La Plaza de Ramales me fascina por un doble motivo. El primero, meramente subjetivo, creo que es un lugar idílico y seductor. Flanqueada por varios edificios de gran belleza y con el Palacio Real en el horizonte, ésta encrucijada de caminos en el Madrid de los Austrias me asombró desde la primera vez que la vi. El segundo argumento, éste de carácter objetivo, el secreto que guarda esta plaza bajo sus baldosas y que hizo que, una vez lo conocí, nunca volviese a mirarla con los mismos ojos.
El nombre primitivo de este lugar era Plaza de San Juan ya que en este punto se levantó una de las iglesias más antiguas de Madrid, la Iglesia de San Juan Bautista. Su construcción tuvo lugar en el Siglo XII y si os fijáis en la plaza, actualmente hay unas losas incrustadas en el suelo que marcan el perímetro exterior de la extinta iglesia. El nombre original de este lugar se cambió por el de Plaza de Ramales por la batalla que tuvo lugar en la localidad cántabra durante la primera Guerra Carlista, en 1839.
Sin embargo, el cambio de denominación no ha sido la modificación más grave que ha tenido que superar esta plaza de Madrid y aquí es donde viene lo más interesante de este sitio. Como ya he comentado, sobre esta explanada se levantó antiguamente la Iglesia de San Juan Bautista y que contaba con varias capillas, una de ellas de la Orden de Santiago, congregación a la que perteneció uno de nuestros pintores más universales y afamados, Diego Velázquez.
Por este motivo cuando el artista falleció en agosto de 1660 todo apunta a que fue enterrado en este templo. El artista gozó de un descanso tranquilo hasta la llegada a España de José Bonaparte, hermano de Napoleón y apodado ‘El Rey Plazuelas’ por motivos como el siguiente. Durante su estancia en Madrid se dedicó a abrir espacios en el enmarañado y caótico centro de la ciudad y una de sus víctimas fue esta iglesia. Lo extraño es que cuando llevaron a cabo la demolición del templo nadie diese la voz de alarma alertando sobre los restos de Velázquez. El caso es que durante el derribo, producido entre 1810 y 1811 no sólo desapareció la iglesia, con ella también se perdieron para siempre los restos del pintor.
Años más tarde se colocó en el centro de la plaza una columna con una cruz de la Orden de Santiago, un monumento que nos recuerda que en algún punto, bajo esa explanada, se supone está el cuerpo del autor de obras tan importantes como Las Meninas o La Rendición de Breda. Otro detalle que nos pone tras la pista de este secreto es la placa que señala el nombre de la plaza y en la que aparece dibujado el propio Velazquez.
La Plaza de Ramales es un lugar curioso y tranquilo que con el buen tiempo se puede saborear sin prisa en alguna de sus terrazas. Donde alzando la mirada podemos observar bellos edificios, como la casa-palacio de Ricardo Angustias con su torreón superior o donde si bajamos la mirada podemos jugar a intuir bajo que punto exacto de la explanada se encuentra enterrado el pintor. Un recinto que vale tanto por lo que esconde, como lo que muestra al visitante.
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