Un espectador ajeno a nuestra práctica podría pensar que el trabajo de un psicólogo clínico se centra mucho más en trastornos de , trastornos afectivos menores, trastornos adaptativos o trastornos relacionados con las adicciones.
En muchos ámbitos esto puede ser así.
Sin embargo, a pesar de la intensa necesidad de la farmacoterapia en el trastorno mental grave, la psicología clínica ha venido demostrando de un tiempo a esta parte el gran beneficio que puede suponer para estas personas un abordaje psicoterapéutico, individual y , integrado con el farmacológico.
Los propios mecanismos de defensa que enfatizan la diferencia entre nosotros y nuestros pacientes, favorecen el tratamiento farmacológico superficial y nos empujan a evitar el encuentro con los problemas profundamente arraigados de los pacientes.
Los conflictos de estas personas se dan en vínculos patológicos de dependencia que dificultan su elaboración o resolución. No es suficiente con que el psicólogo promueva una toma de conciencia para que se produzca un cambio. Son necesarios pequeños cambios previos para que puedan abrirse espacios mentales que permitan pensar y, desde allí, poder cambiar.
Sin menospreciar en absoluto la necesidad de un abordaje psiquiátrico y farmacológico de estos trastornos, parece darse en estas personas la peculiaridad de no haber desarrollado sanamente y con un mínimo de completud su identidad adulta, como si hablaran con voces de otros en vez de con su propia voz. Esas voces pueden ser las de sus padres que, en la mayoría de casos con buena intención, no favorecieron la emancipación de la persona ni su sana independencia, en una amalgama de discursos culpabilizadores, de excesiva emoción expresada, de dobles mensajes y de sobreprotección.
En el tratamiento del trastorno mental grave es fundamental establecer y mantener la alianza terapéutica y proporcionar información a los pacientes y a sus familias sobre el trastorno y los tratamientos.
Es crucial promover la adherencia y el cumplimiento del plan de tratamiento. A todo ello puede colaborar en enorme medida la psicología clínica, así como a aumentar la comprensión y la adaptación del paciente a los efectos psicosociales de padecer un trastorno mental grave.
Los psicólogos clínicos son profesionales dotados para esas funciones y para trabajar con el paciente la resolución de problemas concretos que pueden mejorar su vida, para ayudar a reducir la sobreestimulación, a controlar situaciones, ambientes o situaciones estresantes, a estructurar y a mantener una comunicación sencilla y clara.
Los familiares y cuidadores pueden comenzar a sufrir de insomnio o alteraciones del apetito y otras funciones corporales. Pueden sentirse irritables e impacientes y cada vez menos tolerantes ante las disfunciones conductuales del paciente. Pueden fatigarse cada día más ante las dificultades de convivencia y puede todo ello interferir en su capacidad para trabajar o llevar una vida normal. A mejorar esta situación puede ayudar muchísimo un trabajo grupal orientado a familias de pacientes con un TMG.
Acompasándose a la evolución de la persona en estos campos, con un modulado grado de tolerancia a la frustración, puede el terapeuta promover saltos cualitativos en ese trabajo y nuevos retos en una difícil pero también apasionante calibración de la obligada apuesta por la mejoría y la independencia sin perder de vista el riesgo de una recaída.
Para conseguir todo lo anterior, la persona diagnosticada de un TMG debe percibir, debe sentir, que tiene en frente a una persona, poseedora de un supuesto saber, cierto, pero que se conmueve ante su sufrimiento y su narrativa, aunque este profesional sepa con firmeza que ese sufrimiento y ese discurso son delirantes.
Sin un clima emocional de confianza es difícil que esas personas conecten con sus experiencias de indefensión o desvalimiento, de sufrimiento, incluso de violencia. Quizás por la abrumadora carga emocional que esas experiencias tuvieron para ellos no pudieron ser elaboradas en el proceso de crecimiento y maduración de la personalidad
Rodea al concepto y al mundo del trastorno mental grave un halo de frustración y resignación del que los profesionales sencillamente estamos obligados a no contagiarnos. Un pronóstico complicado a medio y largo plazo no nos exime de la responsabilidad de utilizar toda herramienta a nuestro alcance para ayudar a las personas diagnosticadas de un TMG y a sus familias a mejorar su calidad de vida, a reducir la interferencia que los síntomas ejercen en su funcionamiento laboral y social.
La recuperación, es decir, la remisión sintomática y la prevención de recaídas, la reconstrucción de objetivos vitales del paciente y su familia, es un objetivo obligado.
Tenemos herramientas a nuestra alcance, tanto en la coordinación de los múltiples profesionales orientados al abordaje individual y grupal en los pacientes y su entorno como en la coordinación con otros estamentos sociales, educativos y judiciales. Desde un Plan de Atención Integrado (PAI) se detectan necesidades y se trazan objetivos tanto en el paciente como en la familia para mejorar el bienestar psicológico y la calidad de vida.
Debe intervenirse basándose en evidencias tanto en el propio paciente como en la familia y el entorno, de forma individual y grupal, para minimizar la sintomatología propia del cuadro clínico, aportar información sobre la enfermedad y estrategias de control y recuperación emocional, conductual, cognitiva, social y laboral.
Nosotros, los profesionales, somos los últimos que podemos permitirnos el lujo de dejarnos llevar por esa atmósfera de resignación.