Pocas veces sentí tanto pánico en la infancia como aquella tarde de verano, a comienzo de la década de los setenta, en la que inocente jugaba en la calle con unos amigos y mi madre vino a buscarme. Atemorizada, me ordenó que entrara en la casa porque le habían dicho que ‘El Lute’ se había escapado de la cárcel, que merodeaba por la zona y que la Guardia Civil andaba buscándolo. Nunca supe si eso fue realmente así, al tiempo que desconozco quién le daría aquel chivatazo a mi madre, aunque pueda suponerlo.
Eleuterio Sánchez, ‘El Lute’, fue para muchos, y en especial para los niños de mi generación, lo que el Estado de la época pretendió que fuera: el enemigo público número uno. Aquel perseguido merchero reconoció la otra noche, en un estupendo documental que emitió el programa ‘Crónicas’, en La 2 de TVE, que su tortura de 18 años fue algo así como lo que le ocurriera al que lanzaran al mar desde un precipicio, sin saber nadar, y que ha de alcanzar la orilla entre bocanadas y torpes brazadas.
Un episodio no suficientemente difundido de su legendaria historia ocurrió en 1978 cuando, ingresado en la sección de régimen abierto de la prisión de Alcalá de Henares, ‘El Lute’ precisó de un tutor que velara por su condición. Su apego hacia el mundo de la cultura le había llevado a asistir a un concierto del guitarrista lorquino Narciso Yepes, celebrado en Madrid. Allí tuvieron oportunidad de conocerse y el músico debió de ver algo en Eleuterio. Cuando desde Instituciones Penitenciarias se le conminó a que designara a una persona que tutelara su estancia en tan permisivo régimen carcelario, él no lo dudó: se dirigió a Narciso Yepes, se lo expuso y éste aceptó la propuesta, presentándose en la prisión y asumiendo tal responsabilidad, que no era pequeña, precisamente. En aquel mismo año, el músico había sido distinguido como hijo predilecto de la provincia de Murcia, título que ya poseía en su ciudad natal.
Eleuterio Sánchez abandonaría definitivamente la cárcel en junio de 1981, gracias a un indulto del entonces ministro de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez. Y de aquellos años saldría reforzada su amistad con el guitarrista clásico, virtuoso del instrumento de las diez cuerdas, fallecido en 1997 a la edad de 70 años. Tuve el honor de entrevistar para la radio a Narciso Yepes en el Teatro Romea de Murcia en 1988. Me concedió unos preciosos minutos antes de su concierto, con una disposición más que generosa. Aún conservo esa grabación.
Hace años, se habló de crear una Fundación que llevara su nombre, al objeto de perpetuar su legado. La familia se puso a disposición de los gobernantes de turno, pero estos, ya se sabe, dejaron el proyecto durmiendo en el sueño de los justos. Mientras Narciso Yepes vivió, todo fueron parabienes en sus visitas a su Región. Luego, tras su desaparición, casi la postergación rayana en el ostracismo por parte de los mismos que se apresuraron a prometer, hace ahora tres años, cuan raudos levantarían tras los terremotos la Lorca que le dio la luz. Como recordó la viuda del artista en una de sus últimas visitas a la ciudad, su marido fue alguien que nunca buscó honores ni nada que se le pareciera. Y es que, a diferencia de la mediocridad que nos circunda en los tiempos que corren, no creo que para nada los necesitara.
['La Verdad' de Murcia. 15-5-2014]