no gusta de revoluciones que remuevan el terreno donde se asienta la piedra sobre la que construyó su Iglesia. Seguimos topando con la Iglesia, pero ya sin atisbo de impotencia ni como excusa para desistir del empeño: hay arneses y descansos a prueba de las más empinadas murallas y son cada vez más los que esperan arriba ayudando a subir mientras aparecen nuevas grietas en ese muro de intolerancia.