Revista Arte

El triunfo del viejo orden

Por Peterpank @castguer

El triunfo del viejo orden

Cuando pensamos en estos diez años, en la forma que han dado al espíritu del tiempo, en la trama que han tejido,sobre la que las figuras de la inconsciencia bordan sus previsibles entrelazamientos, pensamos primero en la impotencia, después en la inquietud. Impotencia de los individuos cuya vida entera está más que nunca sometida a las delirantes exigencias del presente sistema de producción, y cuya lamentable charlatanería justificativa, su falso cinismo y su
fingida euforia no hacen sino volver más manifiesta.

Inquietud que se apodera de ellos cuando ven, y lo ven casi a cada instante, que las compensaciones que han creído encontrar a cambio de su renuncia, resultan, incluso como ínfimas satisfacciones materiales, extremadamente precarias, porque están completamente envenenadas por la realidad del trabajo alienado que es su origen, y cuya proliferación no ha hecho más que extender la miseria y la nocividad.

A pesar de esa descomposición objetiva del soporte material de la ilusión, la inquietud que corroe a la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, y ante todo a esos falsos ricos que son los verdaderos ‘nuevos pobres’ (los que la inversión de la mentira oficial denomina así son, en cambio, los pobres de siempre), a los empleados del sistema que acceden a su falsa riqueza, esa inquietud no les impulsa de ninguna manera a la rebelión. Parece que, al contrario, les hace aferrarse todavía más desesperadamente a las realidades sintéticas distribuidas por la producción mercantil, como el neurótico se aferra a los síntomas de su enfermedad, sustitutos de una satisfacción que no ha tenido lugar. Muy generalmente, desde hace diez años hemos visto reforzarse las ligaduras que mantienen a los hombres amarrados a su desgracia; las cuales, aunque no llegaron a romperse en ninguna parte, se habían aflojado por un momento. Y al mismo tiempo hemos visto esa desgracia, la desgracia histórica de la alienación social, universalizarse hasta el punto de no quedar fuera de su alcance nada de lo que constituía en otro tiempo la vida inmediata, con sus limitadas satisfacciones.

Este mundo, pues, no se ha hecho de ninguna manera más amable, pero ha logrado restaurar la idea de que es el único posible. Para romper la complicidad de los hombres con lo que les mata, su preferencia por lo que existe en su detrimento, es necesario que exista y sea percibida una alternativa práctica que presente a cada cual la posibilidad de un incremento de fuerza, de riqueza directamente vivida. El miedo a la libertad no es una fatalidad suprahistórica, está determinado por una situación precisa en la que lo que quedaría liberado por la ruptura de la adhesión neurótica al mecanismo de la desgracia no tiene empleo directo, por falta de un proyecto colectivo que cristalice los deseos de la época, y retorna entonces contra el sujeto, para separarlo de los otros, como locura. El pensamiento dialéctico es el más allá de esa locura, pero, para franquear esa oscura encrucijada, el ‘punto nocturno de la contradicción’, es necesario que la conciencia se conozca y sea reconocida en la comunicación con otras conciencias. La razón dialéctica es, en principio, sinrazón en relación con la razón dominante: Tiene que desenmascarar el carácter parcial de esta última, y formular exactamente, en función de condiciones dadas, el proyecto de su superación para llegar a ser ella misma plenamente razón. La victoria del viejo orden consiste precisamente en impedir eso, en contener al pensamiento crítico en la unilateralidad de la pura denuncia o de la interpretación arbitraria, y en contaminarlo así de su propia irrealidad: La positividad sin historia y la negatividad sin proyecto se hacen frente entonces como dos espejos que se devuelven indefinidamente el vacío que los separa, y los llena.


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