(AE)
A veces la distancia y de alguna manera el desapego al que me veo forzado al vivir a 5000 Km de mi tierra me dan la maravillosa oportunidad de poder contemplar las cosas con cierta clarividencia (o por lo menos, eso pienso yo)
Una de los temas que en este rincón africano más me sorprenden es la atención – para mí completamente desmesurada – que se da a los adelantos tecnológicos. En estos días no hay portada digital que abra en la que la palabra “iPhone 5” aparezca, ya sea para decir que el lanzamiento está cercano, que es 2 milímetros más delgado que el 4 de la familia y que el periódico X ha conseguido la exclusiva de probarlo antes de que salga. El colmo de la estupefacción lo alcanzo al ver las colas de gente que en todo el mundo se organizan delante de las tiendas con cientos de personas que literalmente se dan de tortas por conseguirlo a las pocas horas del lanzamiento.
Desde este contexto tan particular, aquí unas cuantas preguntas ingenuas que me salen a flor de piel:
+ ¿tan relevante para nuestra vida diaria es el lanzamiento de un teléfono de estas características?
+ ¿cuál va a ser la diferencia que va a hacer si tiene uno en sus manos el 4 o el 5?
+ ¿no será toda esta expectación fruto de una campaña global de marketing con la connivencia de muchos medios de comunicación?
Y finalmente la pregunta del millón:
+ ¿nos estamos volviendo locos?
Apuesto mi cabeza que si un día hubiera un descubrimiento revolucionario para millones de personas como una vacuna definitiva para la malaria o el mal de Chagas no ocuparía ni la tercera parte de las noticias que ahora en el intervalo de una semana se dedican al dichoso aparato, sus características y sus omnipresentes “apps” que no sé exactamente lo que son pero que parece que es algo sin lo cual hoy no se puede comprender realmente el mundo moderno...
Una de las cosas que África me ha enseñado es a desconfiar de la tecnología (especialmente que ahora nos enteramos de ese diabólico principio de la “obsolescencia programada”, el crear un aparato para que dure cierto tiempo y no más) No siempre lo más avanzado es lo mejor, ni lo que nos hace más humanos. En mi emisora de radio le tememos a la tecnología digital porque si un cacharro analógico se estropea, el técnico lo abre, le substituye un módulo y sigue funcionando, pero si es digital a la basura con él, no hay manera de arreglarlo porque está hecho para que nadie lo toque ni cambie nada.
Es más, ahora en apariencia todo parece simplificarse: la realidad se tiene que reducir a 144 caracteres de un tuit o de un mensaje de texto... La verdad, sin embargo, no es esa... nuestra vida, con tanta tecnología se está volviendo más complicada: sabemos cada vez más de lo que está en internet mientras que ignoramos progresivamente nuestro entorno más inmediato y nos volvemos infinitamente más vulnerables. Como ocurría en aquella memorable novela de Delibes “El disputado voto del señor Cayo” entre aquel grupo de activistas políticos que intentaban inculcar algunas ideas de progreso e ilustración democrática en la mente de un sencillo labrador que ignoraba casi todo lo exterior pero, sin embargo, conocía perfectamente su entorno más inmediato... de la misma manera a veces nuestra sociedad hace tan manifiesto alarde de términos como libertad, progreso, crecimiento, desarrollo, tecnología.. y cree que aplicándolos estamos de verdad mejorando el mundo y avanzando como raza humana. ¿Es ese axioma tan evidente? Yo, la verdad, tengo mis dudas al respecto. Muchos iPhones rodando por el mundo y haciendo las delicias de los frikis tecnológicos, pero... ¿habrá más felicidad? ¿más satisfacción personal? ¿más sabor o intensidad de vida? ¿más calor humano? ¿crecerán nuestros hijos mejor? ¿no estamos en el abismo de hacernos aún más dependientes del aparato de turno?
Perdonen esta perorata, que quizás suene como algo estrambótica, contracorriente o fuera de lugar. Yo es que creo que los verdaderos cambios verdaderamente positivos y relevantes para la sociedad son al final aquellos que nunca tendrán espacio en las portadas de los rotativos y tienen poco que ver con la dimensión de una pantalla o las prestaciones de un smartphone. Declaro desde ya mi profundo e irreprimible terror ante el inevitable futuro lanzamiento del iPhone 6... menudo coñazo que se nos avecina.