Revista Cultura y Ocio
Si hablamos de novelas que me hayan “enganchado” y me hayan tenido en vilo de la primera a la última de sus páginas, me vienen a la cabeza tres: El ocho, de Katherine Neville; El club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte; y El último Catón, de la alicantina Matilde Asensi. En mi condición de crítico literario y de profesor de literatura (que tal vez sean dos formas sublimadas o intelectualizadas del tedio), no creo que me atreviera siquiera a sugerir que son las mejores novelas que he leído; pero en mi condición de lector, de quijotesco amante de las letras, sí diré sin vacilaciones que son las novelas con las que más he gozado, porque me han traído intrigas, nervio, amor, emoción, historias y sorpresas. No sé si pedirle más cosas a una novela incurre ya en un manierismo propio de eruditos.El caso es que Matilde Asensi nos plantea un enigma que tiene como centro a una extraña secta (los staurofílakes) que se está dedicando a robar todos los fragmentos de la Santa Cruz, donde fue ejecutado Jesucristo, que existen dispersos por el mundo, y que tres investigadores comisionados por el Vaticano (el profesor Farag Boswell, el capitán Kaspar Glauser-Röist y la doctora Ottavia Salina) emprenden una búsqueda angustiosa y llena de peligros con el objeto de poner fin a esos latrocinios y explicar su oculto sentido. Al comenzar, carecen de toda pista, pero pronto descubren que las claves de la investigación están escondidas en los versos de La divina comedia, de Dante Alighieri, antiguo integrante de esa secta.
Una novela, pues, llena de cultura (hay que destacar la amplia documentación que la autora exhibe, tanto en arte como en literatura e historia), con una trama diseñada con pulso impecable, y en la cual las líneas finales no emborronan (como suele pasar en este tipo de libros) el conjunto de la narración. A mí me ha parecido una novela magnética, que recomendaría sin dudarlo a cualquiera que quisiera pasárselo bien, francamente bien, leyendo un libro.